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Renee Ahdieh
El Aramis deberia haber legado al amanecer, tal como lo hacia en los suenos de Celine. El a se despertaria debajo de un cielo iluminado por el sol con la sal del oceano en la nariz y la ciudad se elevaria bril ante sobre el horizonte. Llena de promesas. Y de perdon. En vez de eso, la campana de laton que estaba en la proa del Aramis sono a la hora del crepusculo, el momento del dia que su amiga Pippa l amaba <
>. Celine creia que eso era algo muy britanico. Habia comenzado a coleccionar ese tipo de expresiones al poco tiempo de conocer a Pippa hacia cuatro semanas, cuando el Aramis se habia detenido durante dos dias en Liverpool. Hasta el momento, su favorita era <>. Celine no sabia por que esas frases le habian parecido importantes en ese momento. Quizas era porque creia que, en los Estados Unidos de America, esas expresiones muy britanicas la bene ciarian mas que las expresiones muy francesas que el a era mas propensa a usar. En cuanto Celine oyo el sonar de la campana, se abrio camino hacia babor, seguida de los pasos ligeros de Pippa. El cielo estaba cubierto de zarcil os oscuros como la tinta que se expandian en forma de abanico, y una niebla fantasmagorica envolvia la Ciudad de la Luna Creciente. El aire parecio espesarse en el momento en el que las dos chicas escucharon al Aramis entrar en las aguas del Misisipi y acercarse cada vez mas a Nueva Orleans. Cada vez mas lejos de las vidas que habian dejado atras. Pippa inhalo y se froto la nariz. En ese instante, parecia tener menos anos que los dieciseis que tenia en realidad. --Despues de escuchar todas las historias, creia que seria mas bonita. --Yo creia que seria exactamente asi --respondio Celine con un tono tranquilizador. --No mientas. --Pippa le echo una mirada de reojo--. No me hara sentir mejor. --Quizas miento tanto para mi bene cio como para el tuyo. --Una sonrisa se asomo en la cara de Celine. --Sea como sea, mentir es un pecado. --Al igual que ser molesta. --Eso no esta en la Biblia. --Pero deberia estarlo. Pippa tosio para intentar disimular su sonrisa. --Eres terrible. Las hermanas del convento de las Ursulinas no sabran que hacer contigo. --Haran lo mismo que hacen con todas las chicas que no estan casadas y desembarcan en Nueva Orleans con todas sus posesiones materiales: me conseguiran un marido. --Celine contuvo el impulso de fruncir el ceno. El a habia tomado esa decision. Era lo mejor entre lo peor. --Si les pareces impia, te juntaran con el tonto mas feo de toda la cristiandad. No cabe ninguna duda de que sera alguien con una nariz bulbosa y una gran barriga. --Pre ero un hombre feo antes que uno aburrido. Y una gran barriga signi caria que es de buen comer, asi que... --Celine inclino la cabeza hacia un lado. --En serio, Celine. --Pippa rio, su acento de Yorkshire se entrelazaba entre las palabras como si se tratara de un encaje de Chantil y--. Eres la francesa mas incorregible que haya conocido. --Me atreveria a decir que no has conocido a muchas francesas. -- Celine sonrio a su amiga. --Al menos ninguna que hablara ingles tan bien como tu. Es como si hubieras nacido hablandolo. --Mi padre creyo que seria importante que lo aprendiera. Celine levanto un hombro, como si eso fuera todo y no apenas la mitad. Con la mencion de su padre, un frances respetable que habia estudiado linguistica en Oxford, una sombra amenazo con descender sobre el a. Una tristeza cuyo peso aun no podia soportar. Celine coloco una sonrisa torcida en su cara. Pippa cruzo los brazos como si se abrazara a si misma. La preocupacion parecia acumularse en su frente, debajo de su equil o rubio, mientras las dos chicas seguian observando la ciudad desde lejos. Todas las jovenes a bordo habian oido las historias susurradas. En alta mar, los mitos que habian compartido mientras bebian tazas de cafe arenoso y amargo habian cobrado vida propia. Se habian mezclado con las historias del Viejo Mundo y habian formado relatos mas ricos y oscuros. Nueva Orleans estaba embrujada. Habia sido maldita por piratas. Era merodeada por bribones. Se trataba de un ultimo refugio para quienes creian en la magia y el misticismo. Hasta habia algunas lenguas que hablaban de mujeres que poseian tanto poder y tanta in uencia como cualquier hombre. Eso habia hecho reir a Celine. Y, al mismo tiempo, el a se habia atrevido a tener esperanzas. Quizas Nueva Orleans fuera algo diferente de lo que parecia ser a primera vista. Afortunadamente, el a tambien lo era. Y si habia algo que podia decirse sobre las jovenes viajeras a bordo del Aramis, era que la posibilidad de conocer una magia como esa --un mundo como ese-- se habia convertido en algo vital. Sobre todo para quienes deseaban deshacerse del fantasma de sus pasados. Quienes deseaban convertirse en algo mejor y mas bril ante. Y mas que nada era vital para quienes querian escapar. Pippa y Celine observaban mientras se acercaban cada vez mas a lo desconocido. A sus futuros. --Tengo miedo --susurro Pippa. Celine no respondio. La noche habia tenido el agua, como si fuera una mancha oscura sobre un trozo de organza. Un marinero desalinado se balanceaba sobre una viga de madera con toda la gracia de un equilibrista mientras encendia una lampara en la proa del barco. Como si fuera una respuesta, el agua parecio l enarse de lenguas de fuego que cobraron vida y pintaron la ciudad con un tono verde todavia mas fantasmagorico. La campana del Aramis volvio a repicar para avisar a quienes estaban en el puerto que distancia le quedaba por recorrer al barco. Otras pasajeras subieron a la cubierta y se colocaron junto a Celine y Pippa mientras murmuraban en portugues y espanol, ingles y frances, aleman y holandes. Eran mujeres jovenes que habian dado un salto de fe y habian dejado sus tierras en busca de nuevas oportunidades. Sus palabras se mezclaban para formar una dulce cacofonia de sonidos que, en cualquier otra circunstancia, habria tranquilizado a Celine. Ya no. Desde aquel a noche fatidica entre las sedas del atelier, Celine habia anhelado estar rodeada de un silencio comodo. Hacia semanas que no se encontraba segura en presencia de otros. Ni segura con el alboroto de sus propios pensamientos. Lo mas parecido a la sensacion de vadear por aguas mas bien tranquilas habia sido estar en presencia de Pippa. Cuando el barco ya estaba bastante cerca del puerto, Pippa se aferro de forma repentina a la muneca de Celine, como si intentara armarse de valor. Celine ahogo un grito de sorpresa. Se estremecio ante el contacto inesperado. Como si hubiera recibido una salpicadura de sangre sobre la cara y la sal hubiera tenido sus labios. --?Celine? --pregunto Pippa con los ojos muy abiertos--. ?Que sucede? Celine respiro por la nariz para tranquilizar su pulso y envolvio ambas manos alrededor de los dedos frios de Pippa. --Yo tambien tengo miedo. UN ESTUDIO SOBRE CONTRASTES Veintitres pasajeras desembarcaron del Aramis, cada una con un baul de madera sencil o l eno con sus posesiones materiales. Despues de consultar el mani esto, el o cial de la aduana les permitio pisar suelo estadounidense. Una hora mas tarde, siete chicas subieron a un carruaje sencil o y comenzaron a avanzar a traves de las cal es oscuras de la ciudad hacia el convento de las Ursulinas. El futuro de las demas las aguardaba en el puerto. El carruaje descubierto rodaba sobre los adoquines. A todo su alrededor, habia ramas que colgaban con el peso de las ores coloridas. Las cigarras y los escarabajos sonaban desde las sombras y sus susurros parecian hablar de una historia embrujada. Una brisa tropical se sacudio entre las ramas de un roble que lindaba con una plaza pequena. Celine sintio de una forma rara la calidez de ese brazo contra su piel, sobre todo en contraste con el ligero frio de una noche de nales de enero. Pero el a sabia que no debia quejarse. Era muy probable que la cal e de Paris en la que estaba su casa estuviera salpicada de nieve, y faltarian semanas para que pudiera usar el comodo vestido de muselina que l evaba puesto en ese momento. Celine recordo el junio anterior, cuando lo habia confeccionado con los retazos que habian sobrado del elegante vestido que habia disenado para una mujer adinerada conocida por sus encuentros infames. En ese momento, Celine habia imaginado como seria asistir a una de esas reuniones y mezclarse con los miembros mas chic de la sociedad parisina. Los deslumbraria con su amor por Shakespeare y Voltaire. Usaria ese mismo vestido, cuyo tono purpura intenso contrastaba de forma encantadora con su piel clara y cuya sobrefalda estaba repleta de pliegues y volantes elaborados. Y l evaria sus rizos negros apilados sobre la coronil a, el ultimo peinado en adornar las cabezas de las amantes de la moda en la ciudad. Celine rio hacia sus adentros divertida por el recuerdo de la chica de diecisiete anos que solia ser. Por las cosas que esa chica habia sonado con experimentar. Por las cosas que habia deseado tener y disfrutar: la entrada a la sociedad de mujeres elegantes para quienes confeccionaba vestidos que el as desecharian un par de dias mas tarde. La posibilidad de enamorarse de un joven guapo que le robara el corazon con poemas y promesas. Ahora la mera idea le parecia ridicula. Despues de varias semanas de viaje en barco durante las cuales habia estado enterrado en las profundidades de un baul de madera, el vestido arrugado que Celine tenia puesto esa noche re ejaba el giro inesperado que habia tomado su vida. No era un atuendo apto para la misa del domingo, mucho menos para una esta. Al pensarlo, Celine se acomodo sobre el asiento de madera y sintio que el corse se clavaba en sus costil as. Cuando respiro hondo, las varil as le pel izcaron los pechos. Y percibio un aroma tan delicioso que la distrajo. Inspecciono la plaza en busca de su origen. En la esquina que estaba delante del roble, habia una panaderia al aire libre que le hizo acordarse de su boulangerie favorita en el Boulevard du Montparnasse. El aroma a masa frita y al azucar que se derretia con lentitud oto entre las hojas cerosas del arbol de magnolias. No muy lejos, las contraventanas de varios balcones se cerraron con un golpe y una celosia cubierta con buganvil as de un color rosa intenso se sacudio e hizo que las ores temblaran como si tuvieran miedo. O, quizas, como si anticiparan algo. Deberia haber sido algo bel isimo de contemplar. Pero la encantadora imagen parecia estar tenida con algo siniestro. Como si un dedo palido se hubiera colado entre las cortinas y la estuviera l amando hacia un abismo oscuro. La sabiduria le dicto que hiciera caso a la advertencia. Sin embargo, Celine se sintio fascinada. Cuando echo un vistazo a las otras seis chicas que estaban en el carruaje --habia cuatro sentadas a un lado y tres, al otro--, noto un conjunto de miradas de ojos bien abiertos y expresiones que parecian ser varios ejemplos de inquietud. ?O quizas fuera entusiasmo? Al igual que con las buganvil as, era imposible estar segura. El carruaje se detuvo en una esquina ajetreada y los cabal os que lo arrastraban sacudieron sus crines. Un grupo de personas con todo tipo de vestimentas --desde los mas adinerados con sus cadenas de relojes de oro hasta los mas humildes con sus harapientas prendas de lino-- cruzaron Decatur Street con paso rapido y determinado, como si tuvieran una mision que cumplir. La situacion parecia rara en ese momento del dia, que solia estar marcado por los nales mas que por los comienzos. Como Pippa era quien estaba mas cerca del conductor, fue el a quien se inclino hacia adelante para dirigirse a el. --?Hay algun evento importante esta noche? ?Algo que explique la multitud de personas?
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