Ver todos los libros de: Ana Cabaleiro
Mi marido se acuesta con esta pobre ilusa, vuelve a pensar Mona Otero. Vuelve a pensarlo por tercera o quiza ya por cuarta vez desde que se subio al coche y se desespera, porque no llevan ni tres minutos de trayecto. Esta imagen, la de la pobre ingenua seducida, ya la ha tenido antes, al menos unas veinte o treinta veces mas durante la boda del sabado. Y en simultaneo tambien piensa que ya es mala suerte que le haya tocado ir en el maldito coche con ella. Todavia van a la altura del cruce del gallinero, que ademas de no ser lo que se dice un cruce, no tiene cerca ningun gallinero, solo la granja de pollos de los Novo, que forma parte del paisaje historico del entorno desde que a Mona le alcanza la memoria. Lo que si es cierto es que ese cruce, que es mas bien el empalme de una pista en otra, es como una frontera, el final de Saidres, la parroquia de Mona y el comienzo del exterior, sea cual sea ese exterior, Silleda o Lalin, o incluso Pontevedra o Compostela, esos sitios a los que habitualmente hay que ir por alguna causa: comprar, ir al medico o arreglar algun papel. Ahora ya no es sabado, es lunes, y Mona Otero tiene, en efecto, todo el cuerpo de lunes, acido y pesado, y se ve metida en un coche con una tia que sin duda es la amante de su marido y se siente arrasada por dentro por el fin de semana terrible que acaba de padecer, que ha sido como un rosario de pesadillas extenuantes. Mona Otero sonrie. No sera ella la perdedora de la historia. Nunca lo ha sido en casi quince anos de matrimonio. --Oye, me alegre mucho el sabado cuando vi que te habian contratado. Eres la unica fotografa que conozco que saca guapa a cualquiera. La conductora del coche, la amante de su marido, Ra Meixide, entabla la conversacion justo con lo que mas le puede doler, el machaque de su espiritu profesional con la maldita frase de sacame guapa. Ambas saben que esa fue la causa del encontronazo del sabado y Mona trata de dilucidar si su interlocutora es valiente o una simple inconsciente al volver a hurgar en la herida. --A ti te ha pasado como a mi. Por un lado teniamos que trabajar y, por el otro, ibamos de invitadas, y de tanto atender al trabajo al final no disfrutas de la fiesta. Ra Meixide sigue perorando animada sobre la maldita boda. Demasiado animada, le parece a Mona. Empieza a preocuparse por el rumbo que esta tomando la conversacion, pero no le queda mas remedio que entrar en el juego. --Era la primera boda que hacias, supongo. Como llevas aun tan poco tiempo de concejala... --Si, si, me hizo muchisima ilusion, ?sabes? Porque los novios pidieron ex profeso que los casara yo. Al oirla, a Mona le viene como una rafaga de compasion. Ya no es solo que Ra Meixide le parezca algo ingenua, sino tambien egolatra profunda. Entiende que la flamante concejala de Participacion Ciudadana y Turismo esta ensayando para labrarse la pose de politica humilde, de las que quieren seguir siendo pueblo llano. Para empezar, hoy pone su coche particular a disposicion del projimo, en este caso, a disposicion de Mona, para los viajes compartidos. Ra Meixide, una politica de su tiempo que no malgasta el erario publico, que contribuye a la conservacion del medio ambiente y bla, bla, bla, una persona maravillosa. !Cuantas como ella ha conocido! Apenas estan llegando al atajo que atraviesa la parroquia de Negreiros y que va a dar a la nacional 525, justo antes de la recta de Rolan. !Lo que aun le queda metida en ese coche! Cuarenta kilometros por lo menos. --?Como es que vas hoy a Compostela? Y tan temprano. --Tengo una reunion a primera hora en San Caetano, a primerisima hora, la verdad. Por eso cuando vi tu solicitud en BlaBlaCar me parecio perfecto aprovechar el viaje. A Mona le parecen demasiadas explicaciones. Una reunion en la Xunta en agosto ni siquiera le suena creible, pero Ra Meixide continua hablando como una metralleta, con un soniquete estridente, tal como la recuerda en los mitines de la campana electoral. Al pasar por el trecho de carretera desde donde se ve el lugar de Riobo, todavia en la parroquia de Negreiros, Mona deja volar la parte tonta de la neurona hacia el grupusculo de casas donde paso su primera infancia, en casa de tia Milita, que ni era tia suya ni nada. No era mas que la casa en la que se habia criado su padre despues de que lo hubieran recogido de dios sabe donde. Nunca le han contado ese momento de la historia familiar. Alli queda, escondido, no se ve desde la carretera, el puente de piedra que pasa sobre la via del tren, junto a la casa de Penido. Era en otro tiempo un territorio autonomo, una reserva independiente y secreta, todo un mundo propio, con un pretil de piedra que se curvaba en arco por encima de los railes, que se veian alla al fondo y que atesoraban todo un universo maravilloso de fabulas pobladas de monstruos que vivian entre las zarzas de las lindes y entre las traviesas de la propia via. Era un mundo oscuro, el de los cuentos que se inventaban desde la atalaya del puente, donde no habia espacio para princesas, porque en los cuentos de aldea solo habitan ogros y dragones deformes y amenazantes contra los que hay que luchar a muerte en batallas terribles e imaginadas cada dia, siempre peligrosisimas. Por eso llegaba tarde a comer a casa de tia Milita. Piensa, como de pasada, como si fuera un pensamiento dormido en una galaxia paralela, que deberia plantearse algun proyecto sobre los puentes de piedra, o sobre las vias del tren, o sobre los terraplenes que las limitan infestados de zarzas y maleza, algo que por fin impactara a su galerista. --Me encantaron tus zapatos, de lo mas elegante que he visto en mucho tiempo. La gran Ra Meixide, la concejala animosa, parece sonreirle en senal de paz. Acaban de entrar en A Bandeira, y ante el semaforo en rojo, paradas de un modo absurdo en una calle desierta, silenciosa, desolada a esas horas tan tempranas, se ve a si misma y a la amante de su marido como si estuvieran en la via principal de un poblado del Oeste despues de un tiroteo. Mira con algo de ansia a las aceras, a las ventanas de los bajos, a los escaparates, y no ve ni un triste gato ni un perro callejero ni un pajaro despistado que surque el aire a esas horas de la madrugada. Son apenas las siete y cuarenta de una manana de lunes. Y ademas de ser lunes, es agosto, y llueve malamente y sin ganas, como por tocar las narices. Y ya ha pasado mucho desde la espera en el punto de encuentro, a la puerta de la taberna de Saidres, la de Concha, rogando a los dioses profanos que el conductor de BlaBlaCar no se hubiera perdido. Andar por las aldeas no siempre es tan facil como parece en Google Maps. Diez minutos resguardada bajo el balcon del bar, mirando obsesivamente hacia el lado de A Pena, que era por donde tendria que aparecer el coche, atisbando a la nada, o sea, hacia unas cuantas fincas y la casa abandonada del cura al fondo, con la iglesia en lo alto, y al final, Ra 32 anos conductor nivel experto era la maldita concejala parlanchina. --Y ademas de elegantes, parecian comodos. Eran comodos, ?no? La voz aguda no le da tregua, voz de politica competente y dispuesta, que la devuelve a la noche del sabado, al claustro en ruinas del monasterio de Carboeiro, decorado para la ocasion por algun pijo con infulas artisticas, imitando una especie de jardin silvestre entre piedras historicas. Alli estaba ella, a las siete de la tarde, con sus zapatos dorados recuperados directamente del arcon del desvan de la casa de Saidres, que acumulaba quincalla de cuya procedencia ya nadie en su familia sabia responder; podian ser las cosas del tio Ernesto de cuando estuvo embarcado, o los restos del equipaje de una hermana de la bisabuela que volvio de Brasil rota y moribunda, o simplemente trastos sin historia, restos desvalidos de la vida de cada uno que habian ido llenando, a lo largo de los anos, el arcon del desvan. --Si, eso si, comodisimos. Van pasando por Loimil y grandes nubes grises y bajas siguen lagrimeando mansas. Ra Meixide conduce al limite de la prudencia, pero sin sobrepasarlo, con un punto de correcta contencion. Habla animadamente de la boda, de como conocio a los novios, ahora ya matrimonio, de como le pidieron que fuera ella, la nueva concejala, la del recien formado Gobierno municipal, la que oficiara la ceremonia civil. Ni diez semanas hacia que ostentaba el cargo, era su primera boda. --Me ha encantado la experiencia, la verdad. En general las bodas son momentos de tanta felicidad, todo el mundo se esfuerza para que salga todo perfecto, para que tenga ese toque como de magia, ?no? Ademas, la novia iba taaan espectacular, ?a que si? Para Mona, la novia podria haber ido envuelta en celofan y no habria ido mas espantosa. En realidad, no le apetece hablar de la boda. No quiere hablar de nada con esa tia, pero contribuye a la conversacion como cabe esperar. --La que iba espectacular eras tu. Me encanto el vestido que llevabas, !que tela!, con esos brillos, con esos matices irisados... Le agrada comprobar que Ra Meixide es tan simple como egolatra, y no tiene reparo en seguir con frivolidades. --Bueno, chica, es que en eso de las telas yo juego con ventaja, quieras que no, es una asignatura que me ha tocado estudiar desde la cuna. Mona recuerda la tension en la fiesta patronal de San Juan, cuando ella y sus primas estrenaban sus vestidos, todas tiesas y temerosas de mancharlos o estropearlos. Por aquel entonces, conocia a la gran Ra Meixide por ser la hija de Mucha, la de los retales, en cuya tienda la tia Milita compraba las telas para hacerles los vestidos, todos identicos, a lo mejor cambiando el color de un lazo o de un volante. Las llevaba a sesiones interminables para escoger el genero en los escasos diez metros cuadrados de local, que mas bien parecia el despacho de un estanco, con estanterias y cajas de rollos de tela, de hilos, de gavetas llenas de muestras de botones, de presillas, de pasadores, de corchetes, alli toqueteando, sobando y palpando calidades, consistencias y resistencias, mientras se desgranaba, una a una, la vida de cuanta conocida habia. Y alli estaba ella, la hija de Mucha, la de los retales, sentada en una banqueta en un rincon, entre el mostrador y el escaparate, con el libro abierto sobre las rodillas, atenta a lo que se le mandase: nina, cogeme ahi en ese cajoncito los botones nacarados, ese, si; sacale aqui a la senora esa tira de puntilla fina que acaba de llegar, que me parece a mi que le va perfecta a la cinturilla de estos conjuntos. La pequena Ra Meixide, callada y obediente, podria muy bien haber protagonizado una pelicula de esas de como se alcanza el gran sueno americano, con teson y esfuerzo, la hija de soltera que ayuda en el negocio familiar, estudia con becas publicas y suda sangre y lagrimas hasta que consigue la plaza en propiedad de profesora de quimica en un instituto, que llega incluso a directora del centro, y que se permite una excedencia para ponerse al servicio de la ciudadania en el Gobierno municipal. Y todo antes de la edad de Cristo. Sin perder, por tanto, ni un minuto de su vida. --La del vestido rojo con cristalitos cosidos, ?sabes cual te digo? Claro que Mona sabe cual le dice. Iba armada con una reflex ultimo modelo y un juego de flashes nuevecitos. Mucha idea de fotografia no se le veia, porque se movia de una punta a otra como si tuviera que hacer fotos desde todos los angulos, cuando una profesional de verdad lo que hace antes de empezar es buscar la direccion de la luz y localizar los espacios para ir a tiro fijo. --Me toco compartir mesa con ella, y era simpatiquisima. !Vaya personaje! Estuvo contando anecdotas de sus viajes. Resulta que ha recorrido medio mundo. Simpatica seria, pero Mona recuerda a la supuesta senora viajera usando la camara en automatico y disparando cuando se le antojaba, muchas veces al mismo tiempo que ella, quemandose mutuamente el trabajo con tanto flash, y consiguiendo que le cayeran bien todos los demas invitados que andaban por alli incordiando con sus moviles de ultima generacion para hacerse el tipico selfie con los novios. --!Que risa! Nos conto que en la India tenia que ducharse con un cubo y un cazo, y que un dia por lo visto le toco un cubo con rana y que se fue duchando como pudo mientras la rana la miraba fijamente. !Nos tronchamos! !Si hasta imitaba a la rana y todo! La concejala prosigue animada con las anecdotas del sabado, y Mona, viendo lo mucho que se enrolla con ese tema, sabe que acabaran llegando a la parte espinosa. Dejan atras el puente sobre el rio Ulla, cubierto de niebla y calabobos, y se van acercando ya a Santa Cruz de Ribadulla. Mona se da cuenta de que Ra Meixide hace gala de una mezcla curiosa de politica abierta y dicharachera, de conversacion amable y campechana, con un poso cotilla y desinhibido, que identifica con la herencia de los anos que paso en la tienda materna de los retales. Ya a la altura de la senal de la limitacion a cincuenta, en la entrada de Lestedo, a Mona le viene a la boca un regusto a bilis. Alli, justo alli, pero yendo en sentido inverso, le habia puesto la guinda a la desastrosa jornada del sabado. Alli la paro el agente de trafico, barra luminosa en ristre, y perdio los pocos puntos del carne que le quedaban. Atraviesan Lestedo, y la boda y toda la hecatombe que desencadeno siguen planeando sobre su animo. Es justo en ese punto cuando cae en la cuenta de que la concejala no le ha preguntado que hacia en Saidres, sola y sin coche, un lunes por la manana, cuando ella y su marido viven en Compostela. Y piensa de nuevo lo que ya pensaba en aquel instante preciso de la boda, el sabado por la tarde, lo que lleva pensando desde que se monto en ese coche: mi marido se acuesta con esta pajarraca. Y a continuacion algo aun peor, y el muy cabron me la manda para que me haga de choferesa hasta Compostela. Le entran ganas de abrir la puerta y tirarse en marcha. Quien la habra mandado montarse.
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