• La regata de Manuel Vicent

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    Cerca del mar, en un valle donde florecen los limoneros, hay una casa solariega de gruesas paredes encaladas, porche de cuatro arcos y hondo zaguan, rodeada de varias hectareas de tierras de labranza que ya nadie cultiva a la espera, tal vez, de que se conviertan en un magnifico solar recalificable en la proxima fiesta de la codicia. No existe ninguna otra vivienda en cientos de metros a la redonda, de modo que cualquier disparo de revolver o los gritos de auxilio que se pudieran producir en alguna de sus altas estancias se habrian perdido en el mar por una ventana o por otra en el monte escarpado. Solo el encargado de la finca, el senor Benitez, pasaba alguna vez por alli a echar un vistazo, escopeta al hombro y cartuchos del ocho en las cananas, seguido de un perro perdiguero por si le salia al paso un conejo o alguna perdiz. En esa casa, no lejos de Circea de la Marina, sucedio un misterio de pasion cuyo enigma estremecera de espanto a quien se lo cuente, pero nadie sera capaz de resolver. Es el caso de una pareja de amantes: ella, Dora Mayo, una joven actriz secundaria famosa por su belleza, con el talento aun por demostrar, si bien ya habia empezado a ser manoseada por las revistas del corazon; el, Pepe California, un alto financiero o algo asi, con el que la chica se habia liado pese a que le doblaba la edad, sesenta anos bien llevados, la camisa de seda natural muy apretada a su tripa, pelo blanco con reflejos, saunas y masajes en el spa de La Moraleja, a veces bicicleta estatica en el despacho frente a un televisor de plasma conectado en directo con el mercado continuo de la Bolsa y dentelladas aqui y alla para ejercitar su mandibula de tiburon brunida con colonia Paco Rabanne hasta extraer de ella un tono violeta. La pareja vivia una pasion clandestina, ella con el sexo como arma de ataque, el ayudado en ese combate por unas pastillas azules que le habia recetado el urologo despues de un preceptivo tacto rectal problematico para fortalecerle la autoestima, depositada desde siempre, como es logico, en los genitales. Hasta ese verano se habian citado en hoteles donde tomaban habitaciones contiguas para encontrarse en la cafeteria; habian viajado en vuelos distintos de fin de semana a Paris, a Londres, a islas del Caribe, con cierta regularidad a Montecarlo y una vez, incluso, a matar osos en Rumania. Nunca se les habia visto juntos en fiestas o estrenos, ni siquiera en el palco de honor del estadio del Real Madrid, donde se junta lo mejor y lo peor de cada casa. Pepe California tiraba de tarjeta oro y Dora Mayo se dejaba, lo permitia todo menos que la tomaran por una muneca de carne, la querida de un ricachon. Ella sonaba que algun dia seria la Ofelia de Hamlet o la protagonista de una tragedia griega en el teatro de Merida, de ahi para arriba, y su amante estaba dispuesto a alimentar esos suenos previo pago en efectivo. Habia un proyecto teatral en perspectiva. Fue en el verano de 2016 cuando decidieron pasar un largo fin de semana en esa casa solariega que el tipo habia heredado de sus antepasados, o vete tu a saber. Se habian prometido tomar unas gambas rojas y unas sepias a la plancha a la vista de todo el mundo; poner a punto el velero atracado en el Nautico para participar en la proxima regata y practicar sexo hasta reventar en aquella cama antigua que tenia cuatro columnas de palo santo torneadas, una en cada esquina. Todo cuanto acontecia en ese lecho, alto como un altar, incluidas las refriegas mas inverosimiles, se reflejaba al fondo de la habitacion en la gran luna del armario, que en el silencio de la noche emitia crujidos como si hablara. Si uno ponia atencion, tambien podia oir las termitas que estaban royendo sus nobles maderas, asi como las de la cama. En cuanto a los limoneros en flor, eran la unica licencia poetica que este pez gordo se permitia, sin que se supiera por que, puesto que ninguna flor le importaba nada en absoluto. Tal vez este acontecimiento glorioso de la naturaleza que sucedia en aquel valle de la Marina le habia funcionado como truco en otra ocasion para llevarse a una chica al huerto. Bueno, la verdad es que una vez este tiburon se puso una gardenia en el ojal de la solapa para celebrar con mariscos en La Trainera el haber salido indemne de un juicio por trafico de divisas, eso era todo. Despues de unas horas de viaje desde Madrid, el todoterreno Porsche Cayenne se detuvo ante la herrumbrosa cancela de la finca. El dueno confiaba en que el encargado, el senor Benitez, hubiera dejado la llave tapada con una piedra en una grieta consabida de la pared, como siempre. Alli estaba, en efecto, pero California ignoraba cuanto mejor habria sido que no fuera asi, puesto que esa llave oxidada iba a dar paso a un destino aciago para los amantes. Por un camino de grava flanqueado de adelfas y palmeras llegaron ante el porche umbrio y abrieron la puerta, algo que no se habia hecho desde el verano anterior. El aire estancado aun contenia, pegado a las paredes del zaguan, un profundo olor a algarroba, a cereal, a preteritas cosechas que provenia del granero, ya en desuso, y se unia a la melaza que despedian los muebles y las maderas nobles del artesonado. Era un olor que una vez mas desperto en el una extrana pulsion sexual, debida sin duda al recuerdo inconsciente de aquella criada, Miguelina, que en su adolescencia, bajo este mismo olor, le inicio, como a muchos otros senoritos, en el placer de la carne en el cuarto trastero del desvan. Los amantes pasaron el primer dia muy relajados. Por la manana bajaron a la explanada del puerto y desayunaron en una terraza a la sombra de los platanos, cuyas hojas, al agitarse levemente con la brisa, filtraban un sol muy amable que dibujaba arabescos de luz imprecisa sobre el cafe, los zumos de pomelo, las tostadas con aceite de oliva y alcaparras, el tomate rallado y las aceitunas amargas machacadas. Despues, ella hojeo una revista del corazon mientras el consultaba en la tableta los movimientos de la Bolsa, compartieron el periodico Levante leyendo muy divertidos en voz alta los anuncios de sexo para excitarse, o simplemente miraban pasar a los turistas sin hacer comentarios. Una senora se acerco a preguntarle a la chica si era actriz.

  • La regata, Manuel Vicent de Manuel Vicent

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    La nueva novela de Manuel Vicent, una historia sobre el paraiso que un dia todos decidimos perder.

  • Leon de ojos verdes de Manuel Vicent

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    Durante el verano de 1953, en la terraza del hotel Voramar se estaba rodando una pelicula ambientada en la epoca de enrreguerras y varios cables conectados al generador, que no cesaba de zumbar, cruzaban la amplia terraza hasta la escalinata guardada por un leon de escayola. En la playa, al pie de la escalinata, se hallaban instalados los focos, las pantallas y las camaras. Por alli se agitaban los tecnicos del equipo rodeados de turistas curiosos en traje de bano y sobre la balaustrada se perfilaban algunos figurantes, senoras con pamelas, corpinos y abanicos, que iban del brazo de caballeros con cuellos de porcelana y sombreros de paja dura, representando a banistas muy felices. La accion de la pelicula transcurria en el ano 1918. Familias burguesas pasaban sus vacaciones en este balneario. Aquellos veraneantes sentados en sillones blancos de mimbre, entre refrescos de granadina, hablaban de novenas de banos, de calculos de rinon, de aguas saludables para la vejiga y a la hora de discutir de politica se dividian todavia en dos bandos: unos habian sido anglofilos y otros germanofilos respecto a la guerra europea recien terminada. Una madre estaba empenada en casar a su hija adolescente con un estudiante de ingenieria de caminos, vastago de una familia muy rica, pero la nina se negaba a crecer y preferia seguir jugando con los chicos de su pandilla. La protagonista, una adolescente bellisima, me tenia obsesionado. Desde la terraza de mi habitacion la veia entrar y salir de escena; seguia todos sus movimientos, trataba de encontrarme con su mirada en los pasillos y algunas noches sonaba con ella. En la pelicula se enamoraba de un muchacho gordito de su misma edad, sin porvenir en la vida, al que ese ano habian suspendido en todas las asignaturas. Habia una escena en que la nina daba lenguetazos morbosos, demorados, llenos de inocente malicia a un cucurucho de helado de chocolate. Pero este delirio por aquella criatura se me esfumo muy pronto. Fuera de la ficcion, entre los huespedes del hotel habia un matrimonio frances con una hija que tenia la cara de perrita lulu, con la naricilla, la cola de caballo y unas grenas en la frente. Llevaba un pantalon corto muy ajustado y sus senos apenas cuajados parecian fluctuar sueltos y libres bajo la camisa de seda. Decia que era artista y que en Francia habia trabajado en varias peliculas. Todos los dias se acercaba al set para ofrecerse a salir gratis en alguna secuencia, pero el director habia ordenado que se mantuviera a raya a aquella turista tan pesada para que dejara de molestar. El ayudante se lo hizo saber a ella y tambien a su madre, tan recalcitrante como su nina; en cambio, el padre parecia hacerse cargo de la situacion y pedia excusas a unos y otros para hacerse perdonar. --Mi hija esta loca por el cine. Me da muchos problemas. No podemos hacer nada --decia. Yo tenia entonces diecisiete anos y me divertia asistir por primera vez al rodaje de una pelicula, pero mi mayor aventura de aquel verano consistia en oir las historias que me contaba el doctor Luis Aymerich en la terraza del hotel Voramar, cuando los cineastas daban por terminada la sesion, apagaban el generador y al volver el silencio a la tarde solo se oian los golpes del oleaje y el arrastre de la resaca sobre los cantos rodados, semejante al sonido que yo hacia al sorber con la paja los posos de hielo del granizado de limon. Con su melena blanca aleonada, este doctor de medicina general se habia erigido en la conciencia viva de las villas de Benicasim, que en esa epoca se hallaban habitadas con todo esplendor por una burguesia provinciana, en algunos casos acrecentada por los nuevos negocios propiciados por la dictadura de Franco. Uno de los peces gordos del regimen, que ademas era aristocrata con titulo papal, solia sentarse a pocos metros de la terraza del hotel, en una silla de lona bajo un sombrajo de brezo montado solo para el en la playa. Llevaba chaqueta de pijama con trabillas de husar y gafas negras de espejo. Permanecia inmovil como un idolo, al que unas doncellas con delantal y guantes blancos, cofia y punos almidonados, cruzando la arena trabajosamente con zapatos de tacon por la pasarela de madera, le traian desde su villa, cuando sonaban las campanadas del angelus en un oratorio cercano, la ofrenda de un martini rojo con olivas sevillanas. A cierta distancia detras de su cogote se paseaba una pareja de la Guardia Civil con todos sus arreos charolados, que soltaban destellos bajo la luz de agosto. El idolo nunca se banaba en el mar. Parecia ajeno al mundo, siempre con el rostro impavido hacia el horizonte, y en sus gafas negras de espejo se reflejaban los ninos que levantaban castillos en la arena, algun balandro, parejas pedaleando en un patinete e incluso el vuelo de las gaviotas. Solo movia la cabeza a derecha e izquierda para seguir con la mirada a aquella linda francesita, aspirante a artista de cine, que pasaba por delante una y otra vez en un banador blanco sin tirantes. El primer dia se habia presentado en la playa con un biquini rojo, un atuendo que en Espana solo se conocia de oidas como una prenda que lucian las artistas en Cannes. A su alrededor comenzo a adensarse un grupo de curiosos, cada vez mas dilatado. Causo tanto escandalo que la Guardia Civil, que protegia al pez gordo, cubriendola con una toalla tuvo que escoltarla hasta el hotel para que se cambiara. El doctor Aymerich habia sido represaliado despues de la guerra por librepensador. A sus sesenta anos tenia la mente lo mas alejada posible del dinero, pero sabia la vida y milagros de los propietarios de las villas. Conocia con todo pormenor de donde procedia cada fortuna, quien habia emparentado con quien, la historia de aquel senorito que habia embarazado a la criada, la cual ahora estaba de prostituta en el barrio chino de Barcelona, e incluso los detalles mas truculentos de un crimen pasional cometido en la comarca que altero el tedio de los veraneantes un par de anos antes. Un marido celoso habia matado a su mujer, una rica propietaria, sorprendida con su amante en la cama. El juicio y la sentencia habian levantado muchos comentarios. El asesino fue condenado solo a un ano de carcel, que apenas habia cumplido, y a seis de destierro. Al parecer esta parte de la pena la satisfacia hospedado ahora a cuerpo de rey en el hotel Voramar y desde alli dirigia sus negocios por telefono. Repantigado en un sillon de mimbre blanco frente al mar, el doctor Aymerich me decia: --Conozco la historia de este hotel desde que se construyo en el ano 1927. Durante la guerra fue hospital de sangre de las Brigadas Internacionales. Entonces le cambiaron el nombre. Se llamaba hotel General Miaja. Aqui vinieron muchos artistas famosos a entretener a los brigadistas heridos en el frente de Madrid. Yo era medico adscrito al Octavo Regimiento y la noche en que canto aqui el negro Paul Robeson me encontraba en esta misma terraza sentado al lado del novelista norteamericano John Dos Passos. --?Conocio usted a John Dos Passos de verdad? --le pregunte con la admiracion del novato. --Asi es --me contesto el doctor sin darle demasiada importancia--. El primer dia, al saber que yo era medico, Dos Passos me hizo una consulta. Me conto que sufria una diarrea muy pertinaz. Yo le dije que comiera algarrobas. --?Algarrobas, como un caballo? --Naturalmente. En la vida pasan estas cosas, muchacho. Dos Passos tenia una colitis como cualquier mortal --decia el doctor Aymerich--. Le di el remedio que descubri por casualidad durante una larga acampada con mi compania del Ejercito en la sierra de Espadan. La mayoria de los soldados estaba pasando por un episodio de gastroenteritis por haber bebido agua de un pozo contaminado. Un dia en que el suministro de intendencia tardaba en llegar al vivac los soldados comenzaron a comer algarrobas cada uno por su cuenta. A la manana siguiente la diarrea habia desaparecido en todos los casos. Con algarrobas molturadas prepare un jarabe que todavia se vende en algunas farmacias. Lo tengo patentado. Tambien lo hay en pastillas. De eso vivo. En realidad son mis unicos ingresos. A John Dos Passos, mientras el negro Robeson cantaba un blues, le dije que comiera algarrobas, ?que te parece? --?Lo hizo?

  • Lecturas con daiquiri de Manuel Vicent

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    Vuelve Manuel Vicent con una recopilacion de articulos en los que brilla su mirada inteligente, critica e ironica de la realidad.