Ver todos los libros de: Felipe Ojeda Redondo
Certeros disparos impactaron sobre el cuerpo del magistrado, que ya estaba muerto cuando cayo al suelo. Su cuerpo inerte quedo tirado sobre un gran charco de sangre. La alarma se extendio por el senorial, centrico y congestionado barrio de Salamanca. Un distrito habitado por gente de alto nivel economico. La comisaria de Policia del distrito de Buenavista entro en ebullicion y la noticia corrio por todo el pais como la polvora. La investigacion paso a las manos directoras de una brigada central especial, la Regional de Informacion, donde el teniente Angel Navarro estaba a cargo de la investigacion. Se presentaba un reto para la comisaria dado los escasos medios que disponian. Hacer frente a un delito de ese calibre requeria de una gran experiencia y unos nervios de acero. Ademas, sumado al volumen de los casos que entraban diariamente en la comisaria, la resolucion de ese caso, lo hacia mas complejo todavia, si eso era posible. Quince minutos mas tarde del asesinato del magistrado, el teniente Navarro se presento en la escena del crimen acompanado por el sargento Felipe Garcia. La zona se encontraba acordonada por la policia, y la multitud se acercaba curiosa por saber que habia sucedido. --Felipe, pide a los agentes que pregunten a la gente si alguien ha visto algo de lo sucedido. Observo el cuerpo inerte del magistrado. No tardo en reconocerlo, se trataba del juez Santiago Lopez. Le dolio verle en medio de ese charco de sangre, ya que lo conocia por haber colaborado en algunos casos complejos y delicados. Se fijo en los impactos de bala, y no le paso desapercibido lo centrados que estaban y lo calculado de su trayectoria. Tuvo la seguridad de que no se trataba de un siempre asesinato, mas bien era una ejecucion publica. Era notorio que el magistrado se habia ganado algunos enemigos poderosos. En Espana se estaban viviendo momentos complicados; en plena postguerra, con un Gobierno corrupto por los cuatros costados, incluidas las rencillas entre los mandos del Ejercito por repartirse el pastel. La represion era insostenible y el estraperlo campaba a sus anchas. Jueces, policias y altos cargos, pese a lucha de cara al pais, eran quienes controlaban el contrabando. Lo que Navarro pensaba se lo tenia que guardar y tener mucho cuidado, no estaba conforme con la dictadura ni, mucho menos, con los mandos policiales, pero, a su pesar, no podia hacer otra cosa que obedecer. En Madrid, como capital de Espana, se centraba el eje del trafico ilegal de mercancias. A nadie le extranaba encontrar cadaveres tirados en las cunetas como ajustes de cuentas. Era sabedor de que algunos mandos policiales estaban detras de los ultimos asesinatos; si bien, no se podian imaginar que se atreviesen a asesinar a un juez. --Teniente, hay una persona que dice haber visto lo sucedido. --Llevalo a la comisaria para que preste declaracion y, sobre todo, que no hable con nadie. -- Navarro tenia el sombrero en las manos mientras maldecia a los asesinos de su amigo. El teniente se incorporo y espero a la llegada del medico forense, que no tardo en acudir al lugar y examinar el cuerpo. Dando por concluida su labor, dio permiso para levantar el cadaver del magistrado y llevarlo a la morgue. --Doctor, soy el teniente Navarro, estoy a cargo de la investigacion. No hace falta ser un genio para ver lo que le produjo la muerte. Si encuentra algo relevante para la investigacion hagamelo saber, por favor. Navarro se puso el sombrero; aunque, antes de abandonar la plaza de Callao con direccion a la comisaria, se dio cuenta de que habian elegido una buena zona para cometer el asesinato del magistrado. Contaba con varias salidas para escapar. Sin duda, los asesinos no eran unos delincuentes cualesquiera y sabian muy bien lo que se hacian. Su aplomo y seguridad en si mismo conseguian que cualquier persona retrocediera a su paso. Con un metro ochenta de altura y su cuerpo atletico intimidaba hasta el mas pintado. En la comisaria, estaba todo patas arribas debido al asesinato del magistrado. Eran conscientes de la repercusion de lo sucedido y mas por ser una persona cercana a los poderes politicos. El teniente, durante la guerra lucho al lado de los franquistas, sin que ello significara que estuviera de acuerdo con toda la represion que se estaba ejerciendo con las personas del bando contrario. --Sargento, ?donde se encuentra el testigo? --Lo he tenido que meter en una celda. Habia demasiados curiosos que no hacian otra cosa mas que preguntarle y no queria que la informacion saliera de aqui. --Hiciste bien. Ahora, sacalo de la celda y llevalo a mi despacho. Navarro se encontraba en el despacho cuando recibio la llamada de su superior. --Navarro, soy Cifuentes. --Digame, senor. -Un semblante serio se le dibujo en el rostro. --Teniente. No quiero perdidas de tiempo y quiero a los responsables delante de mi lo mas rapido posible. --Hare todo lo que este en mi mano; sin embargo, tengo la sensacion de que este caso no es lo que aparenta. Navarro, reclinado sobre el sillon y con los ojos cerrados, pensaba en todo lo que se le vendria encima. La presion, la angustia y, sobre todo, los nervios, no iban a ser nada faciles de digerir. El sargento Felipe, acompanado por el testigo del asesinato del magistrado, entro en el despacho. --?Como se llama? --pregunto Navarro. --Agustin --contesto el hombre con voz temblorosa. --Muy bien, Agustin. Segun me dice el sargento, usted presencio el asesinato del juez. --Si, senor. Estaba sentado en la terraza de la cafeteria cuando vi un coche que se detuvo enfrente mio. Aprovecharon el momento en el que el hombre se disponia a cruzar la plaza para dispararle. --?Como era el coche? --pregunto el sargento Felipe. --Era un coche negro, con los cristales oscuros, aunque tenia el cristal de la ventanilla trasera bajado. --?Que hizo usted cuando sonaron los disparos? --interrogo el sargento. --Me tire al suelo y cuando levante la vista, el coche ya no estaba. Entonces vi al hombre en suelo sobre un gran charco de sangre. --?Que hacia usted en la cafeteria? --Inquirio Navarro. --Como todos los dias, antes de entrar a trabajar, me tomaba un cafe ahi. --Sargento, tome nota de la direccion de su vivienda y del trabajo, por si necesitamos ponernos en contacto con el. Era obvio que el asesinato del magistrado no fue por azar, sino que fue premeditado. No era normal que se ejecutara a un juez en plena plaza de Callao, uno de los lugares mas concurridos de la capital y a la vista de todo los que alli estuvieran. El teniente se planteaba dos cuestiones: <>. Navarro queria saber en que casos se encontraba trabajando el magistrado, tenia la esperanza de encontrar alguna pista sobre como encauzar la investigacion. Todo fue en vano, despues de varios dias esperando la autorizacion por el Ministerio de Justicia, la respuesta fue negativa. Se la denegaron eludiendo que no era relevante para la investigacion. En ese momento Navarro entendio que no iba a ser un camino de rosas y que se encontraria muchas trabas por el camino. El teniente no era consciente de los nubarrones negros que se le venian encima. No podia entender la falta de colaboracion por parte del Ministerio de Justicia. Era necesario saber en que asunto se encontraba trabajando el juez para descartar que no fuese un asunto relacionado con algun caso que tuviera asignado en esos momentos. Todo lo que se encontro fueron impedimentos: no podia revisar los procesos en los que se encontraba trabajando el magistrado en la actualidad. El enfado del teniente fue mayusculo. No podia comprender su forma de proceder. ?Como querian que resolviese el asesinato del juez si la propia direccion para la que trabajaba le cerraba las puertas?
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