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Fabian Plaza Miranda
Paz, amor y menudo cuelgue. Los pies del Listo chapotearon por el barro con la gracilidad de un borracho. O para ser exactos, con la de alguien que llevaba varios dias consumiendo mas cosas de las que su cuerpo podia tolerar. Habia perdido la cuenta. Alcohol, si, de muchos tipos. Un poco de acido. Y porros. Alguna pastilla. Ahora que lo pensaba, era un milagro que siguiera de pie. Un milagro. Dios estaba con el. La carcajada que solto fue tan fuerte que varios hippies dejaron de prestar atencion a la musica y lo miraron con cierta desgana. Tampoco era que un colgado en mitad de un viaje fuera tan raro por ahi. Dejo de reirse de su propio chiste, recupero el aliento y siguio avanzando hacia el escenario, donde las sensaciones serian mas intensas. Podria dejarse llevar hasta con aquellos tipos, los noseque Dead; unos que hacian una mezcla de rock y folk. Al Listo le parecian tan malos como el escenario, que daba la sensacion de estar a punto de hundirse por el peso del equipo, pero tampoco podia quejarse. !Estaban en una granja, joder! !Una granja! Era normal estar rodeado de animales. Animales. Reprimio el impulso de volver a reirse y se centro en la musica. Al menos, el gordo barbudo de la guitarra no lo hacia mal. Habia estado bien lo del espontaneo, cuando un fulano habia subido al escenario y habia soltado un rollo sobre algo de la costa. Ni el mismo se entendia. Los de la banda se habian mirado en plan <>, hasta que uno le habia ofrecido un canuto y lo habia sacado de en medio. Luego habian vuelto a sus conazos de canciones. En la oscuridad de la noche casi golpeo una roca con sus pies desnudos. El Listo llevaba las deportivas colgando al cuello, atadas por los cordones, como un atrapasuenos de pesadilla, o como los pendientes de una diosa vuelta del reves, o... Uououooo... El mareo le hizo parar hasta asegurarse de que la Tierra habia dejado de bailar. Asi. Mejor. Respirar hondo. Lo llamaban Festival de Woodstock y el Listo no tenia ni puta idea de por que. El pueblo no se llamaba asi. Tampoco la granja. Pero oia el nombre por todas partes, entre los corrillos de melenudos tirados en la hierba. La hostia de gente habia ido a ver el espectaculo. Tantos que las carreteras estaban colapsadas y todas aquellas tiendas de campana parecian una... a saber... una invasion marciana. Una invasion apestosa. Los organizadores no habian contado con tanta gente, asi que no habia suficiente sitio para mear y cagar. Pero eso para los hippies no era problema, claro. Pagar entradas tampoco. El aforo extra se debia a todos los que se habian colado, y colarse en mitad de un campo no era muy dificil, la verdad. El Listo habia entrado asi, dando un rodeo y saltando una valla que no habria podido frenar ni a una vaca. Por supuesto, habia sido por hacer la puneta. De haber querido, solo habria tenido que sacar el talonario de su padre. Pero eso le quitaba la chispa al asunto. La idea era romper todos los limites, hacer lo que se suponia que no debia, incluso hundir en el fango su apellido y --en especial-- avergonzar al cabeza de familia. Por desgracia, le daba la sensacion de que el riguroso don Faustino ya no se escandalizaba como antano con las tropelias de su heredero el bala perdida. La prueba estaba en que el viaje a Estados Unidos habia corrido de su cuenta. Quiza se habia percatado de que el Listo tambien podia gastarse el dinero y hacer el crapula estando en Madrid. Tal vez hubiera decidido que al menos podia ser util que su primogenito aprendiera algo de ingles mientras dilapidaba la fortuna familiar con algunas frescas americanas. Seguro que en las reuniones sociales hasta presumia de que el Listo estuviera <
>. Visto asi, la fiesta se aguaba. No tenia la misma gracia si a padre le parecia bien. Joder con don Faustino. Era capaz de causarle bajones incluso cuando no estaba presente. Resoplo unas cuantas veces y volvio a caminar. Necesitaba encontrar un grupo de gente con la que mezclarse, como habia estado haciendo todo ese tiempo. Al Listo se le daba muy bien congeniar, y su exotico aire de espanol le abria muchas puertas ante los multiculturales hippies. Aunque igual lo que necesitaba era tumbarse y dormir un rato. Estaba cansado, aun no se habia secado del todo del chaparron del dia anterior, y con aquellas ropas de lino se sentia como si estuviera en una chirigota de los carnavales de Cadiz. Joder. Ya era oficial. El bajon don Faustino le dominaba. Mejor buscar un sitio para echarse a roncar. Quiza fueran imaginaciones suyas, pero la musica de los pesados del escenario sonaba mas y mas entrecortada. Estaban perdiendo el ritmo. A veces era el bajo, a veces uno de los guitarristas, pero iban descoordinados. Que malos eran, por favor. Se fijo en que el gordo de la guitarra sacudia la mano y fruncio el ceno. Le habia parecido ver una descarga electrica. Si. El gordo se frotaba la mano como si le doliera. Y los otros igual. Por eso se saltaban compases. Su equipo de tres al cuarto les daba calambres. Je. Como se escapara una chispa en mitad de aquel escenario medio empapado lleno de aparatos, se podia armar una buena. El Listo recupero parte de sobriedad al mirar las caras del grupo. Todos parecian preocupados. Todos pensaban lo mismo que acababa de pensar el: <>. Pero no tuvieron tiempo. Fue con el otro guitarrista, el delgado. En uno de los punteados se oyo un petardazo y, de repente, todo se apago. Luces, sonido, todo. El estrellado cielo nocturno de la campina yanqui volvio a reinar sobre aquellos cientos de miles de cabezas, incluso a traves de las nubes. Quienes no abuchearon a los musicos se deleitaron con el acojonante espectaculo de la Via Lactea. Un cuadro impresionista que, ahora que el hombre habia llegado a la Luna, parecia al alcance de la mano. Hasta que empezo el otro brillo: un resplandor anaranjado que ilumino todo de improviso. Primero pensaron que el fuego al fin habia prendido; luego, el Listo se percato de que la luz venia de varios metros por encima del escenario. Y los incendios no suelen provocarse en mitad del aire. Cayo en la cuenta de que aquel fulgor poco tenia que ver con una combustion; era mas bien una mancha amorfa, como una gigantesca ameba fosforescente varada frente a el. Y tambien estaba el ruido, una especie de zumbido ritmico, un vaiven sonoro que se oia cada vez con mas claridad. Entonces aparecieron las criaturas. Surgieron atravesando la luz naranja, como si fuera una delgada membrana que hasta entonces las habia contenido. El Listo no tuvo tiempo de preguntarse donde, porque la imagen de los seres centraba toda su atencion. Cada uno media un par de palmos y tenia el aspecto de un negro insecto, con largas antenas en la cabeza, elitros negros y alas transparentes que provocaban el zumbido. Sin embargo, en vez de seis patas tenian ocho, y en sus mandibulas se agitaban gruesos queliceros peludos. En la cabeza, varios ojos de diferentes tamanos, algunos facetados y otros no, reflejaban los destellos azafranados del lugar. El Listo apenas noto una vaharada de olor a alcanfor antes de darse cuenta del alcance de lo que tenia ante si. Habia decenas, cientos de aquellos animales. Y a cada segundo que pasaba mas de ellos cruzaban la luminosa barrera. Revoloteaban por doquier, con el pausado zigzag de las moscas domesticas, tan lentos que cualquiera habria podido atraparlos... si es que alguien hubiera querido llevar a cabo tan incomprensible tarea. Paseaban entre la gente o por encima de ella. Algunos se habian posado en el suelo y lo exploraban erraticamente. Nada de aquello parecia autentico, asi que lo primero que penso el Listo fue que se lo estaba imaginando. El abuso de narcoticos le pasaba factura y le hacia alucinar con la pesadilla mas repulsiva que su mente habia podido crear. No obstante, un rapido vistazo alrededor echo por tierra esa hipotesis. Los demas asistentes al festival tenian la boca tan abierta como la del Listo, estaban tan aturdidos como el y tambien seguian con la mirada a los extranos seres. No eran capaces de hablar siquiera, dado que sus cerebros trataban de asimilar tanta irrealidad. El unico sonido que los envolvia era aquel zumbido colectivo. Hasta que alguien junto al Listo atino a silbar, un melenudo tirado en el suelo que tenia a una de las criaturas subiendo por su brazo. --!Tio! --dijo, con los ojos desenfocados--. !Menudo mal viaje! Eso parecia, desde luego. Un mal viaje psicotropico que los hubiera golpeado a todos a la vez. Algo tan irracional que deberia haberlos hecho chillar, encenderlos en un arrebato de unanime pavor, pero que, en vez de eso, los habia dejado estupefactos. Uno de los insectos-arana paso volando justo por delante del Listo, como pavoneandose y dejandose contemplar. Algo tan grande no deberia haber volado, no con aquellas alas en apariencia fragiles, pero ahi estaba. Un inflado cuerpo con torax y abdomen diferenciados, y vellosidades por toda su oscura figura. Los queliceros estaban serrados y parecian capaces de arrancar un dedo de un mordisco. Sus ojos multiples daban la impresion de contemplarlo todo. El Listo se vio reflejado en ellos. La imagen le parecio incluso hermosa. Extendio la mano para tocarlo, para acariciarlo como una exotica mascota. Todos los seres enloquecieron al unisono, igual que si se hubiera dado una senal silenciosa. Su vuelo dejo de ser parsimonioso para convertirse en espasmodico. Sus patas convulsionaron como si trataran de aferrarse a un asidero invisible. Sus mandibulas se abrieron y cerraron, hambrientas. Las criaturas aletearon con furia. Un enjambre caotico cuyo zumbido habia aumentado en intensidad, tan agudo que ponia los pelos de punta. El Listo retiro la mano, asustado, pero el monstruo que tenia frente a el no le hizo nada. Otros no tuvieron tanta suerte. Los bichos comenzaron a arrojarse como bestias salvajes contra la gente. Clavaron sus patas en vientres descubiertos, en brazos, incluso en caras; cualquier trozo de piel en el que pudieran hincar sus unas. Y lo hicieron a fondo, a juzgar por los regueros de sangre que abrian. El silencio se convirtio al fin en un estallido de panico. Gritos de dolor, de terror, gente tratando de escapar del surreal avispero, incluso pisoteando a quienes estaban tendidos en el suelo. Casi nadie ayudaba a los heridos; la respuesta instintiva estaba siendo la huida, una primaria busqueda de la supervivencia. El Listo no. Estaba petrificado, ojos abiertos de par en par, casi sin respirar y congelado por el terror. Por la pavorosa certeza de que no se podia escapar de aquello. Asi que fue un mudo e inmovil testigo de todo. Vio aguijones salir de los abdomenes y clavarse en sus victimas. A una joven que estaba junto a el y que luchaba por arrancarse el monstruo que tenia sobre su cabeza, la pua le perforo el ojo y quiza llego hasta el cerebro, dado que la chica se desplomo inerte. Otros dardos desgarraron cuellos, oidos o mejillas. Vio como los engendros arrancaban pedazos de carne y los devoraban. Los queliceros cortaron piel y musculo siempre que pudieron, las cabezas de las criaturas incluso se sumergieron en las tripas de algunos para cebarse tambien con sus organos internos. Cuando el Listo creia que aquella escena no podia ser mas dantesca, vino lo peor. Los seres que habian hecho presa en alguna persona comenzaron a iluminarse con el mismo tono anaranjado de la puerta por la que habian llegado. Su fulgor cada vez fue mas fuerte y el Listo noto tambien un aumento de la temperatura. Las monstruosas luciernagas se encendieron mas y mas... y sus victimas dejaron escapar desesperados berridos casi animales. En cuestion de segundos, todo aquel lugar quedo salpicado de teas insectoides. Los engendros se mezclaron con la piel de sus presas, extendiendose y deshaciendose como una mancha de cera hirviente. Apenas unos instantes despues, otro tanto ocurrio con las personas que habian sufrido el ataque. El fulgor las consumio por completo, fundiendolas como mantequilla. Unos charcos viscosos en el suelo fueron los unicos restos que quedaron tras las deflagraciones. Ante eso, el panico alcanzo su nivel maximo. Alrededor del Listo, todo eran gritos, llantos, frenesi, miles de personas tratando de alejarse en todas direcciones, de huir de aquel infierno que no entendian. Y junto a ellos, decenas de monstruos eligiendo a sus victimas casi al azar. Muchos zumbaron junto al Listo, aturdido e inmovil, pero ninguno se lanzo contra el. El resplandor anaranjado se estaba apagando. El Listo quedo mesmerizado mirandolo y todo el caos que le rodeaba dejo de parecerle importante. Solo aquel brillo merecia su atencion y solo a el se la dedico. La muerte, las combustiones y los abominables depredadores se le antojaron irrelevantes. Apenas una mota de polvo en el ciclopeo tapiz cosmico. La luz en cambio... la luz lo contenia todo. El Listo abrio su mente, ansioso por beber de aquel manantial. Recibio todo lo que deseaba y mas. Sintio su cabeza a punto de estallar. Chillando de dolor y de impotencia, aferrandose las sienes como si aquello pudiera aplacar su agonia, el Listo cayo de rodillas. Luego enloquecio por completo y se sumio en la inconsciencia.
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