• Justicia de sangre de Franc Murcia

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    Jairo observo el color de la sangre. Despues de un rato de analisis, concluyo que el tono no se parecia a ningun otro. Presiono la herida para que el flujo se incrementase y sonrio al ver la densidad del liquido vital. No entendia como alguien podia desmayarse al ver la sangre. A el le parecia algo hermoso. Suave y seductor. Escucho el grito que venia de arriba. Levanto la cabeza y escucho a aquel energumeno, que le increpaba y le prometia que la proxima vez que no le diera el bocadillo seria mucho peor. Jairo no pudo reprimir una sonrisa y penso que escupirle un gargajo sanguinolento era la mejor respuesta que podia ofrecerle en aquella situacion. Con un poco de suerte, ganaria tiempo y podria reaccionar. Si le atacaba directamente a el, sus secuaces no reaccionarian. Al menos, eso era lo que esperaba. Contaba con que los otros se acojonarian. Si no era asi, seria hombre muerto. <>, se dijo. Otra voz le susurro que se estuviese quieto e hiciese todo lo que le pedia aquel grandullon que disfrutaba con su reinado del terror. --?Vas a quedarte ahi llorando como un bebe? --increpo el grandullon mientras acompanaba las palabras con una patada en el cuerpo ovillado del muchacho, que yacia en el suelo--. Dile a tu madre que deje de ponerte sardinas de lata. Todos sabemos que se gana bien la vida chupando pollas. El comentario le hizo a Jairo mas dano que la patada. Las habladurias sobre su madre estaban en boca de todo el barrio, y a el no le pasaba desapercibido como la miraban cuando entraba en el bar a comprar un sifon o cigarrillos. Pero lo que peor llevaba la gente es que ella se enfrentara a aquellas miradas y las combatiese con comentarios hirientes. A finales de los sesenta, una mujer soltera, resultona, a la que se veia con diferentes companias masculinas y que, ademas, bebia, fumaba y no tenia pelos en la lengua era carne de las criticas mas causticas. Pero su madre aseguraba que era envidia por vivir como le apetecia. Siempre refrendaba su opinion sobre el tema con el comentario de que ya tuvo bastante represion con un padre falangista al que le gustaba utilizar el cinturon al menor atisbo de modernidad. Jairo dirigio su mirada glacial atrapada entre aquellos largos barrotes negros que, en una contorsion imposible, oscurecian el color verde de los ojos y los convertian en una puerta al mismisimo infierno. --A tu padre no se la chupa. Se escarba los dientes con el palillo que tiene entre las piernas --escupio Jairo. El grandullon se puso rojo de rabia y comenzo a patear el cuerpo enjuto del muchacho, que se cubrio como pudo del ataque del gigante sin cabeza. Los secuaces se miraron entre ellos, y uno se atrevio a parar la furia del cabecilla. --Dejalo. Ya ha recibido suficiente. La afirmacion parecio contentar al maton, que se calmo y, senalando el cuerpo que estaba a su merced, grito: --La proxima vez eres hombre muerto, !maldito retrasado! Jairo aguardaba otra lluvia de patadas que no llego. Uno de los satelites del grandullon, asustado, se dispuso a comprobar que el muchacho no necesitase ayuda medica. Al intuir su intencion, el cabecilla le dio una colleja y solto: --Si quieres ayudarle, manana te pongo en su lugar y te llueven hostias del cielo. El resto estallo en risas nerviosas. El reinado del terror que imponia aquel muchacho, al que no se le conocian razones para ser un mal bicho, era terrible. Si no obtenia el reconocimiento de su plebe, se mostraba proclive al desanimo y a paranoias conspiratorias que arrastraban a una espiral de turbas dogmaticas y pruebas de compromiso con el lider. --Suspendes lengua, ?verdad? --dijo Jairo desde el suelo--. Llover implica que sea desde el cielo, mendrugo. El comentario hizo gracia a uno de los secuaces, que se esforzo mucho por no soltar una carcajada. El grandullon barrio con su mirada estrabica a su horda de titeres antes de volver a dar una patada brutal a Jairo. Iba dirigida a las costillas, pero el muchacho consiguio atenuar el golpe interponiendo un brazo. --Te voy a dar tal paliza que la zorra de tu madre no te va a reconocer, hijo de la gran puta. El ultimo insulto proferido por el grandullon floto por el lugar durante unos instantes antes de esfumarse. Pero rebotaba en los oidos de Jairo. --Agarradle los brazos --ordeno el grandullon. Dos muchachos corrieron a cumplir el cometido. Uno tenia un tic en el ojo y el otro estaba rapado casi al cero. Ambos sabian que debian ser ellos quienes agarraran a Jairo, que parecia un cristo crucificado en un suelo que olia a orines y cobardia. El grandullon se sento a horcajadas en el abdomen de Jairo. Luego, deleitandose, se inclino y puso sus rodillas encima de los brazos del muchacho. --Ayudadme a abrirle la boca --mando de nuevo. Los mismos crios que antes le sujetaban los brazos corrieron en su ayuda sin rechistar. --Necesita que le lavemos la boca --dijo apretando los carrillos de Jairo--. Tiene una lengua muy sucia. Los otros dos se aplicaron en su nueva mision. Cuando entre los tres tuvieron la boca de Jairo abierta, el grandullon hizo el sonido desagradable del que produce un gargajo asqueroso. La mucosidad que producen las carencias se aglomero en la boca del maton. Macero la mezcla de fluidos y, en el momento en que estaba dispuesto a dejar caer el chorro vomitivo en la boca de Jairo, este consiguio morder los dedos laxos de un secuaz que previamente estiraba sus labios. En un movimiento raudo, el muchacho se deshizo de lo que le oprimia y lanzo un escupitajo sanguinolento al rostro del grandullon, que no se esperaba aquella reaccion. La sorpresa paralizo al resto de rivales. El maton, con horror, se paso el dorso de la mano por la cara y, sin abrir demasiado los ojos para que no se le metiese el liquido espeso que cubria su rostro, solto un punetazo. Jairo consiguio apartar la cabeza con un movimiento felino, y el puno del grandullon se estrello en el suelo. El maton solto un grito de dolor y sus secuaces se quedaron clavados. No sabian lo que tenian que hacer. Jairo aprovecho la indecision. Se levanto impulsado por el odio y el afan de revancha y se lanzo a las espaldas del grandullon para cogerlo con fuerza del cuello. Luego, con un movimiento rapido, saco su afilado lapiz Staedtler Noris del numero 2 y lo paso con fuerza y rapidez por la mejilla del maton, que ya no parecia tan fiero y que grito muerto de miedo. Jairo amenazo con clavarle el lapiz en la garganta mientras la brecha del carrillo comenzaba a sangrar. El muchacho miro con atencion la sangre. Se calmo al momento. Penso que la suya era mas atractiva y se levanto sin dejar de amenazar al grandullon con el lapiz ante la atenta mirada de los secuaces, que no iban a mover un dedo. --?Ves lo que sucede cuando te pasas de listo? --dijo Jairo como si estuviese sentado en el sillon de su casa--. Voy a tener que darte un correctivo --anadio simulando la voz del sadico profesor de religion. El grandullon lloraba muerto de miedo. No conseguia ver cual era la gravedad de la herida que no paraba de sangrar y que abrasaba su cara. Con las manos manchadas de sangre, reclamaba ayuda a gritos y pedia clemencia a un Jairo frio como el hielo. --!No, por favor! !Llamad a un medico! !Este loco me ha rajado la cara! --Todavia no he acabado contigo --dijo con una sonrisa agridulce. Sus ojos se entornaron y el verde del iris fulminaba y le hacia parecer de otro planeta. La cadencia y la calma con que pronuncio las palabras hizo que el ambiente se cargara de terror. Y de mas orines. Jairo disfrutaba de su protagonismo. Para dar mas tension, cogio el sacapuntas y se dispuso a afilar el lapiz. --?Que vas a hacer? --pregunto el grandullon, sumiso y sin apartar la mano de su moflete abierto. --Ahora lo veras --prometio con la misma sonrisa. El grandullon retrocedio hasta la pared oscura devorada de moho y suciedad. Sus pantalones cortos se tineron con un tono mas profundo. --Por favor, por favor, deja que vengan a curarme. Me duele mucho la cara y no para de sangrar --consiguio decir entre sollozos. --Te prometo que ese va a ser el menor de tus problemas --dijo Jairo, que caminaba hacia el y daba la espalda a los secuaces del grandullon. Estaba seguro de que no iban hacer nada por ayudarle. Jairo empunaba el lapicero como si de una varita magica se tratase. Cuando llego donde se hallaba el grandullon, se arrodillo a su lado y dijo: --Estate quieto o sera peor. El terror inmovilizo al maton. Quiza era cierto que aquel chico era el mismisimo demonio. Jairo puso el lapiz frente a la cara del grandullon. --?Izquierda o derecha? --?Que? Jairo chasqueo los labios y comenzo a cantar el <>. Lo hizo clavando la mirada irredenta en los ojos del maton y sin borrar la sutil sonrisa cinica. La concurrencia estaba extasiada, incapaz de mover un musculo, y pendiente del zigzag agorero que dibujaba el lapiz. Jairo pronuncio el conocido <>. Hizo un gesto de <> sin apartar el lapiz convertido en arma blanca. Espero unos instantes que al maton se le hicieron eternos. Parecia que el muchacho meditara en dejar marchar a su cazador convertido en presa. La sonrisa muto y ahora parecia angelical. La de un nino que nunca hubiese roto un plato. Algo en la cabeza de Jairo le dijo que el muchacho que tenia ante si ya habia tenido suficiente y parecia que ganaba el duelo a la otra voz. Jairo relajo la fuerza con la que sujetaba el lapiz. El maton con la cara rajada buscaba una respuesta en los ojos de su captor. Un atisbo de esperanza crecia entre tanta oscuridad y, cuando parecia que iba a desaparecer, lo inundo todo. Jairo realizo un movimiento de vertigo y le clavo el lapiz en el ojo. El ataque arranco un grito salvaje del que segundos antes fuese el maton mas temido del colegio. Fue un movimiento rapido y preciso. Como si Jairo fuese un experto cirujano. Los alaridos de dolor y panico que emitia el grandullon no evitaron que contemplara con interes la herida y el liquido que manaba de ella. Antes de apartarse de su victima, se metio la parte percutora del lapiz en la boca y sonrio de satisfaccion. J 2 Pajaros caidos airo observaba como los vocales, uno era fiscal de la audiencia; el juez de menores, que tambien lo era de adultos, y el resto de funcionarios devoraban a su madre. Se les intuia el deseo en la mirada y en la entrepierna. Sin ningun atisbo de verguenza al sentirse por encima del resto de mortales y amparados por un poder exclusivo que apostaba por la represion y el miedo y se regia por el legado de la sangre. Penso que, de un momento a otro, el juez, como aquel maton al que le dibujo otra pupila en un ojo, mandaria a sus esbirros sujetar a su madre, reclinarla sobre la mesa, levantarle la falda, arrancarle las bragas y obligarla a abrir las piernas para que el fiscal, como si de un mamporrero se tratase, sujetara el miembro erecto del juez y lo introdujera en el interior de su madre para que los otros dos funcionarios lo ayudasen con los movimientos invasivos del delito que no existia en sus codigos: violacion. Fue entonces cuando le hicieron la pregunta: --?Estas arrepentido, chico? Jairo observo las verrugas que poblaban el rostro del hombre que se habia dirigido a el. Miro a su madre, que asentia con la cabeza y mostraba su sonrisa mas tierna, antes de que el respondiera: --Si --mintio. El tipo parecio quedar complacido por la respuesta de Jairo y volvio a desnudar a la persona de la sala que ocupaba sus pensamientos libidinosos. --?Prometes que no volveras a obrar de esa manera? --insistio el hombre. Jairo lo miro sin entender nada de lo que significaba <>. Clavo la mirada en el suelo. Volvio a contar las piedras negras de la baldosa de terrazo que pisaba antes de contestar. Intuyo que debia responder que si y asi lo hizo. --Bien --contesto el hombre de las verrugas a punto de perder la paciencia--. Porque, si te volvemos a ver por aqui, iras de cabeza a un reformatorio --concluyo. A partir de ahi desconecto. No le volvieron a preguntar. Para no ver como atosigaban a su madre con la mirada, prefirio contar todas las piedras blancas que habia incrustadas en el terrazo de la sala. Luego conto los lunares del juez y las verrugas del hombre de las verrugas. Se imagino como serian sus vidas de individuos importantes, pero le parecieron tan aburridas que se canso enseguida. Si en algun lugar se depositaban los remordimientos, supuso que era en las bolsas que colgaban, como carunculas, bajo los ojos de aquellos cuervos cargados de testosterona. Se imagino que, tal como le explico Gines, todos tendrian el pecho, ahora oculto por la camisa y la corbata, muy colorado por culpa de abusar de la practica sexual. Cuando acabo la vista, Jairo tuvo que esperar en un banco a que su madre saliera de firmar los papeles en el despacho del juez. No habia nadie en aquella antesala y escucho los gritos de indignacion de su madre y como el magistrado la amenazaba con retirarle la patria potestad. Luego se hizo el silencio y, tras un tiempo indeterminado, escucho los grititos que emitia el juez con la eyaculacion. Jairo no supo que sucedia dentro de la habitacion y penso que los sonidos agudos y pateticos que emitia el juez eran como el de los gorrinos cuando se les clavaba el cuchillo en el cuello. La mujer abandono la oficina con el rostro poblado por el rubor que causa la injusticia. Se limpiaba la mano con un panuelo. El juez aparecio detras, ajustandose el paquete entre los pantalones sostenidos por tirantes con los colores de la bandera, se apoyo en el marco de la puerta y dijo: --No se te olvide. Recuerda quien soy y lo que puedo hacer para que tu vida se convierta en un infierno. No eres una decorosa esposa y nadie te creeria. Si quieres a tu hijo, que no se te olvide. Jairo noto la mirada de odio que su madre le lanzo al juez y el deseo agazapado en aquel cuerpo orondo. El rostro jadeante y sudoroso amenazaba con engullir los ojos miopes cargados de lascivia.