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Ni treinta anos de servicio en la Policia ayudaron al comisario Edgar Augusto Duarte Pereira a reprimir el espasmo de nausea ante la escena repugnante que quedo al descubierto cuando levanto la sabana blanca que disimulaba un bulto de forma alargada. La victima, de sexo femenino, yacia sobre una mancha negra que contrastaba con el arenoso suelo de tono mas claro de la orilla del rio, ligeramente oscurecido por la lluvia que habia caido durante toda la tarde, la misma que habia dado lugar a una noche apacible y llena de estrellas que desentonaba con el horror de la escena. La desnudez de la muchacha, la postura indecente y las heridas y hematomas en areas del cuerpo normalmente privadas atestiguaban que su agresor habia cometido un crimen vergonzoso, empeorado por la garganta rebanada de oreja a oreja, seguramente para acallar sus gritos. El lado derecho de la cara, que parecia dormir apaciblemente, contrastaba con el lado izquierdo, horriblemente hinchado y amoratado, a tal punto que el ojo se distinguia apenas como una rayita bordeada de finos vellos. Tenia la boca cubierta de sangre que habia brotado copiosamente de la nariz, a su vez doblada en un angulo humanamente imposible, claramente rota por un impacto con algun objeto contundente. A pesar de todos los vejamenes, el cadaver parecia delatar el cuerpo de una joven mujer; sin embargo, los gritos desgarradores de la madre --<>--, que llegaban desde detras de los arbustos que ocultaban la escena, mostraban que se trataba todavia de una nina. Asi lamentaba dona Celia la impensable perdida de su hija mayor, Marta, de dieciseis anos. Los vecinos hacian esfuerzos por contenerla mientras que los policias antimotines, que habian llegado al lugar para contener la ira y la indignacion popular, no quitaban los ojos de la muchedumbre. De pie, cortando la carretera, a unos doscientos metros de la escena del crimen, cubiertos con chalecos antibalas y cascos blindados, y armados con macanas de madera y escudos de plastico, estaban listos para atacar, y matar de ser necesario, a aquellos conciudadanos suyos, a los que el deber les exigia proteger. Enfrente tenian una muralla de habitantes del pueblo, armados con escopetas, armas de mano, palos y piedras, dispuestos a no dejarse pasar por encima. La tension entre ambos bandos se sentia en el aire, pesada, como una tormenta a punto de estallar. Policias y pobladores estaban concentrados sobre la carretera que corria paralela al rio, y que atravesaba la aldea, a unos quinientos metros de la entrada de la misma. Ya dentro del pueblo, se transformaba en calle principal y sobre ella, a unos cien metros de la subestacion de Policia, que todavia ardia luego de que los pobladores le prendieran fuego durante los disturbios de la tarde y que nadie se apresuraba a apagar, una segunda barrera de antimotines se encontraba frente a un grupo menor de habitantes. Los cadaveres de los dos policias vapuleados por la turba enardecida y los de los tres bochincheros que los agentes habian logrado abatir antes de ser ellos mismos asesinados yacian frente a la subestacion. Al lado de los agentes, una mancha de sangre y dos trazas largas proveniente de ella mostraban que alguien habia sido arrastrado en direccion a los policias. El herido, cuyo rescate habia sido el punto de partida de los disturbios, iba ya en camino al hospital de la cabecera del departamento en una ambulancia. A unos cincuenta metros calle arriba de la subestacion ardian los restos de un carro incendiado por la turba en su furia. Aquel herido rescatado por los policias era el hombre que la poblacion creia responsable del crimen. La turba lo habia linchado y lo habian dejado, dandolo por muerto, junto a los policias que lo custodiaban cuando habian sido obligados a retroceder por el contingente de antimotines completamente equipados que se habia abalanzado sobre ellos. Para sorpresa de los oficiales, a pesar de las graves heridas, el presunto asesino estaba todavia con vida, aunque inconsciente, y habian logrado sacarlo del pueblo para transferirlo a la ambulancia. Mientras tanto, al otro lado del pueblo, el comisario intentaba hacer sus constataciones o, mas bien, pretendia memorizar lo mejor posible la escena del crimen, pues los pobladores no habian permitido que llevara ni siquiera un lapiz y una libreta para tomar notas, ni pensar en una camara. El cadaver se encontraba a no mas de diez metros de la carretera, oculto por una hilera de espesos matorrales que crecian a lo largo de la via ocultando el rio de la vista de los pasantes. La barrera vegetal se detenia a unos tres o cuatro metros del agua, donde comenzaba una leve pendiente que marcaba el borde del rio cuando este estaba lleno. Era en esta especie de playa, cubierta de una fina mezcla de tierra y arena de color normalmente beis, pero que se oscurecia al estar mojada, donde el cadaver habia sido descubierto por los pobladores luego de haber constatado la desaparicion de la muchacha. El policia se agacho para ver mejor la escena del crimen mientras se ponia un par de guantes de latex. Miro sobre su hombro y saco un hisopo, cuya cabeza de algodon estaba cubierta con un pequeno tubo de plastico que se cerraba en un extremo para proteger las muestras asi tomadas. Abrio el tapon hermetico y empujo la barita dejando al descubierto la cabeza. Lo acerco a la intimidad de la muchacha para recoger una muestra, pero el clic de un arma que se amartillaba detras de el lo hizo detenerse en seco. --Chonte morboso. Ver y no tocar fue el trato en que quedamos, ?no? El comisario, que se habia detenido en seco en la maniobra, ni siquiera se digno en volver a ver al muchacho que le apuntaba con el arma. Mas que asustado estaba indignado, y no por que le apuntaran con un arma por la espalda, sino porque lo trataban de <
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