• La guarida del raposo, Antonio Orozco Guerrero de Antonio Orozco Guerrero

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    Mi nombre es Jose Raposo. Siendo un crio me fui a guardar cabras con Perico el Cojo. Luego, trabaje como jornalero en el cortijo de los Galvez. Hasta que los dos hijos pequenos del patron violaron a mi hermana Juana.
    Ellos pagaron su culpa y yo la mia: Los mate y a mi me condenaron a cadena perpetua. Fueron anos terribles. Ahora que lo pienso, no bebia para olvidarme de todo, sino para acabar con aquella pesadilla.
    Un dia, aparecio por el penal una persona excepcional que me hizo ver que yo podia ser un buen hombre. Comprendi que para ser alguien como los demas tenia que huir de alli. Cuando lo hice, supe que mi hermana habia tenido un hijo y que la familia de los violadores se lo quito a la fuerza. Me encontre con la nina que habia jugado conmigo de pequeno, y me asombre al comprobar que ya era una mujer.
    Y me escondi en una guarida, como hacen los animales que llevan por nombre mi apellido. Los carabineros siguen mi rastro; los Galvez han mandado a Publio Cano, un cazador de recompensas, para que me mate. Pero tambien tengo amigos que me ayudan,
    No me voy a dejar coger. Si salgo de mi escondrijo, sera con los pies por delante o como un hombre libre.
    Pero eso es imposible… ?O no?

  • La guarida del raposo de Antonio Orozco Guerrero

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    La calesa transita con dificultad por la zona de Alcubilla, al oeste de Jerez de la Frontera, ya en las afueras y muy cerca del lugar donde se cruzan el carril de Sanlucar de Barrameda, el camino viejo de Rota y la trocha de El Puerto de Santa Maria, para entrar en la ciudad por el sur. Hace un dia desapacible. Un final de marzo tipico de la zona. El viento de levante se acaba de apaciguar, dando paso a una lluvia debil e intermitente. El carruaje ha salido por la manana temprano del cortijo de los Galvez, y lleva recorridos mas de diez kilometros. Se desplaza entre una marana de chozas, todas casi identicas, a veces apinadas y a veces algo mas dispersas. Las paredes son siempre de adobe, oscurecido por el tiempo y la intemperie, y los techos de enea. En algunas puertas, siempre desvencijadas y viejas, hay ancianos sentados en sillas cuyo asiento esta hecho del mismo material que los techos de los habitaculos inmundos donde viven. Mejor seria decir malviven. Dentro de la calesa, en el sentido de la marcha, estan sentados un hombre y una mujer, ambos jovenes. El es alto, tiene el pelo oscuro y peinado hacia atras. En el rostro, escrupulosamente rasurado, la linea de sus labios parece marcar un caracter resuelto y firme. O tal vez se trata de alguien que esta acostumbrado a hacer siempre su voluntad, de una u otra forma. Los ojos delatarian ante un buen observador a una persona tan educada como cinica. Alguien que gusta de deshacerse en cumplidos y elogios cuando le conviene, pero tambien es capaz de hacer todo lo necesario para desembarazarse de cualquier estorbo, del tipo que sea, sin el menor escrupulo. Ella tiene el pelo mas claro que oscuro, los ojos azules y la tez palida. Entre las manos, algo temblorosas, se mueve, cuenta a cuenta, lentamente, un rosario de fina manufactura. La ropa que lleva es de calidad, aunque sus tonos oscuros desentonan con el rostro. Enfrente de la pareja esta sentada una chica, casi una nina, con cofia y traje inmaculado de criada de buena familia. No suele atreverse a levantar la cabeza salvo cuando es preguntada; y esto no ha sucedido desde que salieron del cortijo, situado algo mas alla de Albaladejo, justo al lado contrario de la ciudad. El conductor de la calesa la detiene de vez en cuando y pregunta a algun anciano de los que estan sentados en las puertas de sus casas, como si no lloviera y estuvieran tomando el sol. Al fin, se detiene delante de una choza. --Don Jesus, aqui es. --Gracias. La pareja permanece en el interior un tiempo. Como si no se terminasen de decidir a bajar. Los dedos de ella recorren el rosario a mayor velocidad y las manos tiemblan ligeramente. La criada baja aun mas la mirada, como si tratara de encontrar la manera de esconderse debajo del suelo. De repente, con un brillo duro en los ojos y los labios apretados, Jesus mira, apremiante, a la criada. --!Nina! ?Se puede saber a que esperas? Ya sabes lo que tienes que hacer. La chica, tremendamente nerviosa, baja de la calesa ayudada por el conductor, que lleva un rato esperando ante la puerta. A continuacion, se dirige a la entrada de la choza y se asoma. Es un habitaculo redondo con un palo vertical en el centro. Hay tres colchones de paja, totalmente ennegrecidos y deformes, en el fondo. Cuatro sillas y una mesa redonda hacia la izquierda, debajo de la cual se puede ver una estufa de picon, que se encuentra apagada. Al lado de la mesa, un armario comido por la polilla y un enorme baul --mejor seria decir una gran caja de madera medio astillada--. A la derecha, una cocina de carbon hecha de ladrillos bastos, junto a la que se encuentra una pila de lena. Sobre la cocina y en la pared de frontal hay varios cacharros totalmente negros por fuera, que sirven para cocinar. Al lado, una tinaja de barro de mas de un metro de altura y una jarra grande para sacar y echar agua. Algunos soplillos de palma, una escoba del mismo material con el mango de cana, un utensilio de madera para lavar la ropa, un cantaro de barro de boca ancha, colgado del palo central, una tina grande de zinc, un pestilente cubo del mismo metal, y pocas cosas mas, completan el <>.

  • El tribunal negro de Antonio Orozco Guerrero

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    Poco despues del estallido liberal del verano de 1835, Meliton Rechi, jefe de policia de Cadiz, y su ayudante, el agente Candido Molina, achacarian los crimenes del Tribunal Negro a la reaccion de algun fraile de la ciudad contra las represalias sufridas. Tenian fundadas razones para llegar a esa conclusion. ?A quien sino a un religioso, profundamente irritado con la situacion politica y avido de venganza por el maltrato sufrido, se le iba a ocurrir resucitar la Santa Inquisicion de manera ilegal y ponerse a matar herejes? Mas tarde, descubririan que las cosas no eran tan sencillas. * * * Desde el balcon principal de la casa Aduana, sede del Gobierno de Cadiz, el mariscal de campo Rafael de Hore y Diaz agitaba los brazos de arriba abajo, con las palmas de las manos extendidas, tratando de calmar los animos de una multitud que gritaba cada vez mas enardecida. Con una sonrisa benevola y amplios movimientos verticales de cabeza, trataba de hacer ver a los que gritaban, cada vez con mas fuerza e insistencia, <> que les comprendia perfectamente y que compartia su fervor liberal, lo cual estaba muy lejos de ser cierto. Hore siempre supo adaptarse a las circunstancias politicas de cada momento. Teniente en 1791, en diciembre de 1808 ya era coronel. La rendicion de Badajoz ante los franceses hizo que fuera arrestado en la Isla de Leon en 1811. Se le acusaba de cobardia; dos anos despues, el consejo de guerra que lo juzgo en Cadiz determino su puesta en libertad. El conocido en Espana como <>, entre 1820 y 1823, no comenzo bien para el ya por entonces brigadier. Varios oficiales bajo su mando solicitaron en septiembre de 1820 su separacion del servicio <>. Se le abrio expediente, pero resulto, una vez mas, declarado inocente. En mayo de 1822 fue nombrado gobernador de Ciudad Real y en 1823, siendo gobernador de Santona, fue hecho prisionero por los franceses que invadieron Espana para liberar al rey don Fernando Septimo y llevado a Francia. En 1824, cuando el movimiento liberal auspiciado por Rafael de Riego ya habia sido desbaratado y este habia sido llevado al patibulo, Hore pidio regresar a Espana, presumiendo de que siempre habia combatido contra Riego y su liberalismo exaltado. Tras el fallecimiento del rey don Fernando, en septiembre de 1833, su capacidad de adaptacion lo llevo a convertirse en uno de los militares partidarios de sostener a la reina viuda regente --un <>-- y dispuesto a luchar por la causa de la reina nina dona Isabel en contra del infante don Carlos Maria Isidro, hermano de don Fernando y absolutista donde los haya. Nada mas iniciarse la primera guerra carlista, en noviembre de 1833, siendo ya mariscal de campo y gobernador de Castellon, Hore asalto Morella y expulso de alli a los cabecillas carlistas. Y ahora estaba alli, en aquel balcon de Cadiz, como gobernador de la provincia, <> y un poco hastiado del excesivo calor y humedad que habia traido el mes de julio. <>. Ese era el pensamiento pertinaz que se habia instalado en la cabeza del gobernador. Y era cierto. El Gabinete de Cea Bermudez, surgido a raiz del fallecimiento del rey, duro poco, pues su reformismo administrativo no satisfacia a los mas conservadores y su conservadurismo politico repugnaba a los mas liberales. Menos de cuatro meses despues de la llegada de Cea al poder, en enero de 1834, Martinez de la Rosa, un tibio liberal por entonces, se hizo cargo del Gabinete. Los liberales radicales, imprescindibles para sostener a la regente ante la guerra con los carlistas, no podian sentirse satisfechos, despues de los anos pasados en el exilio, con el <> que urdio Martinez de la Rosa, una carta otorgada muy alejada de la Constitucion de 1812. El cierre de los conventos en los que se habian estado produciendo fugas de religiosos a las filas carlistas no fue suficiente para apaciguar el odio de los radicales hacia el clero regular, que se habia distinguido en las denuncias contra liberales encubiertos durante los ultimos anos de vida del rey don Fernando. Y todo lo anterior termino por llevar, en junio de 1835, al conde de Toreno, un liberal exaltado, al poder en Espana. Aun asi, los mas radicales seguian sintiendose insatisfechos. Querian una Constitucion y la querian ya. Y deseaban fervientemente que se tomaran medidas drasticas contra el clero regular, acusado en su totalidad de apoyar al bando carlista. Una acusacion excesiva que hizo pagar a muchos justos por pecadores. El conde de Toreno trato de calmar los animos de sus correligionarios politicos decretando el dia 4 de julio la expulsion de los jesuitas de sus conventos --aunque sin obligarlos a salir de Espana-- y el 21 la expulsion de los monjes y religiosos de las casas en las que habitaran menos de doce profesos. La medida, en vez de llamar a la paz de sus companeros radicales, los llevo a considerar al conde de Toreno como un traidor. No aceptaban nada que no fuese la expulsion general de todos los religiosos y monjes de sus conventos y la incautacion de todos sus bienes por parte del Estado. Cuatro dias despues del tibio decreto de expulsion de religiosos, el gobernador de Cadiz estaba presenciando el primer conato de insurreccion contra el nuevo Gobierno. Detras de Hore, fuera del balcon, se encontraba su ayudante de campo, el comandante Ortega. --!Manuel! --?Si, mi general? --Cambiate de paisano, corre para el cuartel de San Roque y le dices al coronel Osorio que le llevas mi orden de enviar a los mandos y tropa de su regimiento que considere necesario para dispersar a esta chusma. Informale del numero aproximado y dile que luego monte patrullas por la ciudad. --?Y sobre los medios a utilizar, mi general? --El coronel Osorio sabe lo que debe hacer y como hacerlo. Asi que eso va de su cuenta. --!A la orden, mi general! Una hora despues, el coronel Francisco Osorio se encontraba en el despacho del gobernador, esperando que el batallon del comandante Mendez resolviese la cuestion. Osorio era, antes que nada, un militar con muchos anos de oficio y poco dado a entrometerse en asuntos de politica. En cierto modo, la antitesis de Hore. --Bueno, Paco, cuentame como has organizado el cotarro. --Mi general, he dado ordenes al comandante Mendez, jefe del segundo batallon, para que disperse al personal de ahi fuera. Por otro lado, el comandante ha enviado una Compania al ayuntamiento, porque nos hemos enterado de que ha sido tomado por algunos radicales. Una vez expulsados los de alli y dispersados los de aqui, se organizaran patrullas durante todo el dia hasta que se de por pacificada la ciudad. --Me parece muy bien. Y, respecto a los medios a utilizar y a los procedimientos, ?que me dices? --Mi general, en mi opinion, es preferible usar la minima fuerza posible. Con el precedente del 10 de marzo de 1820, creo que ya tiene Cadiz suficientes <>. Ya sabe a que me refiero… Por eso he ordenado al comandante que se prodiguen los disparos al aire, los empujones y las carreras, e incluso, si me apura, los culatazos que sean necesarios, pero que se evite hacer victimas por disparos