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Katrina Donovan Nunca pense que cuatro palabritas pudieran tener tanto impacto en mi vida. Si me hubieras dicho ayer, o incluso esta manana, que los planes que habia trazado tan cuidadosamente para mi futuro desaparecerian al girar una tarjeta, habria dicho que estabas loco. Por otra parte, yo era la hija de Tommy Donovan, y Tommy Donovan posiblemente tuvo la peor suerte de cualquier jugador al este del Mississippi. Viviamos en un pequeno apartamento, encima de un bar de mala muerte, desde que mi madre murio de cancer hacia diez anos y el aposto todo lo que teniamos. Recuerdo que un dia llegue de la escuela y encontre un camion de mudanzas alquilado, frente a nuestra bonita casa de los suburbios. Mi padre cargo nuestras pertenencias en la parte trasera a un ritmo acelerado, como si tuvieramos que irnos lo mas rapido posible porque algo maligno se dirigiera hacia nosotros. Me quede alli, con mi pequeno uniforme escolar y los libros aferrados a mi pecho, preguntandome que pasaba. Me dijo que me subiera al camion y me quedara callada. Hasta el dia de hoy, no se que paso exactamente o por que tuvimos que irnos tan rapido, aparte de que habia perdido nuestra casa y la mayoria de nuestras posesiones jugando a las cartas. Pense que ya habian terminado sus dias de juego porque no teniamos nada mas que perder. Supongo que me equivoque. --Me van a matar --dijo mi padre en voz baja, como si estuviera hablando consigo mismo, o con alguien que no fuera yo. Mire hacia arriba, desde el otro lado de la mesa de naipes plegable que habiamos encajado en un rincon de nuestra cocina, y frunci el ceno. Por un momento, pense que habia imaginado su voz porque estaba sumida en mis propios pensamientos. Ya casi no hablabamos, ni siquiera el domingo, el unico dia que nos sentabamos a comer juntos. A mi madre le encantaban las cenas familiares de los domingos y no permitia que nada interfiriera en ellas, incluso los malos habitos o adicciones de mi padre. --No pido mucho, Tommy Ray Donovan --solia decir ella, aunque no podia recordar el sonido de su voz. Era irlandesa y tenia un encantador acento que esperaba heredar algun dia--. No tienes que ir a la iglesia, pero al menos puedes sentarte una hora y comer con tu familia. Nunca entendi su entonacion irlandesa. Mi voz es ronca y mi lengua afilada como la de todos los demas en el vecindario. Ademas, la cena de los domingos ya no era tan importante como antes. Supongo que ahora solo hacemos lo justo para honrar su memoria. Muchos domingos, mi padre se va antes de que yo me levante de la cama y no vuelve hasta la hora de abrir el bar para el almuerzo del lunes. Nunca hemos estado muy unidos. Yo era una nina de mama y el preferia la compania de sus companeros de juego a su familia. Ahora, simplemente compartiamos un espacio vital, no un hogar. Rara vez hablabamos, porque ninguno de los dos tenia mucho que decir al otro. Era como si todo estuviera dicho y no hubiera necesidad de decir nada mas. Estabamos esperando que pudiera entrar en una buena universidad para perseguir mis propios suenos y dejar atras mi antigua vida. A veces, me preguntaba si volveria a ver a mi padre despues de que me fuera a la universidad; si sobreviviria sin mi o si, simplemente, beberia hasta morir sin que yo estuviera cerca para cuidarlo. Ni siquiera se si me importaria, en el caso de que eso sucediera. Lo observe por un momento sin decir una palabra. Tenia la cabeza gacha y parecia murmurar para si mismo, mientras recogia la comida de su plato con un tenedor. No habia comido ni un bocado del pastel de carne que habia hecho, ni el pure de patatas instantaneo que habia cubierto con mantequilla y sal. Nunca ganaria un premio de cocina, pero nos permitimos el lujo de la carne una vez a la semana. Normalmente, devoraba lo que le ponia delante, como un hombre hambriento. Luego pedia mas antes de que pudiera darle un bocado. Sabia que algo tenia que estar muy mal si se dedicaba a pinchar el pastel de carne con el tenedor en vez de meterselo en la boca. --?Le ocurre algo al pastel? --Habia probado un trozo y estaba muy bueno, o tan bueno como podia estar mi version de pastel de carne. No me gustaba mucho la carne, lo que me venia bien ya que rara vez podiamos comerla. No me malinterpretes, no eramos pobres ni pasabamos hambre, pero andabamos siempre escasos de dinero, a pesar de que el bar era un buen negocio la mayoria de las noches. Sabia que mi padre se embolsaba mucho del dinero que venia de la caja y eso estaba bien. Era su negocio, su vida y tenia pensado salir de alli pronto, con o sin su ayuda. --?Necesitas ketchup? --Le entregue la botella. --No --dijo en voz baja. --Entonces, ?que te pasa? --?Has oido lo que he dicho? --Sono, irritado. --Supongo que no. --Deje el tenedor a un lado. Respire hondo y lo sostuve mientras ponia las manos en mi regazo y formaba dos punos apretados. Tenia la sensacion de que ese dia era igual que el que llegue a casa y lo vi cargando el camion de la mudanza. Algo malo se nos venia encima otra vez. Lo sabia. Me prepare para lo peor. --Me van a matar --susurro. Dejo el tenedor y presiono las palmas de las manos contra la mesa, una a cada lado del plato, como si tratara de evitar que la mesa flotara en el aire. Miro hacia arriba con lagrimas en los ojos--. Me van a matar. Y no puedo evitarlo. Sacudi la cabeza para asegurarme de que habia escuchado bien. Recorri su cara un segundo con la mirada y tuve la sensacion de estar mirando a un extrano. No me habia dado cuenta de lo viejo y castigado que estaba. Solo tenia cincuenta y siete anos, pero parecia estar mas cerca de los cien. Su rostro, que antes era agradable, era regordete y rojo por la bebida. Pequenas venas azules trazaban un mapa en sus abultadas ojeras y a traves de su engrosada nariz. Su piel estaba cenicienta, como la de un hombre que no habia visto el sol en mucho tiempo. Habia engordado y estaba perdiendo el pelo. Y tenia grandes lagrimas en los ojos. Eso fue lo que me pillo desprevenida, dandome a entender que algo andaba mal. Nunca habia visto a mi padre llorar. Ni siquiera cuando enterraban a mi madre. --?Quien va a matarte? --Force una pequena sonrisa de incredulidad. Mi padre no era bromista, pero no creia que hablara en serio, aunque su expresion indicaba que lo era.--. Jesus, papa, ?que has hecho? Respiro hondo y se estremecio. Cuando saco las palmas de las manos de la mesa, dejaron un perfecto perfil de sudor en la superficie. Las froto y evito mirarme a los ojos. --Tengo deudas. --Se limpio la nariz en el dorso de la mano--. Tengo deudas con alguna gente. --?Que clase de deudas? --Ya imaginaba la respuesta, pero queria que confesara en voz alta. Cruce los dedos sobre mi regazo para que no me temblaran las manos--. Papa, ?que deudas y que gente? Levanto la vista por un segundo y luego, rapidamente, miro la placa que aun estaba frente a el. Parecia que estaba rezando mientras decia en voz baja. --Deudas de juego. Y quienes son las personas no importa, solo que quieren su dinero para fin de mes o me mataran. Tome aire con lentitud y lo deje salir igual de despacio. Era triste, pero no me sorprendia lo que acababa de escuchar. Sinceramente, me sorprendia que no hubiera pasado antes. --?Cuanto debes, papa? --Hice la pregunta con calma, aunque por dentro estaba destrozada --. ?Papa? Mirame y dime cuanto debes. Levanto los ojos lentamente y dejo escapar un largo suspiro. Se limpio los mocos con la mano otra vez y se froto un nudillo de la otra mano bajo los ojos. --Setenta y cinco mil dolares. --!Jesucristo, papa! ?Como puedes perder setenta y cinco mil dolares jugando a las cartas? --Ladre sin querer y se estremecio ante el tono de mi voz, como un cachorro reganado por su dueno. Alce los punos y los coloque en la mesa, como si estuviera lista para golpear al aire o a su nariz. --Lo perdi jugando a las cartas. Tambien, apostando a los caballos. No pude evitar que se me abriera la boca e incline la cabeza, como si me pesara una tonelada. --?Caballos? Papa, ?que cono sabes tu de caballos? --No uses ese lenguaje en esta casa. --Fruncio el ceno--. Tu madre no lo aprobaria. --!Mi madre tampoco aprobaria que perdieras setenta y cinco mil dolares! --Grite. De repente me puse furiosa con el y no pude evitar golpear la mesa con los punos--. Oh, Dios mio,
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