• Tarjeta Amarilla de Paolo Bacigalupi

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    Los machetes relucen en el suelo del almacen, reflejando una roja conflagracion de yute, tamarindo y muelles percutores. Ya estan por todas partes. Los hombres con sus panuelos verdes en la cabeza, sus consignas y sus hojas chorreantes. Sus voces resuenan en el almacen y en la calle. El hijo numero uno ya ha desaparecido. A Flor de Jade no consigue encontrarla, da igual cuantas veces pedalee su numero de telefono. Los rostros de sus hijas se han partido por la mitad, como durios afectados por la roya. Mas llamaradas. La negra humareda se enrosca a su alrededor. Atraviesa las oficinas del almacen a la carrera, dejando atras las carcasas de madera de teca y los pedales de hierro de los ordenadores, los montones de ceniza que senalan el lugar donde sus empleados se han pasado la noche quemando documentos, eliminando los nombres de las personas que han ayudado a las Tres Velas. Corre, asfixiado por el calor y el humo. Una vez en su elegante despacho, se abalanza sobre los postigos de la ventana y forcejea con los pestillos de bronce. Embiste con el hombro contra la madera pintada de azul mientras el almacen arde y los hombres de piel tostada irrumpen como una marabunta, blandiendo sus viscosos cuchillos escarlatas… Tranh se despierta, sin aliento. Unos afilados cantos de cemento se clavan en las protuberancias de su espinazo. Un asfixiante muslo salobre le cubre la cara. Aparta de un empujon la pierna del desconocido. En la penumbra resplandecen pieles barnizadas de sudor, marcadores impresionistas que senalan la posicion de los cuerpos que fluctuan y se agolpan a su alrededor. Ventosidades, gemidos y vuelcos, carne contra carne, hueso contra hueso, los vivos y los muertos a causa del calor, todos juntos. Un hombre tose. Pulmones humedos y gotitas de saliva que surcan el aire hasta el rostro de Tranh, que tiene la espalda y el vientre pegados a las sudorosas pieles desnudas de los desconocidos que lo rodean. La claustrofobia se revuelve en su cubil. Se obliga a contenerla. Se obliga a yacer inmovil, a respirar de forma acompasada, hondamente, a pesar del calor. A paladear las sofocantes tinieblas con toda la paranoia de su mente de superviviente. Se mantiene despierto mientras los demas duermen. Conserva la vida cuando otros hace ya mucho que la perdieron. Se obliga a permanecer inmovil, y a escuchar. Suenan timbres de bicicleta. Abajo, a lo lejos, a diez mil cuerpos de distancia, a toda una vida de distancia, suenan timbres de bicicleta. Se desenreda de la madeja humana, arrastrando tras el el saco de canamo que contiene sus pertenencias. Llega tarde. De todos los dias en los que podria demorarse, este es el peor. Se cuelga la bolsa de un hombro huesudo y baja las escaleras a tientas, pisando con cuidado entre el alud de carne dormida. Sus sandalias se deslizan entre familias enteras, amantes y hambrientos fantasmas al acecho, rezando para no resbalar y partirle el cuello a algun anciano. Paso, tanteo, paso, tanteo. Una maldicion se eleva de entre la masa. Los cuerpos ruedan y se sacuden. Recupera el equilibrio en un rellano, entre los privilegiados que yacen horizontalmente, y continua anadeando. Abajo, siempre hacia abajo, doblando mas recodos en la escalera, pisando con cuidado en el manto que forman sus compatriotas. Paso. Tanteo. Paso. Tanteo. Otro recodo. Un destello de luz grisacea se insinua a lo lejos. Un soplo de aire fresco le besa la cara, le acaricia el cuerpo. La catarata de carne anonima se materializa en individuos, hombres y mujeres amontonados unos encima de otros, con el cemento por almohada, apoyados en la pendiente de la escalera sin ventanas. La luz gris se torna dorada. El tintineo de los timbres suena ya con mas fuerza, tan claro como el repicar de las alarmas de cibiscosis. Tranh sale de la torre de pisos y se zambulle en la marea de vendedores de congee, tejedores de canamo y carros de patatas. Apoya las manos en las rodillas y jadea, llenandose los pulmones de remolinos de polvo y estiercol pisoteado, agradeciendo cada bocanada de aire mientras el sudor mana a chorros de su cuerpo. De la punta de su nariz caen perlas salobres cuya humedad salpica el empedrado rojo de la acera. El calor mata a las personas. Mata a los ancianos. Pero el ha salido del horno; no ha perecido asado, pese al ardor de la estacion seca. Las bicicletas y sus timbres pasan por su lado como bancos de carpas, camino de los respectivos puestos de trabajo de sus duenos. La torre de pisos se cierne a su espalda, cuarenta alturas de calor, enredaderas y hongos. Una ruina vertical de ventanas rotas y apartamentos saqueados. Un residuo del esplendor de la antigua Expansion energetica, devenida ahora en recalentado ataud tropical, sin aire acondicionado ni electricidad que lo protejan del implacable sol ecuatorial. Bangkok mantiene a sus refugiados encerrados en el palido firmamento azul, con la esperanza de que no salgan de alli. Y sin embargo el ha emergido con vida, pese al Senor del Estiercol, pese a los camisas blancas, pese a los anos; una vez mas, ha bajado de los cielos abriendose paso con unas y dientes. Tranh endereza los hombros. La gente remueve woks repletos de fideos y extrae humeantes bolas de baozi estofado de sus ollas de bambu. El engrudo gris de arroz U-Tex rico en proteinas inunda el aire con la pestilencia del pescado podrido y los aceites acidos saturados. El estomago de Tranh se encoje de hambre y una pelicula de saliva pastosa le reviste la boca, todo cuanto consigue invocar su cuerpo deshidratado ante el olor a comida. Los gatos demonio rondan las piernas de los vendedores ambulantes como tiburones, aguardando a que caiga algun bocado, atentos a la menor ocasion de latrocinio. Sus relucientes formas camaleonicas centellean parpadeantes, revelando indicios de pelajes manchados, siameses y anaranjados antes de confundirse con el telon de fondo de las paredes de cemento y las hordas hambrientas contra las que se rozan. Los woks arden con fuerza, resplandecientes de metano tenido de verde, emitiendo nuevos aromas conforme los fideos de arroz chapotean en el aceite caliente. Tranh se obliga a girar sobre los talones. Se abre paso a empujones entre el gentio, arrastrando la bolsa de canamo con el, ignorando a quien golpea y quien lo impreca a su espalda. Las victimas del Incidente ocupan los portales, agitando las extremidades amputadas y mendigando a aquellos que tienen un poco mas que ellas. Acuclillados en taburetes para el te, algunos ven como se acumula el bochorno de la jornada mientras fuman diminutos cigarrillos de tabaco de hoja dorada de contrabando liados a mano que saltan de boca en boca. Las mujeres conversan en corrillos, manoseando nerviosas sus tarjetas amarillas mientras esperan a que los camisas blancas aparezcan y les renueven los sellos. Los tarjetas amarillas se extienden hasta donde alcanza la vista: un pueblo entero, refugiados en el gran reino de Tailandia tras huir de Malaca, donde de repente habian dejado de ser bienvenidos. Un denso coagulo de desplazados sometidos a la autoridad de los camisas blancas del Ministerio de Medio Ambiente, como si no fueran mas que otra especie invasora que contener, como la cibiscosis, la roya y el gorgojo pirata. Tarjetas amarillas, personas amarillas. Huang ren por todas partes, y Tranh llega tarde a la unica oportunidad de escapar de su presa. Una sola oportunidad en todos sus meses como refugiado chino tarjeta amarilla. Y llega tarde. Se abre camino junto a un vendedor de ratas, traga otro torrente de saliva ante el olor de la carne asada y se adentra corriendo en un callejon, en direccion a la bomba de agua. Frena en seco. Otras diez personas hacen cola delante de el: ancianos, jovenes, madres, chiquillos. Se le hunden los hombros. Le gustaria indignarse ante semejante reves. Si tuviera energias para ello… si hubiera comido bien ayer, o anteayer, o incluso el dia anterior, gritaria, tiraria la bolsa de canamo al suelo y la pisotearia hasta reducirla a polvo… pero sus calorias estan demasiado bajas. No es mas que otra oportunidad malograda gracias a la mala suerte de los huecos de la escalera. Deberia haber dado sus ultimos baht al Senor del Estiercol para alquilar un espacio en algun apartamento cuyas ventanas dieran al este a fin de ver el sol en cuanto despuntara y levantarse temprano. Pero opto por racanear. Con su dinero. Con su futuro. ?Cuantas veces les habia dicho a sus hijos que gastar dinero para ganar mas dinero era perfectamente aceptable? Pero el timido refugiado tarjeta amarilla en que se ha convertido le aconsejo que reservara los baht. Como un ignorante raton de campo, eligio aferrarse a su dinero y dormir en huecos de escalera negros como la brea. Deberia haberse alzado como un tigre y haber hecho frente al toque de queda y a las porras de los camisas blancas del ministerio. Ahora llega tarde, apesta a hacinamiento y debe hacer cola detras de otros diez, todos los cuales deben beber y llenar un cubo y cepillarse los dientes con el agua marron del rio Chao Phraya. Hubo una epoca en que exigia puntualidad a sus empleados, a su esposa, a sus hijos y a sus concubinas, pero eso era cuando poseia un reloj de pulsera de cuerda y podia contemplar el lento desgranar de los minutos y las horas. De vez en cuando daba vueltas al muelle diminuto, escuchaba su tictac y azotaba a sus vastagos por su actitud indolente. Se ha vuelto viejo, lento y estupido, de lo contrario habria previsto esta situacion. Como deberia haber previsto la creciente beligerancia de los Panuelos Verdes. ?Cuando se emboto tanto su mente? Uno por uno, los demas refugiados terminan con sus abluciones. Una madre con la dentadura mellada y brotes grises de fa' gan tras las orejas llena su cubo, y Tranh avanza. El no tiene ningun cubo. Tan solo la bolsa. La preciada bolsa. La cuelga junto a la bomba y se cine el sarong en torno a las caderas enjutas antes de acuclillarse debajo del cano. Tira de la palanca de la bomba con un brazo esqueletico. Lo bana un chorro caliente de agua marron. La bendicion del rio. La piel se descuelga de su cuerpo con el peso del agua, tan flacida como la de un gato afeitado. Abre la boca y bebe el liquido arenoso, se frota los dientes con un dedo, preguntandose que protozoos podria estar engullendo. No importa. Ahora confia en la suerte. Es lo unico que le queda. Los ninos observan como se bana el cuerpo arrugado mientras sus madres rebuscan entre las pieles de mango de PurCal y las cascaras de tamarindo de Red Star con la esperanza de encontrar algun pedazo de fruta sin contaminar por la cibiscosis.111mt.6… ?O es 111mt. 7? ?O mt.8? Antes conocia todas las plagas biologicas de diseno que las afectaban. Sabia cuando estaba a punto de malograrse una cosecha, y si los nuevos bancos de semillas estaban pirateados. Se beneficiaba de esos conocimientos llenando sus cliperes con las semillas y las hortalizas adecuadas. Pero de eso hace toda una vida. Le tiemblan las manos cuando abre la bolsa y saca su ropa. ?Es la edad o la emocion lo que le hace estremecer? Ropa limpia. De calidad. El traje de lino blanco de un hombre adinerado. El atuendo no era suyo, pero ahora si, y lo ha mantenido a salvo. A salvo para esta ocasion, aun cuando necesitaba desesperadamente venderlo a cambio de dinero en efectivo o ponerselo mientras el resto de sus ropas se convertian en harapos. Arrastra los pantalones por sus piernas huesudas, quitandose las sandalias y haciendo equilibrios sobre cada pie. Comienza a abotonarse la camisa, obligando a sus dedos a apresurarse mientras una vocecita en su cabeza le recuerda que el tiempo apremia. --?Piensas vender esas ropas? ?O vas a pasearlas por ahi hasta que te las arrebate alguien con carne en los huesos? Tranh mira de reojo a pesar de que no deberia ser necesario, deberia reconocer esa voz, y sin embargo mira de todas maneras. No puede evitarlo. Antes era un tigre. Ahora no es nada mas que un ratoncito asustado que salta y se estremece a la menor insinuacion de peligro. Y alli esta: Ma. De pie ante el, sonriente. Gordo y exultante. Tan vital como un lobo. Ma sonrie de oreja a oreja. --Pareces uno de esos maniquis de alambres de la plaza Palawan. --Ni idea. No puedo permitirme el lujo de comprar alli. --Tranh continua vistiendose. --Ese traje es tan elegante que podria haber salido de Palawan. ?Como lo has conseguido? Tranh guarda silencio. --?A quien quieres enganar? Esas ropas se disenaron para alguien mil veces mas grande que tu. --No todos podemos ser igual de gordos y afortunados. --La voz de Tranh es un susurro. ?Desde cuando susurra asi? ?Ha sido siempre un monton de huesos traqueteante que susurra y suspira ante cada nueva amenaza? Lo duda. Pero le cuesta recordar como deberia sonar un tigre. Lo intenta otra vez, templando la voz--. No todos podemos ser tan afortunados como Ma Ping, que vive en los pisos mas altos con el Senor del Estiercol en persona. --A pesar de todo, sus palabras suenan como juncos barriendo el cemento. --?Afortunado? --Ma suelta una carcajada. Tan joven. Tan pagado de si mismo--. Me gano mi destino. ?No es eso lo que solias decirme siempre? ?Que la suerte no tiene nada que ver con el exito? ?Que todas las personas se forjan su propia fortuna? --Vuelve a reirse--. Mirate ahora. Tranh rechina los dientes. --Hombres mejores que tu han caido. --Otra vez ese espantoso susurro cohibido. --Y hombres mejores que tu se alzaran. --Los dedos de Ma se posan en su muneca. Acarician un reloj de pulsera, un elegante cronografo antiguo de oro y diamantes: Rolex. De otra epoca. De otro lugar. De otro mundo. Tranh se queda mirandolo fijamente, embobado, como una serpiente hipnotizada. No logra apartar la vista de el. Una sonrisa languida se dibuja en los labios de Ma. --?Te gusta? Lo encontre en una tienda de antiguedades, cerca de Wat Rajapradit. Me parecio familiar. La rabia de Tranh se incrementa. Empieza a replicar, despues sacude la cabeza y no dice nada. Pasa el tiempo. Abrocha los ultimos botones, se pone la chaqueta y se peina los ultimos mechones de su lacio cabello gris con los dedos. Si tuviera un peine… Hace una mueca. Es un deseo estupido. La ropa es suficiente. Tiene que serlo. Ma se rie. --Ahora pareces un pez gordo. No le hagas caso, dice la voz en la cabeza de Tranh. Saca los ultimos baht arrugados de la bolsa de canamo --el dinero que ha ahorrado durmiendo en los huecos de las escaleras, el responsable de que ahora llegue tarde-- y se los guarda en los bolsillos. --Cuantas prisas. ?Tienes una cita en alguna parte? Tranh se abre paso a empujones, procurando no encogerse mientras aparta el corpachon de Ma. --?Adonde vas, mister Pez Gordo? --se rie Ma a su espalda--. !Mister Tres Prosperidades! ?Tienes algo de informacion que te gustaria compartir con el resto de nosotros? Otros levantan la cabeza ante sus gritos: tarjetas amarillas de rostros famelicos y bocas hambrientas. Los tarjetas amarillas se extienden hasta donde alcanza la vista, y todos ellos estan mirandolo ahora. Supervivientes del Incidente. Hombres. Mujeres. Ninos. Ahora saben quien es. Reconocen su leyenda. Con un cambio de atuendo y un simple grito ha salido del anonimato. Sus burlas lo banan como un diluvio monzonico: --Wei! !Mister Tres Prosperidades! !Bonita camisa! --!Comparta un cigarrillo, mister Pez Gordo! --?Adonde vas tan deprisa, tan arreglado? --?Te vas a casar? --?Has encontrado una decima esposa? --?Has encontrado un empleo? --!Mister Pez Gordo! ?Tienes trabajo para mi? --?Adonde vas? !Quiza deberiamos seguir todos al antiguo empresario! A Tranh se le eriza el vello sobre la nuca. Se sacude el miedo de encima. Aunque lo siguieran, seria demasiado tarde para que pudieran aprovecharse. Por primera vez en seis meses, la ventaja de la habilidad y la informacion esta de su parte. Ahora todo depende del tiempo. Trota en medio de la aglomeracion matinal de Bangkok, cruzandose con bicicletas, rickshaws y escuteres de cuerda. Esta cubierto de sudor. Tiene la camisa empapada, incluso la chaqueta se ha humedecido. Se la quita y se la cuelga en el brazo. Su cabello gris se adhiere al cuero cabelludo liso como una cascara de huevo, salpicado de vitiligo, chorreante de agua. Se detiene cada pocas manzanas para caminar y recuperar el aliento mientras las espinillas empiezan a dolerle, su respiracion se entrecorta y su corazon de anciano martillea en su pecho. Deberia invertir los baht en un viaje en rickshaw, pero no logra animarse a hacerlo. Llega tarde. ?Demasiado tarde, quiza? Si es demasiado tarde, habra dilapidado los baht y pasara hambre esta noche. Por otra parte, ?de que sirve un traje empapado de sudor? El habito hace al monje, les decia a sus hijos; la primera impresion es la que cuenta. Empezad con buen pie y empezareis con ventaja. Por supuesto que se puede conquistar a alguien con talento e informacion, pero las personas son ante todo animales. Cuida tu aspecto. Huele bien. Satisface sus sentidos primarios. Despues, cuando se sientan bien dispuestos hacia ti, formula tu propuesta. ?No fue ese el motivo de que propinara una paliza a su segundo hijo cuando este se presento en casa con un tigre rojo tatuado en el hombro, como si fuese un gangster de calorias cualquiera? ?No fue ese el motivo de que pagara a un dentista para que retorciese los dientes de su propia hija con bambu cultivado y curvas de goma importadas de Singapur hasta dejarselos rectos como cuchillas? ?Y no es ese el motivo de que los Panuelos Verdes de Malaca odiaran a los chinos? ?Por nuestro buen aspecto? ?Por parecer tan acaudalados? ?Por hablar tan bien y trabajar con tanto ahinco cuando ellos ganduleaban y nosotros sudabamos de sol a sol? Tranh ve pasar una manada de escuteres de cuerda, todos ellos de manufactura chino-tailandesa. Que artefactos tan ingeniosos y veloces: un muelle percutor de un megajulio y un volante, pedales y frenos de friccion para reutilizar la energia cinetica. Y todas sus fabricas pertenecian al ciento por ciento a los chinos chiu chow, a pesar de lo cual, la sangre de los chiu chow no corre por las cunetas de este pais. Los chinos chiu chow son queridos, pese al hecho de que llegaron al reino thai como farang. Si nos hubieramos integrado en Malaca como hicieron aqui los chiu chow, ?habriamos sobrevivido? Tranh sacude la cabeza para apartar de si esa idea. Habria sido imposible. Su clan habria tenido que convertirse tambien al islam y renegar de todos sus antepasados en el infierno. Habria sido imposible. Quiza fuera ese el karma de su pueblo, la destruccion. Controlar y dominar brevemente las ciudades de Penang y Malaca, ademas de toda la costa oeste de la peninsula malaya, y extinguirse despues. El habito hace al monje. O lo mata. Tranh por fin ha aprendido esta leccion. Un traje blanco a medida de los Hermanos Hwang es lo mas parecido a una diana. Una antigualla mecanica de oro oscilando en tu muneca no es mas que un cebo. Tranh se pregunta si los dientes perfectos de sus hijos yaceran aun entre las cenizas de los almacenes de Tres Prosperidades, si sus preciosos relojes atraeran ahora a los tiburones y los cangrejos en las bodegas de sus cliperes barrenados. Deberia haberlo sabido. Deberia haber visto como subia la marea de sectas sedientas de sangre y nacionalismo exacerbado. Del mismo modo que el hombre al que siguio hace dos meses deberia haber sabido que un atuendo elegante no es ninguna armadura. Un hombre trajeado, tarjeta amarilla para colmo de males, deberia haber sabido que no era mas que un pedazo de cebo ensangrentado ante un dragon de Komodo. Por lo menos el muy mentecato no mancho sus elegantes ropas de sangre cuando los camisas blancas acabaron con el. Ese no tenia espiritu de superviviente. Habia olvidado que ya no era un pez gordo. Pero Tranh esta aprendiendo. Igual que aprendio una vez a leer los informes de las mareas y los mapas de profundidad, el movimiento de los mercados y las plagas biologicas de diseno, ahora aprende de los gatos demonio que parpadean y se ocultan a la vista, que huyen de sus cazadores al primer indicio de peligro. Aprende de los cuervos y los milanos que prosperan con la carrona. Estos son los animales a los que debe emular. Debe descartar los reflejos del tigre. Ya no quedan tigres, salvo en los zoologicos. El destino de un tigre es ser cazado y abatido. Pero un animal de pequeno tamano, un carronero, tiene la oportunidad de roer los huesos del tigre y huir con el ultimo traje de los Hermanos Hwang que habra de cruzar jamas la frontera de Malaca. Con el clan de los Hwang exterminado y todos sus disenos reducidos a cenizas, no queda nada salvo recuerdos y antiguedades, y un anciano carronero que conoce el poder y los peligros de una fachada elegante. Un rickshaw vacio pasa ociosamente por su lado. El conductor mira a Tranh por encima del hombro, inquisitivos los ojos, intrigado por la tela de los Hermanos Hwang que ondea sobre el magro armazon de Tranh. Dubitativo, Tranh levanta una mano. El rickshaw aminora. ?Es prudente arriesgarse? ?Dilapidar con tanta frivolidad su ultima medida de seguridad? Hubo una epoca en que enviaba cliperes al otro lado del oceano, a Chennai, con las bodegas repletas de durios pestilentes con el presentimiento de que los indios no habrian tenido tiempo de sembrar variedades resistentes antes de que se les echaran encima las nuevas mutaciones de la roya. Una epoca en que compraba te negro y madera de sandalo en los mercados fluviales con la esperanza de poder revenderlos en el sur. Ahora no es capaz de decidir si deberia montar en el rickshaw o seguir caminando. !Que personaje tan gris se ha vuelto! A veces se pregunta si no sera en realidad un fantasma voraz, atrapado entre dos mundos sin poder escapar hacia ninguno de los dos. El rickshaw rueda despacio ante el; el jersey azul del conductor reluce bajo el sol tropical, aguardando una decision. Por senas, Tranh le indica que siga su camino. El conductor del rickshaw se pone de pie sobre los pedales, sus sandalias aletean contra los talones encallecidos, y acelera. El panico se apodera de Tranh. Levanta la mano otra vez, corre detras del rickshaw. --!Espera! --Su voz no es mas que un susurro. El rickshaw se incorpora al trafico, uniendose a las bicicletas y las gigantescas formas bamboleantes de los megodontes elefantinos. Tranh deja caer la mano, alegrandose secretamente de que el conductor no lo haya oido, de que la decision de gastar sus ultimos baht haya recaido sobre una fuerza mas grande que el. Las aglomeraciones de la manana fluyen a su alrededor. Cientos de ninos con sus uniformes de marineros cruzan en columnas las puertas de las escuelas. Monjes con habitos azafranados pasean a la sombra de grandes paraguas negros. Un hombre con un sombrero conico de bambu se fija en el y murmura algo para su amigo. Ambos lo estudian. Un reguero de temor recorre la espalda de Tranh. Lo rodean por completo, igual que en Malaca. Para sus adentros, los llama extranjeros, farang. Y sin embargo aqui es el el forastero. La criatura que no encaja. Y lo saben. Las mujeres que cuelgan sarongs en los alambres de sus balcones, los hombres sentados descalzos mientras beben cafe con azucar. Los pescaderos y los vendedores de curri. Todos lo saben, y Tranh a duras penas consigue dominar el terror. Bangkok no es Malaca, se dice. Bangkok no es Penang. Ya no tenemos esposas ni relojes de oro y diamantes que puedan robarnos. Pregunta a los cabezas de serpiente que me abandonaron en la jungla infestada de sanguijuelas de la frontera. Ellos tienen toda mi riqueza. Yo no tengo nada. No soy ningun tigre. Estoy a salvo. Durante unos segundos, lo cree de veras. Pero, de repente, un muchacho con la piel oscura como la teca rebana la tapa de un coco con un machete oxidado y se lo ofrece con una sonrisa, y Tranh debe recurrir a toda su fuerza de voluntad para no proferir un alarido y huir despavorido. Bangkok no es Malaca. No van a incendiar tus almacenes ni a cortar a tus trabajadores en pedazos que emplear como cebo para los tiburones. Se enjuga el sudor de la cara. Quiza deberia haber esperado antes de ponerse el traje. Llama demasiado la atencion. Hay demasiadas personas que lo observan. Seria mejor mimetizarse como un gato demonio y cruzar la ciudad al amparo del anonimato en vez de pasearse por ahi como un pavo real. Poco a poco, los bulevares ribeteados de palmeras dan paso al paramo descubierto del nuevo barrio extranjero. Tranh aprieta el paso camino del rio, adentrandose en el imperio manufacturero de los farang blancos. Gweilo, yang guizi, farang. Cuantas palabras en cuantos idiomas para estos simios sudorosos de piel translucida. Hace dos generaciones, cuando se agoto el petroleo y se clausuraron las fabricas gweilo, todo el mundo dio por sentado que estaban verdaderamente acabados. Pero ahora han vuelto. Los monstruos del pasado han regresado con nuevos juguetes y nuevas tecnologias. Las pesadillas con que lo amenazaba su madre invaden las costas asiaticas. Autenticos demonios, inmortales. Y el se dispone a rendirles pleitesia: los secuaces de AgriGen y PurCal, con sus monopolios de arroz U-Tex y trigo TotalNutrient; los hermanos de sangre de los ingenieros biologicos que piratearon gatos demonio inspirandose en un libro y los dejaron en libertad para que procrearan a sus anchas; los patrocinadores de la misma Policia de Propiedad Intelectual que abordaba sus flotas de cliperes en busca de infracciones, husmeando como lobos tras el rastro de calorias sin sello y cereales pirateados, como si sus plagas de cibiscosis y roya de diseno no bastaran para garantizarles los mayores beneficios… Ve un corro de gente ante el. Tranh frunce el ceno. Empieza a correr, pero se obliga a seguir caminando. Sera mejor no dilapidar calorias ahora. Ya se ha formado una fila enfrente de la fabrica de los Hermanos Tennyson, esos diablos extranjeros. Se extiende a lo largo de casi toda una li, dobla la esquina, pasa por delante del logotipo de equipamiento para ciclistas que adorna la reja de hierro forjado de la Corporacion de Investigacion Sukhumvit, por delante de los dragones entrelazados de la Division del Este Asiatico de PurCal, y por delante de Mishimoto & Cia., la ingeniosa empresa japonesa de dinamica de fluidos a la que Tranh solia encargar el diseno de sus cliperes. Se rumorea que Mishimoto esta repleta de mano de obra mecanica importada. Repleta de neoseres ilegales modificados biologicamente que caminan, hablan y se mueven a trompicones… y que roban el arroz de los cuencos de personas reales. Criaturas de hasta ocho brazos, como los dioses hindues, criaturas sin piernas para que no puedan fugarse, criaturas con ojos tan grandes como tazas que, aunque solo pueden ver a unos pocos palmos de distancia, lo inspeccionan todo con su tremenda curiosidad aumentada. Nadie puede ver lo que hay dentro, no obstante, y si los camisas blancas del Ministerio de Medio Ambiente saben algo, los astutos japoneses deben de pagarles bien para que hagan la vista gorda ante sus afrentas contra la biologia y la religion. Se trata tal vez de lo unico en lo que podrian estar de acuerdo un budista, un musulman e incluso los cristianos grahamitas farang: los neoseres carecen de alma. Cuando Tranh compraba sus cliperes a Mishimoto, hace tanto tiempo, eso le traia sin cuidado.