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Vacaciones en el Caucaso de Maria Iordanidu
https://gigalibros.com/vacaciones-en-el-caucaso.htmlEn julio de 1914, cuando Ana partio de Constantinopla con destino a Rusia, dejo atras la digna Constantinopla del siglo pasado. La Constantinopla de su abuela y de su madre. La Constantinopla de los movimientos lentos de los cocheros y de los estibadores, y tambien del barrio europeo donde la sombra de las abuelas aun planeaba por encima de las cocinas con los braseros y las hachuelas de destazar. Aquella era la epoca en que la Virgen extendia su mano y paraba la lluvia cuando Loxandra hacia la colada. <
>, decia Loxandra, y en Constantinopla ese dia no caia ni una gota de lluvia. En agosto de 1920, cuando Ana volvio de Rusia, paso del medievo al siglo XX de un solo salto. La plaza de Karakoy estaba abarrotada de militares ingleses y franceses, de soldados griegos, de refugiados rusos, de judios, levantinos[1] y griegos que habian amasado su fortuna recientemente. Los estibadores y los arabadzides habian desaparecido... Ahora circulaban... !automoviles! En las angostas callejuelas de Galata, los camiones del ejercito frances bocineaban hasta dejarte sordo y eran capaces de matar a la gente con tal de rebasar a los vehiculos ingleses que corrian como omnipotentes angeles del cielo... !Ay de los derrotados! Nous avons gagne la guerre..., cantaba la Madelon de la victoire[2] invitando a cervezas en los bares y en los grill rooms que habian proliferado por todos lados como champinones. Ya ni en la confiteria de Retzepis se podia entrar porque frente a su puerta habia apilados un monton de barriles de cerveza vacios. Uno que se parecia al gobernador general de la provincia de Astracan deambulaba por el puente de Galata con una bandeja en las manos vendiendo pirozhki. Tres Johnnies ebrios, frente a la panaderia de Karakoy, querian golpear al bugatsero porque no vendia whisky. Los organillos, con banderitas griegas clavadas entre las flores de papel que enmarcaban el retrato de Pulu, tocaban melodias patrioticas como < >.[3] !Fotografias de Elefterios Venizelos en los cafes![4] Y por doquier, la gente entonaba al unisono el largo camino a Tipperary...[5] En Pera,[6] ahi donde esta el hotel Londres, era imposible pasar, porque una decena de soldaditos jovenes se habia puesto a media calle a bailar un kalamatianos. Y en la avenida principal el transito estaba detenido porque los escoceses, ataviados con pieles de leopardo, desfilaban tocando sus gaitas y golpeando sus tambores. El hotel Tokatlian daba la impresion de un cadaver hinchado que acabo por reventar. Frente a sus puertas pululaba un hervidero de gusanos: empresarios, agentes extranjeros, traficantes de droga, proxenetas y prostitutas de todos tipos. Un lujo desvergonzado, una juerga enloquecida, !un carnaval! La gran ramera de Babilonia, vestida de purpura y escarlata y adornada de oro, se paseaba por las calles de Pera y de Galata. Ochi chiorniye...[7] sonaba una y otra vez en los cafe-chantant. <>, cantaban las aristocratas rusas vendiendo sus ultimos diamantes para pagar el espumoso vino. Levantinas y judias de Avanos y Tahtakale llevaban velo y se hacian pasar por turcas, porque habia demanda de colorido local y las turcas de verdad se habian escondido. Un negro senegales del regimiento de Mac Mahon se comio la teta de una gran duquesa rusa. Y dos bailarinas del Bolshoi, de puro miedo, sufrieron convulsiones frente al Galatasaray.[8] A Ana le daba vueltas la cabeza. Arrastrando los pies, intentaba subir la cuesta de Akartsa preguntandose: <>. En lo que llegaba a Tatavla, cayo la noche. Las ventanas de las casas comenzaron a encenderse paulatinamente. Habia muchas puertas abiertas y gente sentada afuera, tomando el fresco. Algunos eran conocidos, pero nadie la reconocio. Como una sombra venida de otro mundo, Ana fue pasando frente a ellos, hasta que llego a la iglesia de San Demetrio y dio vuelta a la izquierda. Al cabo de muy poco fue a dar frente a la casa de la tia Agatho, donde estaba segura de encontrar a su mama. Miro hacia arriba, todo estaba oscuro. Se detuvo un momento, los dientes apretados, la frente perlada de sudor, <>. < >. Un gato se froto contra su pierna. Un gato gris. Un gato peludo como el Aslan que tenian. Como el As... !Aslan! --!Aslan! !Aslan!--exclamo Ana llorando--. Aslan querido, ?donde esta Dick? ?Donde esta nuestro perrito? ?Se murio? Una ventana del primer piso se abrio y se oyo un <>. Cuantos anos hacia que Ana no habia oido ese <> de la tia Agatho. Y segundos mas tarde la voz histerica de su mama: --!Me voy a volver loca! !Sostenedme! !La nina! Dos ventanas se iluminaron. Una puerta rechino. La escalera de arriba crujio. Porque asi era esa escalera, crujia. < >, penso Ana, y sabia que en cuanto alcanzaran el pie de la escalera, tropezarian con la mesita en la que esta el jarron chino y comenzarian a discutir. Lo dicho, ya empezaron. --Pero mujer, !que mania la tuya de poner esta mesita aqui! !Un dia nos vamos a matar! Y la tia Agatho: --Pero si su lugar es este, ?donde quieres que la ponga, Klio? El lugar de la mesita era ese, cerca de la escalera. El lugar del taburete pequeno, frente al sillon de terciopelo. Y cuando te sentabas en el canape, no tenias taburetito para los pies. Y es que en las casas, cada objeto tiene su lugar, porque cuando Dios hizo las mesitas y los taburetes y todo lo habido y por haber, lo coloco, en su inmensa sabiduria, tal y como luego lo encontraron las amas de casa en sus hogares. Y las amas de casa, todas, son iguales. Los zares pueden ser derrocados en Rusia, la faz de la tierra puede cambiar, pero a Varvara Vasilievna le sigue mortificando que caiga agua en su sillon de raso--ese sillon que unos dias despues seria lanzado por la ventana junto con sus otros muebles y acabaria, cojo, en la acera--. Y Praskovia Afanasievna, con tal de no perder ninguno de sus enseres domesticos, decidio quedarse en su casa, que estaba en la zona del fuego, y acabo quemandose viva. Lo mismo podria haberle ocurrido a la tia Agatho, y a su mama... Pero no, ahi estaban, tal como las dejo. --!Que no te me adelantes, te digo! Detras de la puerta discutian por quien cogeria primero la llave, quien levantaria primero la tranca. <>. <>. Algunas palabras resuenan como un semantron en el oido,[10] como una voz venida de otro mundo. De un mundo que ya no existe, y runrunean nostalgicas en el mundo que empieza. 2 El primer mundo de Ana habia sido el entorno festivo y hogareno de su casa constantinopolitana. Personas ahitas, de buen corazon, sencillas. Una fiesta ininterrumpida habia sido aquella primera vida suya, siempre pegada al delantal de su abuela Loxandra, y dentro de su cocina. ?Que necesidad tenia de los juguetes de pacotilla del Bon Marche si todo lo habido y por haber en su casa estaba a su disposicion? <>. !Que no harian! ?Abrir los atadijos de las telas y encontrar un trapito para coger las ollas calientes, o limpiar las rosas para hacer mermelada, o tenir los huevos y amasar la harina para los tsurekis de Pascua, o ir a Therapia[11] a felicitar al tio Kotsos que hoy celebra su santo? Cada ano en verano iban al campo, a Halki. Mas tarde, cuando la familia se instalo por un tiempo en el Pireo, ya no tenian necesidad de ir al campo porque su casa estaba sobre el mar, en Kastella. !Ah, que bonitos anos aquellos que Ana vivio en el Pireo! Aunque... ?y que me dices de los anos del colegio, cuando regresaron a vivir a Constantinopla? ?Eh? Esos anos fueron felices entre los mas felices. Tan felices que uno lamenta que hayan pasado. Otros tres anos asi de dichosos le quedaban a Ana por delante hasta terminar el colegio. Y luego se habria ido a estudiar a la universidad si no hubiera llegado aquella fatidica carta desde Batumi. La carta que partio su vida en dos. Por lo general, en su casa, una carta de Batumi era sinonimo de pelea, porque Ana estaba obligada a contestar. Y es que en Batumi vivia el hermano de su madre, el que las mantenia. --Que escribas, te digo--ordenaba Klio. Ana se sentaba con la pluma en la mano y dibujaba un gallito en el papel secante. --Ana, he dicho que escribas. --?Y que le digo? --Dile que le pides a Dios que nos reste dias de vida a nosotras para darselos a el. --!Y un cuerno! Y acto seguido comenzaba la pelea. Ana no era desagradecida y sabia muy bien que el tio Alekos, el que vivia en la Santa Rusia, era quien pagaba un monton de liras para que ella pudiera estudiar en el colegio; era quien antano --es decir, antes de que se casara con la tia Claude, que lo manejaba a su antojo--mandaba caviar y tambien iconos recubiertos de oro, y aquellas cucharitas y vasitos rusos banados en oro y con el aguila bicefala del zar estampada. <>, aprendio a decir Ana de su abuela, y al Paraiso se lo imaginaba ahi, en Rusia, donde todo era grande y abundante, donde todo era interminable, todo, incluso las horas. < >, le decia Loxandra al verdulero cuando este se demoraba. Ana veia al tio Alekos en aquel Paraiso ruso como a un dios. El dios terrible de Abraham y de Isaac, al que habia que cantar himnos con panderos y danzas, con laudes y flautas para ganarselo, porque aunque por un lado ofrecia la Tierra Prometida, por el otro no se lo pensaba mucho para pedir un sacrificio de sangre. Cada ano, cuando se acercaba septiembre, Ana lo pasaba fatal hasta que llegaba la noticia de que la matricula del colegio habia sido cubierta. En cuanto a la universidad, que le habian prometido para despues, Ana estaba dispuesta a hacer por ella todos los sacrificios del mundo. Si hubiera tenido el arpa de David o los cimbalos de Jerusalen, quiza habria podido producir el ruido necesario para expresar su agradecimiento, pero teniendo unicamente la pluma le era imposible. Y, por eso, siempre habia pleito. ?Que le podias escribir o que le podias decir a una persona a la que no habias visto mas de tres veces en tu vida y de la que corrias a esconderte debajo de alguna mesa o detras de algun ropero cada vez que aparecia? La ultima vez que ese tio habia ido a su casa habia traido con el a su mujer para que besara la mano de la abuela, es decir, de su madre, Loxandra. La mujer que el tio Alekos habia tomado por esposa se llamaba Claude y era francesa, una francesa muy delgada que entro en la casa como un huracan y la recorrio completita, por dentro y por fuera. Queria verlo todo, queria saberlo todo. Cuanto aceite se usaba para la comida, cuanto dinero se le pagaba a la sirvienta, por que vivian en esa casa situada en la calle principal de Pera y no se iban a vivir a una casa mas economica. Por que tenian animales. Los animales son portadores de microbios. Habia que deshacerse de ellos. A Aslan, el gato, que por aquel entonces tendria un ano, no le vieron el pelo durante todos los dias que duro la visita de la tia Claude. Se iba muy temprano por la manana y volvia muy tarde por la noche para guardarse bien guardadito en la cocina. A Dick, el perro de Ana, hubo que amarrarlo porque cada vez que veia a la tia Claude grunia. La abuela, que ya no salia de su recamara y que apenas oia, no se percato de nada de todo aquello. A sus noventa anos, ?que sentido tenia decirselo y mortificarla? En cuanto aquellos huespedes se fueron de la casa, el mundo entero respiro aliviado. < >, dijo la madre de Ana apenas cerrar la puerta detras de ellos. Y desde entonces el nombre de la nuera fue < >. El tio Alekos era < > y la culpa de todo la tenia < >. --Estas son maquinaciones de aquella--volvio a decir Klio en cuanto termino de leer la fatidica carta, y estaba a punto de romperla cuando Ana se la arrebato de las manos. Da vertigo pensar de que cosas tan pequenas depende la vida del hombre. Si Klio hubiese roto la carta aquel dia, !que distinta habria sido la vida de Ana! Pero ?quien iba a saber? < >, dicen. Y asi es. La carta era una invitacion a Ana para que hiciera un viajecito de placer a Rusia, un viajecito de un mes. Es decir, hasta que la escuela abriera sus puertas a principios de septiembre. Ana podria tomar rapidamente el Sicilia de la Lloyd Triestino, cuyo capitan era amigo de su tio Alekos. Su madre la embarcaria en Constantinopla y el capitan, personalmente, se la entregaria a la tia Claude en Batumi. La tia Claude, decia la carta, la estaba esperando para recorrer juntas el Caucaso y visitar a una pariente que vivia en el norte, en una ciudad llamada Stavropol.