• La luna en las minas de Rosa Ribas

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    Habia aullado de hambre toda la noche. A la madre se le habia cortado la leche. El padre se acerco a la cuna y lo miro. Las frazadas revueltas parecian a punto de engullirlo, pero se resistia, apretaba con fuerza los punos diminutos. Lo levanto con morosidad, esperando una voz que lo detuviera. La criatura abrio los ojos. Esos ojos. Las ojeras debajo, un presagio de luto si el no hacia nada. Lo envolvio para protegerlo del frio. Era febrero y una gruesa capa de nieve cubria las calles del pueblo. Hizo un fardo prieto, el llanto ceso y lo sucedio una queja aguda, como la de los gatitos cuando los metian en un saco para tirarlos al pozo. Percibio tras de si un roce entre las sabanas, ella se movia, tal vez dejaba de darle la espalda a esa cuna odiada. Cargo el fardo en el brazo derecho y se volvio. Despeinada y amarillenta, su mujer reptaba para sentarse. No le quitaba la vista de encima, pero seguia muda. El avanzo hasta la puerta. Antes de abandonar el dormitorio, se giro de nuevo para que viera a la criatura. --Llevatelo. --Tenia la voz rasposa, como si no solo se le hubiese cortado la leche, sino que se hubiera secado toda--. !Vete! !Llevatelo! --Un grito de papel de lija antes de cerrar los ojos. Salio. Bajo la escalera de piedra que llevaba a la planta inferior. Sus dos hijos se habian apostado frente a la puerta de la casa. Dos pequenos centinelas temblorosos. El mayor tenia seis anos; el pequeno, tres. Cogidos de la mano, miraban el bulto del que salia un debil sonido. Se calo el sombrero de fieltro sin soltar al bebe, ya que veia en los ojos de los hermanos la decision de arrebatarselo, y se planto delante de ellos. El mayor levanto la vista implorante; el pequeno bajo la cabeza para contemplar sus recias botas engrasadas con manteca. En uno reconocio su mismo remolino de pelo en la coronilla; en el otro, la forma de la nariz. Tambien la boca, el grueso labio inferior que temblaba al hablar. --No se lo lleve, padre. Le respondio que era mejor para todos. --Por favor, padre. Le dijo que era mejor tambien para la criatura que, de lo contrario, moriria. --No es culpa de Ximo, padre. Fue la bestia que entro en la casa y… Y callo para siempre al recibir la bofetada. --No se contradice tres veces a un padre --le grito al hijo, mientras se lo gritaba a si mismo para convencerse de que esa y no otra habia sido la razon de su manotazo. El golpe lanzo al mayor hacia la derecha y lo arranco de la mano del pequeno, quien se aparto hacia el otro lado mientras repetia en un murmullo <>, y se cubria la cara con el brazo recien liberado. El hizo como si no lo hubiera oido pronunciar las palabras prohibidas y abrio la puerta. Los hijos quedaron dentro, pegados a la hoja. Dos pequenos centinelas inanes. El llanto del bebe arranco de nuevo al salir de la casa, como si supiera que no iba a volver nunca mas. El padre habia cargado las alforjas de la mula con ropa para la criatura. La habia cogido sin fijarse en si era grande o pequena, gruesa o delgada; ni siquiera en si los otros dos todavia la necesitaban. Ya les traeria cosas nuevas cuando bajase a Castellon. Habia metido tambien unas mantas, una piel de borrego y, cada vez mas confuso, incluso una boina que habia sido de su suegro. Bajo la calle empinada al final de la cual vivian. La nieve de la noche estaba todavia intacta y acolchaba sus pasos y los de la mula. Aun asi, el crujido lanoso debajo de las botas proclamaba a cada paso las silabas de su verguenza. O-pro-bio-o-pro-bio-o-pro-bio. El sonido que debia de acompanar el resto de su vida a los padres cobardes de los cuentos. Se detuvo un momento al llegar a la esquina de la plaza. Tambien estaba desierta, si bien cruzada por huellas madrugadoras de personas y animales. Dio un suave tiron a la brida de la mula y siguio caminando. O-pro-bio-o-pro-bio-o-pro-bio. Estuvo a punto de dar media vuelta para dejar de oir esas silabas. No lo hizo. Un paso mas, otro y otro. O-pro-bio-o-pro-bio-o-pro-bio. La enorme sombra que proyectaba una iglesia desmesurada en un pueblo tan pequeno no era lo bastante oscura para ocultarlo a el con su paquete en brazos. En la fachada, siete hornacinas: dos entre los pares de columnas que flanqueaban la puerta; cinco alineadas sobre el portal. Todas vacias. Ningun santo que le ofreciera una mirada de indulgencia o le levantase un dedo amonestante. El chirrido de unos goznes que despertaban entumecidos le hizo volver la cabeza a la izquierda. La duena de la tienda de ultramarinos, al otro lado de la plaza, salia a barrer la nieve y, tras un saludo mudo, se quedo observandolo con los brazos cruzados y la cabeza ladeada como un grajo. Paso de largo. Un mensajero invisible habia avisado a los vecinos. A pesar de la hora temprana, los visillos se apartaron sin disimulo en una de las casas de la calle Mayor. Paso de largo. Bajo las arcadas, la sombra de la boina sobre los ojos del viejo panadero fingia la indiferencia con que se contempla todo aquello de lo que se hablara despues en voz baja. Paso de largo. Unas casas mas adelante se abria la puerta de la taberna y dejaba escapar una vaharada de tabaco y vino. El remolino de rumores acres encerrados alli toda la noche le rozo los oidos antes de morir en el aire helado. Es el hijo de… dicen que la bestia… dicen que los ojos… dicen que la madre… dicen que… verguenza. Oprobio. Paso de largo. O-pro-bio-o-pro-bio-o-pro-bio. Al doblar la esquina para tomar el camino al mas, dos mujeres enlutadas, cobijadas detras de la hoja baja del porton de la casa, se santiguaron al verlo con el bulto gimiente en el brazo derecho. Mudas, como su esposa, como el pueblo entero, mientras el estuviera presente para mirarles a la boca. A su espalda las voces se arrastrarian unas a otras con el estrepito sordo de los aludes. Miralo, miralo, se lo lleva a la madre, al mas, fuera, lejos de Vistabella. Paso de largo. La nieve cubria los tejados, los alfeizares, los arcos de piedra de las puertas; de algunos balcones colgaban afilados carambanos. Dejo atras las calles angostas y las casas apretujadas, apoyadas unas en las otras como si temieran caer cuesta abajo. Tomo el camino de San Juan de Penagolosa. O-pro-bio-o-pro-bio-o-pro-bio. Para llegar al mas tenia que pasar por delante del cementerio. Trato en vano de acelerar el paso. La cruz de piedra sobre una columna frente a la portada de acceso estaba torcida, vencida por el peso del frio, que tambien aplastaba las tejas de la ermita contigua. En el campanario vacio, una urraca que lo seguia desde que habia abandonado el pueblo lanzo un graznido aspero, como la voz de su esposa. Se detuvo en seco. Le habia parecido vislumbrar una sombra deslizandose entre la pared del cementerio y el porche de la ermita. Esta vez fue la mula, llevada por la inercia del paso, la que lo obligo a seguir. Temeroso de que los muertos le reclamasen lo que casi era suyo, empezo a cantar. Seria la unica vez que cantaria a ese hijo. La vibracion del pecho del padre lo desperto. El bebe emitio un gorjeo. Seria el unico sonido de gozo que el padre iba a escucharle. Paso de largo del cementerio. Tras cruzar unos bancales en los que incluso los resquicios entre las piedras estaban cubiertos de nieve, llego al bosque y dejo de cantar. Los pies se le hundian y tenia que arrancarlos a la fuerza de una masa humeda empenada en dificultarle cada paso. Date la vuelta. Regresa. Date la vuelta. Decian ahora los crujidos bajo sus botas. Morira. Lo dejara morir. Respondia cada vez. Apretado contra su pecho, el bebe dormia. La urraca lo seguia y marcaba su camino en el aire; cada graznido negro un insulto, para que todos supieran. Por ahi va. Se aleja. Por ahi va. Se lo lleva. Volvera con las manos vacias. Tomo la pista de tierra que llevaba al mas en el que se habia criado. Avisada por las voces de la urraca, la abuela se habia asomado y lo vio acercarse. Una mancha negra al principio; despues distinguio la figura humana y la mula que se movian penosamente en la nieve. Reconocio a su hijo; le parecio, por la posicion del brazo, que portaba algo, pero no podia imaginarse que le traia a un nieto. Y, a pesar de que ella se sentia demasiado vieja para criar a un nino, no estaba dispuesta a que muriera de hambre porque la nuera le tuviera miedo. Porque sentia que con cada gota de leche le robaba la vida, decia, porque estaba maldito, decia. --Porque tiene esos ojos… --anadio el padre mientras dejaba el fardo en los brazos de la abuela. En ese momento la criatura se desperto y la miro. La abuela se estremecio, pero lo apreto con mas fuerza contra su cuerpo. --Entonces, que sepas que renuncias a el. El habia asentido sin poder apartar la mirada de la criatura. --A partir de ahora este nino sera mio, el mio. Los otros ya no me interesan en absoluto. Y ahora, vete --le ordeno a su hijo. Tambien le dijo que se llevara toda la ropa que habia traido. --Si me vive, yo le hare y le comprare ropa nueva. Lo mantuvo con vida con leche de oveja diluida hasta que consiguio que lo amamantara una nodriza que hizo venir de otro pueblo durante medio ano. Como ya habia corrido la voz de que el padre lo habia sacado de casa porque la madre le tenia miedo, la nodriza le abrio la boca para comprobar que no tuviera dientes y le pidio a la abuela un pago mas alto y quedar libre de hacer tareas pesadas en la casa. Mientras lo amamantaba le tapaba los ojos con un panuelo. Por si acaso. Y los rumores fueron creciendo a la par que el nino. Porque tenia los ojos verdes y el pelo de color pajizo, porque aprendio muy pronto a caminar, porque era algo mas pequeno que otros ninos de su edad, pero mas fuerte que otros mayores, porque hablaba poco y miraba con fijeza. Porque todos recordaban la noche en que la bestia habia entrado en la casa de la familia, esa en la que el no vivia.

  • Trilogia de los anos oscuros de Rosa Ribas

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    Alli estaba Mariona. Blanca, rubia, carnosa y muerta. Como un huron enjaulado, Abel Mendoza iba de un lado a otro del monstruoso escritorio levantando pequenas nubes de polvo al revolver pilas de papeles que no habian sido tocados desde hacia meses. Se volvio hacia los estantes llenos de libros de medicina. Las manos parecian haber cobrado vida propia y se movian enajenadas sacando libros, recogiendo algunos de los caidos al suelo, cerrando los cajones abiertos y abriendo los cerrados. Finalmente encontro lo que buscaba. En ese momento, con un golpe involuntario del dorso de la mano izquierda, tiro al suelo una calavera de plastico, la mitad de la cual estaba recubierta de musculos y tenia un ojo; la otra, solo tenia los huesos pelados. Las calaveras siempre sonrien, incluso cuando caen al suelo y el impacto hace saltar el globo ocular, que huye dando botecitos como una pelota de ping-pong hacia el cuerpo yaciente. Levanto la calavera y, a pesar del nerviosismo, o tal vez por ello, no pudo evitar corresponder a su sonrisa. Entonces, el ojo de plastico golpeo el tacon del unico zapato que llevaba la muerta. Ese sonido seco y hueco desato el panico definitivo. Abel Mendoza abandono la habitacion y salio huyendo por la misma puerta que habia abierto con una ganzua hacia unos minutos. 1 --Han asesinado a Mariona Sobrerroca. Goyanes sonaba neutro, profesional, como siempre. Joaquin Grau se cambio de mano el pesado auricular negro del telefono para poder frotarse la sien derecha. El dolor de cabeza que tenia desde que se habia levantado le habia dado un zarpazo en el momento en que el comisario le comunico la noticia. Ignorante de ese efecto, la voz al otro lado de la linea seguia hablando. --La encontro muerta su criada esta manana, al volver despues de pasar el fin de semana con unos familiares en Manresa. La casa estaba patas arriba, seguramente un robo. El dolor de cabeza se hizo mas intenso. Grau estiro el brazo para acercar el vaso de agua que su secretaria le habia dejado sobre la mesa, cogio un sobrecito de analgesico, se lo metio entre los dientes y lo abrio de un tiron. Echo el contenido en el agua y lo removio con la cucharilla sin hacer ruido. Se lo bebio de un trago y despues interrumpio a su interlocutor: --?Quien va a llevar el caso? --Se lo he dado a Burguillos. --No. No me convence. Al otro lado del telefono se oyo un resoplido. Grau lo ignoro y le ordeno: --Quiero a Castro en ese asunto. --?Castro? --Si, Castro. Es el mejor que teneis. Goyanes no podia mas que asentir. --Esta bien --concedio, pero sonaba contrariado. El fiscal reacciono con irritacion. --Y espero resultados pronto. En un mes tenemos aqui el Congreso Eucaristico y quiero la ciudad limpia. ?Queda claro? --Clarisimo. Tras colgar el telefono, analizo la conversacion. Habia tomado la decision correcta. Castro era uno de los inspectores mas capaces de la Brigada de Investigacion Criminal, por no decir el mas capaz. Y le era absolutamente leal. De Goyanes no estaba tan seguro, porque, aunque en esta ocasion el comisario de la Brigada de Investigacion Criminal le habia mostrado una vez mas el grado necesario de sumision, desde hacia un tiempo Grau no estaba seguro de poder fiarse de Goyanes y de sus hombres mas proximos, como el inspector Burguillos. Su puesto en la fiscalia de momento no se tambaleaba. De momento. Pero era consciente de que sus enemigos eran muchos, cada vez mas. Ademas eran astutos. Los sabia capaces de esperar escondidos en las sombras hasta ver llegar una ocasion propicia. Tenia que estar atento. Goyanes obedecia, pero lo habia notado aun mas distante de lo que era habitual en el. ?O eran imaginaciones suyas? Tenia que estar atento, en guardia, como siempre. El leon que da el primer zarpazo suele ser el ganador. Implacable, asi le gustaba definirse a si mismo. Como en la guerra, cuando era juez militar, cargo donde destaco por su capacidad y prontitud a la hora de dictar sentencias de muerte. Por eso, cuando despues de la guerra el Regimen designo personas de confianza para la nueva Administracion de Justicia, lo nombraron fiscal en Barcelona. La labor empezada en la guerra no habia terminado, aun quedaba mucho por hacer. El seguia siendo implacable. Se recosto en el asiento y miro la pila de cartas sobre su mesa. Nunca habia permitido que las abriera su secretaria, del mismo modo en que no habia dado pie a la mas minima aproximacion. Si bien el se habia informado bien sobre quien era la persona a su servicio, ella no sabia absolutamente nada que no tuviera que saber sobre su jefe. Ni ella ni nadie. No entenderia nunca la necesidad de las personas de contar historias personales a los demas, de abrir gratuitamente flancos de ataque al enemigo. Su vista seguia clavada en los sobres intactos. Aun experimentaba un ligero malestar al encontrar la correspondencia diaria encima del escritorio. Despues de la huelga de usuarios del tranvia de la primavera del ano pasado, durante varias semanas habia abierto las cartas con algo de temor. El boicot de la poblacion a la subida de los billetes del transporte publico y la huelga general que siguio habian costado muchas cabezas. En primer lugar, la del gobernador civil de Barcelona, a quien siguio de inmediato la del alcalde. Dos funcionarios de la Falange acabaron en la carcel porque no mostraron excesivo entusiasmo por enviar sus unidades a llenar los tranvias para acabar la huelga. Otros falangistas de la vieja guardia habian perdido tambien sus puestos. Nadie podia estar seguro de conservar su posicion. Cogio al azar una de las cartas, un sobre de papel bueno que desgarro con un golpe seco del abrecartas con empunadura de acero. Era una invitacion a una recepcion oficial. Por supuesto que iria, aunque solo fuera para no darles oportunidad de murmuraciones e intrigas a sus espaldas. Si, estaba en guardia. Y ahora el asesinato de la Sobrerroca. Mariona Sobrerroca muerta. La habia conocido y tratado en eventos sociales; tambien a su marido, ya fallecido, el doctor Jeronimo Garmendia. !Que vueltas da la vida! En dos anos la magnifica mansion en el Tibidabo habia quedado deshabitada. Asi de rapido los habia alcanzado la guadana de la muerte. <> penso. <>. Para ambos solo habia una solucion, mantener la cabeza fria. La muerte de Mariona Sobrerroca solo significaba trabajo, era un caso, una investigacion policial. Que implicaba tambien husmear entre la burguesia barcelonesa. Eso, por una parte, podria ser complicado. A saber con que se iban a encontrar. Siempre que se investigaba un asunto, daba lo mismo donde, salian a la luz trapos sucios. Era como trabajar de pocero, siempre se acababa sacando mierda. Y a esta gente, como a cualquiera, no le gustaba que se mirara en sus cloacas y, dado que estaban bien relacionados, habia que tratarlos con guantes de seda, porque enseguida hacian llegar sus quejas y, sobre todo, sabian a quien hacerselas llegar. Despues habria que esperar que los resultados de la investigacion fueran satisfactorios. Quiza, como en otras ocasiones, habria que ocultar un par de cosas, y no estaba muy seguro de que un asunto de esas caracteristicas le fuera a reportar apariciones publicas destacables. ?O tal vez si? Cogio el telefono y marco el numero de Goyanes. Le dijo lo que queria sin preambulos: --Quiero que este caso reciba un tratamiento prioritario en la prensa. --?Por que? --Porque es importante mostrar al mundo que en este pais el crimen se persigue y castiga de forma eficaz. Si Goyanes creia o no esas frases tomadas del discurso oficial, le daba lo mismo. Grau sabia que tenian la propiedad de ser incontestables. --?Que quiere decir prioritario? --quiso saber el comisario. --Que se lo vamos a dar en exclusiva a un periodico, a La Vanguardia. --?A esos? ?Por que precisamente a ellos? Recuerde lo que paso con la informacion del caso Broto... --Justo por eso. Esta vez, como unica fuente oficial, no podran ponerse a especular. Esta conversacion fue aun mas breve que la primera. Despues echo la cabeza hacia atras y cerro los ojos con la esperanza de mitigar algo el dolor, que ahora se hacia sentir como una pulsacion en los oidos. Por otra parte, se dijo, recuperando el hilo de pensamiento que habia interrumpido para llamar al comisario, era muy probable que gracias a las pesquisas llegara a sus manos alguna que otra informacion interesante que se ocuparia bien de conservar y usar cuando fuera menester. Quiza incluso obtuviera informaciones que podrian ayudarle a resolver algunos de sus pequenos problemas. Empezo a notar un ligero alivio. 2 A las nueve de la manana, mientras contemplaba con ojos adormilados la taza de cafe medio vacia, Ana Marti oyo el telefono en la escalera. El aparato estaba en un hueco, debajo del primer tramo, metido en un cajon con una puerta de rejilla cerrada con un candado. La llave solo la tenian Teresina Sauret, la portera, y los Serrahima, los vecinos del principal, que eran los duenos del edificio. Cuando el telefono sonaba, la portera lo cogia y se encargaba de avisar al vecino a quien iba dirigida la llamada. Si le apetecia, porque a veces no le venia en gana. Las propinas o los aguinaldos de Navidad, tanto la expectativa de recibirlos como la generosidad con que se hubieran presentado, la animaban a subir las escaleras. Ese dia seguramente la posibilidad de reclamar los dos meses de alquiler que debia Ana le concedio mas agilidad a sus piernas y poco despues de que el sonido estridente del aparato la hubiera sacado de su piso, la portera ya habia subido hasta el tercero, que con el principal era un cuarto, y aporreaba la puerta. --Senorita Marti, telefono. Abrio. Teresina Sauret, plantada en mitad de la puerta, le bloqueaba la salida. Por el espacio que no cubria su cuerpo rechoncho embutido en una bata de felpa entro un aire frio y humedo. Ana estiro la mano para coger el abrigo, por si la llamada era larga, y las llaves para cerrar e impedir miradas curiosas de la portera. Esta debio de pensar que buscaba el dinero y se hizo a un lado. Ana aprovecho el hueco para salir del piso y cerrar la puerta. Dejo a la portera a pocos centimetros de la madera con la cara a la altura de la mirilla de bronce redonda como un ojo de buey. Las de las otras tres puertas brillaban a la luz de la bombilla que colgaba desnuda del techo del rellano. No habia lamparas en los pasillos de las plantas de alquiler, solo en la entrada del edificio y en el principal, para las visitas de los Serrahima; que los inquilinos de los pisos de alquiler no las tuvieran y lo que estos pudieran opinar traia sin cuidado a los duenos de la casa. La portera mascullo algo; no seria ni bonito ni agradable, pero Teresina Sauret tomaba la precaucion de no decirlo demasiado alto para que si alguien en la casa lo escuchaba no lo entendiera y, con todo, a ella, a la morosa, le bastara percibir el tono para entender el mensaje. Mientras tanto, Ana bajo corriendo las escaleras, llego al hueco y cogio el pesado auricular de baquelita que la portera habia dejado apoyado en la caja. --?Diga? --?Aneta? Era Mateo Sanvisens, jefe de redaccion de La Vanguardia. --?Conoces a Mariona Sobrerroca? ?Como no iba a conocerla? Llevaba casi dos anos escribiendo notitas de sociedad, a la fuerza tenia que conocerla. Viuda de un medico de postin, pubilla de un antiguo linaje catalan, era parte del elenco fijo en todas las fiestas importantes de la ciudad. --Claro --respondio. Despues de separarse de la puerta, Teresina Sauret habia iniciado el descenso y ralentizaba el paso para poder captar parte de la conversacion. Los pies se acercaban con una lentitud exasperante. --Pues ya no la conoces, la conocias. --?Y eso? --Esta muerta. --Y necesitais la necrologica para manana... --empezo a decir. Las lineas del texto ya se escribian en su cabeza, <>. Sanvisens le arranco de un golpe la maquina de escribir de la cabeza. --Aneta, hermosa, ?eres boba o te has atontado de ir demasiado al Liceo? ?Crees que te llamaria yo para una necrologica? Llevaba suficiente tiempo tambien haciendo de negro para el periodico como para saber cuando no habia que responder a la preguntas de Sanvisens. Aprovecho el silencio para despedirse con una inclinacion de la cabeza de la portera, quien por fin habia logrado alcanzar el ultimo peldano. Teresina Sauret se metio en su casa. El roce de sus zapatillas se detuvo, como era de esperar, justo detras de la puerta. --La han asesinado. Sobresalto a la portera con la exclamacion que se le escapo al escuchar estas palabras, porque se oyo un golpe en la puerta. <>, penso Ana. --Me gustaria que siguieras el asunto. ?Quieres? Se le acumularon muchas preguntas. ?Por que yo? ?Por que no lo hace Carlos Belda? ?Que dice la policia? ?Que quieres que haga? ?Por que yo? Se le acumularon tantas preguntas que solo dijo: --Si. Mateo Sanvisens le pidio que fuera de inmediato a la redaccion. Colgo. Subio a zancadas hasta su piso, se puso unos zapatos de calle, cogio el bolso y se lanzo escaleras abajo. Teresina Sauret estaba cerrando la puertecilla del telefono. --!Que modos! !Vaya carreras! --escucho mientras salia corriendo a la calle en direccion a la Ronda. Paso de largo sin mirar la pintada que habia estampado el rostro de Jose Antonio sobre unas letras de molde que proclamaban <>, contra cuyo vandalismo nadie se habia atrevido a protestar por temor a significarse. Como no venia ningun tranvia en direccion a la plaza de la Universidad, prefirio no esperar e ir a pie. Camino tan rauda hasta la calle Pelayo, que pronto dejo de notar el fresco en las piernas. En la redaccion del periodico esperaba que Sanvisens diera respuesta a sus preguntas. Tal vez incluso a la pregunta de por que la habia llamado a ella y no a Carlos Belda, que era quien siempre se encargaba de las noticias de sucesos. --Carlos esta enfermo. Estara de baja por lo menos una semana, si no dos --le dijo Sanvisens despues de saludarla y mirar el reloj como si hubiera cronometrado el tiempo desde la llamada. Solo por cortesia, ella pregunto: --?Que tiene? --Unas purgaciones. Se las han tratado con penicilina y le ha hecho reaccion. --Igual lo que estaba mal era la penicilina. No hubiera sido algo tan extrano. Habia mas de un caso de penicilina y de otros medicamentos adulterados que habian dejado un rastro de muertos y enfermos cronicos. Adulterar penicilina estaba penado con la muerte. Tambien se castigaba hacerlo con el pan o con la leche. Pero se hacia. --Igual si --dijo el redactor jefe.

  • La luna en las minas – Rosa Ribas de Rosa Ribas

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    Se decia que durante la guerra, la otra, la nuestra, le habia cogido demasiado gusto a la sangre. Una querencia de sangre. Un apetito de sangre. Como un lobo.

  • Un asunto demasiado familiar de Rosa Ribas

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    La agencia de detectives de Mateo Hernandez tiene su sede en una centrica calle del popular barrio barcelones de Sant Andreu. Alli, junto a Mateo, trabajan sus hijos Marc y Amalia, y un asistente, Ayala, encargado de los trabajos mas sucios. A veces, ademas, colabora de una forma peculiar Lola, la mujer de Mateo, cuyas intuiciones sobre los casos suelen ser desconcertantemente certeras. Hasta hace unos meses tambien formaba parte del equipo Nora, la hija mayor del matrimonio, pero en la actualidad se encuentra en paradero desconocido; una preocupacion que, como un silencioso cancer, esta erosionando la convivencia de la familia. y de la empresa.