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Cecilia Magana
Habian pasado Marcelino pan y vino unos dias antes. Esa si la vi completa, pero la biografia de Benito no. Creo que me quede en la parte cuando entra al seminario. Supongo que de ahi vino la confusion; en la cabeza de un nino las cosas tienen sentido de una manera distinta. Para nosotros se trataba de la imagen de un santo: san Benito. <
>, dije, pensando en una estampita que tenia mi abuela, en la que aparecia san Pablo despues de que lo decapitaran: los ojos borrados y un circulo amarillo alrededor de las canas. Aidee me miraba con la boca abierta, sacando el aire por el espacio entre la lengua y los dientes, inclinados hacia fuera como si tambien ellos quisieran escaparsele de las encias. Me gustaba Aidee, aunque caminara torcida hacia delante, y lo poco que dijera pareciera venir de un lugar por debajo de su garganta cargada de flemas. A pesar de que mi hermano insistiera en que era mi novia: <>. Benito nos miraba fijamente desde su fondo naranja, con el pelo muy peinado. Lo habiamos descubierto gracias a Aidee. Cuando subimos a la azotea de mi edificio, el Guadalupe Victoria, senalo el cuadrado blanco rodeado de mugre en el cuarto piso y dijo: <>. A mi me urgia esconder el trapeador que le habiamos robado a Evelia en alguna de las jaulas y crei que hablaba de ella. <>, conteste, nervioso. No fuera a ser que la conserje terminara de barrer el patio y se diera cuenta de lo que le faltaba mientras nosotros seguiamos arriba. <>, insistio Aidee. Abri la puerta de metal y corri a encerrar el mechudo, agitando su melena. <>, le dije corriendo el cerrojo que nadie usaba. Pero mi complice seguia en el pasillo preguntando casi a gritos: <>. Asi que nos perdimos del espectaculo de Evelia y terminamos frente al retrato en su torre de departamentos. <>, pregunto. No supe que contestarle. Me acorde de lo que dijo mi abuela sobre san Antonio: como ella y sus hermanas le quitaban al nino Jesus para pedirle deseos y no se lo regresaban hasta que cumpliera. A lo mejor alguien habia robado el cuadro de mi edificio. En todo caso, si nadie lo habia regresado significaba que era malo para hacer favores. Decidimos revisar las otras tres torres, pero solo encontramos marcas de polvo sobre la pared: el santo de Aidee era unico. <>, escuche mi nombre estirandose por los barandales de cemento; era Evelia. Nos pegamos a la puerta del departamento ocho, haciendonos flaquitos para que el marco nos tapara. <>. Venia por las escaleras. Escuchamos el chicote de sus sandalias cada vez mas cerca. <>. Aprete la mano de Aidee y cerre lo ojos, imaginando al santo: <>. Ella repitio junto a mi, a su manera, y nos escuche diciendo: <>. Como si de verdad fueramos uno solo, nuestra voz rogo: <>. El sonido de la ese parecia el de una serpiente que subia a cada paso de Evelia. <>. Y seguimos con la letania, quietos, hasta que oimos el derrapon de su chancla y despues los golpes, los quejidos suaves rodando hacia abajo. Aidee me solto. Senti la mano adolorida. Nos quedamos ahi, en silencio. Evelia se quejaba. La senora Munoz salio de su departamento y llamo a gritos a su marido. Dijeron algo asi como que el pie se le habia volteado. Seguimos acurrucados en la puerta del numero ocho hasta que la llevaron al hospital. El pasillo fue oscureciendo y al llegar la hora de que las luces se prendieran, el foco sobre nosotros zumbo sin encenderse. Abri la puerta despacio, casi sin hacer ruido. Tuve miedo de encontrarme a mama sentada en la sala: el telefono en la mano, llamando al portero del condominio. Pero solo estaba Josue, iluminado por las luces amarillas en la tele. <>, dijo sin soltar la palanca. <>. Giro la silla para verme. <>. Levanto las cejas, esperando que le respondiera. <>. Sonrio y regreso a cazar fantasmas que corrian de regreso a su base con los ojos muy abiertos. <>. No le conteste, no tenia ganas de discutir. Tampoco tenia hambre. <>, murmure, pero los fantasmas ya se habian recuperado y comenzaban a perseguir a Pac-man. En la cama estuve dando vueltas sin dejar de pensar en el santo. Habia sido efectivo, sin duda, pero el milagro que habia hecho estaba mal. Cada vez que cerraba los ojos lo veia, con su fondo naranja, como de fuego, y su cara de enojo. Sone al trapeador muerto de sed en la azotea y al pie de Evelia, torcido hacia arriba, llamandolo. Me desperto el ruido de la puerta cuando mama salio a trabajar. Me cubri con la sabana. Tal vez habia sido solo una casualidad y Benito Juarez no tuvo nada que ver con la caida de Evelia; esas cosas pasan. Mi abuela se resbalo alguna vez en el piso humedo a pesar de que traia zapatos de plastico. La unica manera de saber si el cuadro en el edificio de Aidee habia sido responsable del accidente era hacer una prueba. Aidee toco el timbre a las diez de la manana. Supe que era ella porque dejaba el dedo pegado al boton. Josue, reinstalandose frente a la tele, me grito: <>. No me habia atrevido a contarle lo de Benito. La voz ronca de Aidee atraveso la puerta preguntando, como todos los dias durante ese verano, si yo seguia de vacaciones. <>. Cerre la puerta de golpe para no escucharlo gritar silabas sueltas como tarado, imitando a mi amiga. En el patio tuve que explicarle varias veces a Aidee lo del experimento. Pense que se me quedaba viendo y soltaba la carcajada porque no tenia idea: que iba a saber de milagros, si no asistia a la escuela ni al catecismo. <>. Y ella se reia otra vez y jalaba mi brazo. El problema era que no se me ocurria nada que cumpliera los requisitos. ?Aventar al gato de la senora Munoz desde arriba y pedir que cayera parado? No. ?Revivir alguna de las plantas que tenia mama en su ventana? A lo mejor, aunque la resurreccion era mucho pedir. Aidee tiraba fuerte de mi, doblando las piernas como si estuviera a punto de hacerse pipi. Quise sacudirla y hablar como lo haria Josue: <>, pero no pude. Ella siguio risa y risa con esa lengua gorda, chorreante de saliva, que hizo una mancha redonda en el cuello de su blusa. <>... <>, repitio, abriendo la boca tan grande que pude verle hasta las muelas. Parecia tan tonta. Decidi no cerrar los ojos, sino fijar la vista en la mirada oscura de Benito Juarez. No tenia tiempo para explicarle. Solo le pedi que repitiera conmigo: <>, que rogara como cuando lo de Evelia. Empezamos en voz baja, siguiendo el ritmo de nuestras palabras con las manos: <>, subiendo de volumen hasta decirlo fuerte, fuerte como un martillo: <>. La senora Munoz abrio la puerta de su departamento y se asomo chitando: <>. Y entonces Aidee hablo a mi lado, pronunciando cada palabra: <>. La senora Munoz se quedo parada sobre su tapete de bienvenida, sin decir nada, mientras Aidee y yo pasamos junto a ella: yo con la impresion de que los escalones del edificio tenian un color distinto; Aidee saltandolos de a dos en dos. No me solto de la mano hasta que llegamos a la planta baja y su cuerpo se torcio de nuevo hacia delante. A veces todavia sueno con la cabeza de Benito sobre sus hombros.
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