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Ruben Gozalo
?Donde crees que vas? Marcos observa el rostro afilado, los ojos saltones y los dientes ennegrecidos de Aitor, su jefe. La voz grave repiquetea en su cabeza como el redoble de un tambor. --A... a casa --dice titubeante. --De eso nada. --?Ah, no? --No. Aun no. --Pe... pero si ya he terminado mi turno. --Te quedas hasta las doce y media. !Hay mucha gente! --dice mientras senala a las personas que ocupan las mesas de alrededor. Tiene ganas de cerrar el puno y estamparselo en la cara, pero sonrie y se contiene. Sabe que las horas extras nunca apareceran en su nomina. Pero lo peor es que tampoco las cobrara. Aun no ha percibido el salario del mes pasado. El tio es un despota. Le paga cuando le sale de las narices, le trata peor que a un animal y ni siquiera le deja cinco minutos para fumar un cigarro. En cuanto le ve parado, le llama la atencion. Algunos dias le cronometra el tiempo que esta en el cuarto de bano. --Cla... claro. El asiente y trata de pensar que se halla en otro sitio y no en un maldito bar que da de comer y cenar a camioneros y currantes de un poligono industrial. Cobra una miseria, pero no se puede quejar. Es un exconvicto. Nadie en su sano juicio contrataria a un preso, por mucho que los politicos hablen de reinsercion y segundas oportunidades. --Ponme una hamburguesa gigante de beicon, queso, lechuga, tomate, cebolla y pepinillos. !Deprisa! !Ah! Y sin mostaza --dice con voz autoritaria. --!Desde luego, jefe! Con paso cansino entra en la cocina y se vuelve a embutir el delantal. En el aire flota un olor a fritanga. De la nevera saca dos trozos de carne picada y los coloca encima de la parrilla. Cuando las hamburguesas estan en su punto, las pone en el pan. Luego anade la lechuga, el tomate, los pepinillos, el beicon y la cebolla. <
>, piensa. Por suerte, hoy esta algo acatarrado. Asi que absorbe los mocos y escupe un par de flemas en el pan. La saliva se envuelve con la masa. --Ni hara falta ketchup --dice en voz alta. Aplasta la hamburguesa, anade unas patatas de bolsa al plato y sale fuera. En el local hay mas de quince clientes. Se acerca hasta la mesa donde esta su jefe y esboza una sonrisa de conejo. --Que aproveche --farfulla con sorna. Antes de ponerse detras de la barra le observa de reojo mientras la prueba. Un gesto de satisfaccion se refleja en su semblante. --!Delicioso! --dice a la persona que esta con el. Aitor es un cabron, pero ?que jefe no lo es? Mientras atiende a dos clientes, piensa en lo miserable que es su existencia. En los ultimos meses su vida se ha limitado a ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. No hay mas. Ahora comprende la razon de que muchos convictos no quieran salir del talego. En la carcel te lo dan todo. No tienes que preocuparte por fichar ni por la comida. Tampoco necesitas pagar el alquiler de la habitacion en la que vives o hacer numeros para llegar a final de mes. En los pabellones existe una rutina, unos horarios, un funcionamiento interno. Detras de las rejas eres alguien. Los otros reclusos te llaman por tu nombre y te respetan cuando coincides con ellos en el patio. Pero, una vez que te conceden la libertad condicional, lo duro se encuentra fuera. Al principio Marcos no lo entendia, pero tras unos cuantos dias en libertad comprendio la decision que habia tomado Luis, su antiguo companero de modulo. Nada mas salir por la puerta de la carcel de Topas, se subio en el primer autobus que se detuvo en la parada. Cuando llego a Salamanca dirigio sus pasos hacia una ferreteria. Alli compro un cuchillo bien afilado y, tras tomarse un cafe con leche, se persono en una caja de ahorros. Una vez dentro, se acerco con educacion hasta una de las mesas donde habia un asesor comercial y, con suma delicadeza, le coloco el cuchillo en la garganta. --!O me das toda la pasta o rajo a tu companero! --le grito a una de las cajeras. La mujer, asustada, hizo lo que le pidio. Despues, con el botin en los bolsillos, Luis salio de la entidad bancaria, se sento en el tercer escalon, extrajo un cigarrillo del bolsillo y se limito a esperar a que llegase la policia. Tan solo buscaba que un juez lo volviera a encerrar. Le cayeron quince anos. Cuando llevas la mayor parte de tu vida detras de unos barrotes, la vida en libertad se hace dura, muy dura. --?Que tal? La voz de Alfredo le saca de sus pensamientos. Es un cliente habitual. El hombre tiene unos cuarenta y tantos, voz de pito y una galopante alopecia ha deforestado gran parte de su cuero cabelludo. Posee un rostro vulgar: los ojos, marrones y achinados; la nariz, pequena; y es proclive a que le salgan ampollas en los labios. A pesar de que hace poco deporte, esta mas delgado que un alfiler. Viste como si se hubiera quedado estancado en otra epoca. Lleva chaquetas de pana con coderas, camisas de rayas con pajarita y pantalones acampanados. El tio trabaja como redactor creativo en una agencia de publicidad. Es culto. Se licencio en Filologia inglesa y tiene un posgrado en marketing digital. Sabe varios idiomas y le gusta hablar sobre literatura. Algunos dias le presta algun libro para que lo lea. Hace meses Alfredo se jactaba de ser una persona progresista, pero dejo de serlo cuando hizo las maletas y se mudo a otro barrio. --De mal en peor. En fin... ?Que te apetece tomar? --Ponme un corto de cerveza y un pinchito de tortilla. --No te lo recomiendo. La tortilla sabe a culo. Y el habia escupido tres veces, pero omitio esa parte. --!Joder! Entonces... --dice mirando los platos que quedan en el mostrador-- Mejor unas jetas. --Buena eleccion. Del bolsillo de la americana saca un ejemplar. En la portada se distingue el dibujo de una mujer asiatica embutida en un quimono. --Te he traido algo --dice mientras deja el libro encima de la barra. Marcos se limpia las manos en el delantal, esboza una sonrisa y lo coge. Al menos hay alguien fuera que le aprecia. --Rashomon y otras historias.
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