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De vuelta en Viena tras una visita a los barrios de la periferia, me vi inmerso de improviso en un chaparron que, con humedo latigo, perseguia a la gente obligandola a correr hasta los portales de las casas y otros refugios. Yo mismo busque tambien, a toda velocidad, un techo que me amparara. Por fortuna, en Viena le espera a uno en cada esquina un cafe. De modo que hui al que se encontraba mas proximo, con el sombrero que ya goteaba y los hombros empapados. Una vez en el interior, se revelo como el tipico cafe de arrabal, con ese estilo casi esquematico, burgues, de los de la antigua Viena, lleno a rebosar de gente normal que consumia mas periodicos que bolleria, y sin los artificios tan de ultima moda en los cafes cantantes que en el centro de la ciudad imitan a los alemanes. En aquel momento --estaba empezando a oscurecer--, la atmosfera ya de por si sofocante se veia jaspeada por espesos anillos de humo azul. Y, sin embargo, aquel cafe daba la impresion de estar limpio, con sus sofas de terciopelo visiblemente nuevo y su caja registradora de aluminio reluciente. Con las prisas no me habia molestado en leer el nombre que ponia por fuera. Por otro lado, ?para que? De modo que me sente en aquel lugar calido, mirando impaciente a traves de los ventanales cubiertos de chorros azules a la espera de que la lluvia, inoportuna, tuviera a bien alejarse un par de kilometros. De modo que alli estaba yo, sentado sin hacer nada; a punto de caer en esa pasividad indolente que, como un narcotico, irradia todo autentico cafe vienes. Con aquella sensacion de vacio, me dedique a contemplar a las distintas personas que se encontraban a mi alrededor. La luz artificial de aquel espacio lleno de humo marcaba unas sombras de un gris muy poco saludable en torno a sus ojos. Observe a la senorita de la caja, que con movimientos mecanicos alcanzaba al camarero el azucar y las cucharillas para cada taza de cafe. Medio dormido, de manera involuntaria, lei los carteles del todo anodinos que colgaban de las paredes. Aquella especie de letargo casi me sento bien. Pero, subitamente, una extrana tension me saco de mi somnolencia. Una imprecisa inquietud despertaba en mi interior, como lo hace un pequeno dolor de muelas del que aun no sabe uno si procede de la parte izquierda o de la derecha, de la mandibula inferior o de la superior. Tan solo senti una sorda impaciencia, una intranquilidad espiritual, pues de pronto --no sabria decir por que-- fui consciente de que ya debia de haber estado alli en alguna ocasion, hacia anos, y de que algun recuerdo debia de unirme a aquellas paredes, a aquellas sillas, a aquellas mesas, a aquel espacio envuelto en humo. Pero cuanto mas me esforzaba por alcanzar aquel recuerdo, con mayor malicia y de modo mas escurridizo se me escapaba, como una medusa, brillando incierto en el estrato mas profundo de la conciencia y, sin embargo, imposible de atrapar. En vano fije la mirada en cada objeto que habia en aquel local. Es cierto que algunas cosas no las conocia, como la caja registradora con su resorte tintineante. O el revestimiento marron de las paredes de falsa madera de palisandro. Todo aquello debian de haberlo colocado mas tarde. Pero, si, sin duda. Yo habia estado alli en alguna ocasion, hacia veinte anos o mas. Alli perduraba, oculto en lo invisible como el clavo en la madera, una parte de mi propio yo hace tiempo soterrada. Haciendo un esfuerzo, dilate y empuje todos mis sentidos por aquel espacio, y al mismo tiempo por mi interior. Y, sin embargo... !Maldita sea! No lograba alcanzar aquel recuerdo desaparecido, ahogado en mi mismo. Me enfade, como se enfada uno siempre que un fallo le hace ser consciente de la insuficiencia e imperfeccion de las fuerzas mentales, pero no perdi la esperanza de recuperar aquel recuerdo. Tenia claro que tan solo necesitaba un minusculo gancho al que poder aferrarme, pues mi memoria es de una indole particular, buena y mala al mismo tiempo. Por un lado, obstinada y tenaz, pero por otro tambien increiblemente fiel. Se traga lo mas importante, tanto en lo que respecta a los acontecimientos como a los rostros, tanto lo leido como lo vivido, dejandolo con frecuencia en lo mas hondo, en la oscuridad, y no devuelve nada de ese mundo subterraneo sin que uno ejerza presion, solo porque asi lo requiere la voluntad. Sin embargo, me basta el mas fugaz asidero, una postal, los trazos de una caligrafia en el sobre de una carta, una hoja de periodico amarilla por el tiempo, y enseguida lo olvidado, como el pez en el anzuelo, resurge de un brinco de la fluida y oscura superficie, vivo y coleando. Entonces reconozco cada detalle de una persona: su boca y, en su boca, el hueco de un diente, a la izquierda, cuando se rie. Y el tono ronco de su risa, y como al reirse se le contrae el bigote. Y como con esa risa surge otro rostro, diferente. Todo esto lo veo entonces de inmediato, en una panoramica completa, y anos despues recuerdo cada palabra que aquella persona me dijo en cierta ocasion. Pero, para percibir con los sentidos algo ocurrido en el pasado, necesito siempre un estimulo sensorial, una minima ayuda de la realidad. Asi que cerre los ojos para poder reflexionar de modo mas intenso, para dar forma a aquel anzuelo misterioso y asirlo. Pero, !nada! Otra vez, !nada! Estaba enterrado y olvidado. Y tanto me irrite por lo chapucero y caprichoso del aparato retentivo que tengo entre las sienes, que habria podido golpearme la frente con los punos, tal y como se sacude una maquina tragaperras estropeada que, desleal, retiene lo que le pedimos. No, no podia seguir por mas tiempo sentado tranquilamente. Hasta tal punto me excitaba aquel fracaso intimo. Y de puro enojado me levante para despejarme. Pero, es curioso, apenas habia dado los primeros pasos por el local, cuando en mi interior se produjo, reverberando y centelleante, un primer resplandor fosforescente. A la derecha de la caja registradora, recorde, debia de haber una habitacion sin ventanas, iluminada tan solo con luz artificial. En efecto. Asi era. Y alli estaba, empapelada de un modo distinto y, sin embargo, exacta en sus proporciones, aquella habitacion interior cuadrada, de contornos imprecisos: la sala de juego. De manera instintiva, mire en derredor los diferentes objetos, con los nervios que ya vibraban de alegria. Enseguida lo sabria todo, senti. Dos mesas de billar holgazaneaban alli como verdes cienagas en silencio. En las esquinas habia mesas de juego agazapadas, a una de las cuales estaban sentados dos consejeros o catedraticos jugando al ajedrez. Y en un rincon, justo al lado de la estufa de hierro, por donde se iba a la cabina de telefonos, una pequena mesa cuadrada. Y de improviso me vino a la memoria como un relampago. Lo supe de inmediato, al instante, c
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