• Lecciones privadas de Linda Howard

    https://gigalibros.com/lecciones-privadas.html

    El pequeno pueblo de Ruth, Wyoming, esta a punto de recibir una leccion de manos de una profesora recien llegada dispuesta a ganarse el corazon de un hombre que creia no tener ya nada que ofrecer. Mary Elizabeth Potter es una solterona por eleccion que no se hace ilusiones respecto al amor. Pero es tambien una buena profesora… y quiere que el hijo de Wolf Mackenzie vuelva al colegio. Para conseguirlo, se enfrentara al padre del chico y a partir de ese instante padre e hijo entraran en su vida, cambiandola para siempre. Sobre Wolf Mackenkie pesa todavia el estigma de un crimen que no cometio, pero para la pudorosa Mary Elizabeth Potter no es ese salvaje medio indio al que todo el mundo mira con recelo. Para ella, es un hombre bueno y decente. Un hombre capaz de amar. Wolf, sin embargo, no esta seguro de que el pueblo o el mismo esten preparados para aceptarlo. Necesitaba una mujer. Urgentemente. Wolf Mackenzie no podia dormir. La luna, llena y brillante, lanzaba su luz plateada sobre la almohada vacia, junto a el. Su cuerpo palpitaba dolorosamente de deseo, el deseo sexual de un hombre en la flor de la vida, y el paso de las horas solo intensificaba su frustracion. Por fin se levanto y se acerco desnudo a la ventana; su cuerpo, fornido y poderoso, se movia con fluidez. Notaba el suelo de madera helado bajo los pies descalzos, pero agradecia aquella leve molestia, que enfriaba su sangre enardecida por un ansia sin cauce. La luz incolora de la luna labraba las lineas y angulos de su cara, testimonio vivo de su legado ancestral. Su cara, mas aun que la densa cabellera negra que tocaba sus hombros o que los ojos negros de pesados parpados, delataba su origen indio, visible en sus pomulos altos y salientes y en su frente despejada, en sus labios finos y en su nariz aguilena. Menos evidente pero igual de intensa era la herencia celta que habia recibido de su padre, al que tan solo una generacion separaba de las Tierras Altas de Escocia. El legado paterno habia suavizado los rasgos indios heredados de su madre, dotando a Wolf de un rostro afilado como una espada, tan depurado y cortante como recio. Por sus venas corria la sangre de dos de los pueblos mas belicosos de la historia: los comanches y los celtas. Era un guerrero nato, y en el ejercito se dieron cuenta de ello nada mas alistarse. Pero era tambien un hombre sensual. Conocia bien su naturaleza y a pesar de que la dominaba, habia veces en que necesitaba una mujer. Cuando eso sucedia, solia hacerle una visita a Julie Oakes. Julie era una divorciada, varios anos mayor que el, que vivia en un pueblecito a treinta kilometros de alli. Sus relaciones duraban ya cinco anos; ninguno de los dos queria casarse, pero tenian necesidades, y se gustaban. Wolf procuraba espaciar sus visitas a Julie, y tenia cuidado de que nadie lo viera entrar en su casa. Aceptaba desapasionadamente el hecho de que los vecinos se escandalizarian si descubrian que Julie se acostaba con un indio. Y no con un indio cualquiera. Una condena por violacion marcaba a un hombre de por vida. Al dia siguiente era sabado. Lo esperaban sus tareas cotidianas, y tenia que ir a recoger un cargamento de tablones para el cercado a Ruth, el pueblecito situado al pie de su montana. Pero las noches de los sabados habian sido siempre para desmadrarse. El no se desmadraria, pero iria a hacerle una visita a Julie y se desfogaria en su cama. La noche se iba haciendo cada vez mas fria, y unas nubes densas y bajas se acercaban. Wolf se quedo mirandolas hasta que taparon la luna. Sabia que anunciaban otra nevada. No queria regresar a su cama vacia. Su rostro permanecia impasible, pero su sexo palpitaba dolorosamente. Necesitaba una mujer. Mary Elizabeth Potter tenia un sinfin de pequenas tareas de las que ocuparse aquella manana de sabado, pero su conciencia no le permitiria descansar hasta que hablara con Joe Mackenzie. El chico habia dejado la escuela hacia dos meses, uno antes de que ella llegara a ocupar el puesto de una profesora que se habia marchado inesperadamente. Nadie le habia hablado del chico, pero Mary se habia tropezado con su expediente y lo habia leido por curiosidad. En el pueblecito de Ruth, Wyoming, no habia muchos alumnos, y Mary creia conocerlos a todos. Habia, en realidad, menos de sesenta estudiantes, pero el indice de los que llegaban a graduarse era casi del cien por cien, de modo que cualquier desercion resultaba extrana. Al leer el expediente de Joe Mackenzie, se habia quedado de piedra. Aquel chico era el mejor de su clase. Sacaba sobresalientes en todas las materias. Los alumnos que iban mal se desanimaban y dejaban los estudios, pero la vocacion docente de Mary se rebelaba ante la idea de que un alumno tan excepcional abandonara el colegio asi como asi. Tenia que hablar con el, hacerle comprender lo importante que era para su futuro que siguiera estudiando. Dieciseis anos eran muy pocos para cometer un error que lo perseguiria de por vida. Ella no podria pegar ojo hasta que hubiera hecho cuanto estuviera en su mano para convencer a aquel chico de que volviera a la escuela. Por la noche habia vuelto a nevar y hacia un frio que pelaba. El gato maullaba lastimosamente mientras olfateaba alrededor de los tobillos de Mary, como si tambien el se quejara del tiempo. --Lo se, Woodrow --consolo al animal--. El suelo tiene que estar frio para tus patitas. No le costaba trabajo ponerse en el lugar del gato. Le parecia que no habia tenido los pies calientes desde que habia llegado a Wyoming. Se habia prometido que, antes de que llegara el siguiente invierno, se compraria un par de botas fuertes y calientes, forradas de piel y resistentes al agua, y andaria por la nieve como si llevara haciendolo todo la vida, como una lugarena. Las botas le hacian falta ya, en realidad, pero los gastos de la mudanza habian agotado sus magros ahorros, y las ensenanzas que le habia inculcado su ahorrativa tia Ardith le impedian comprarlas a credito. Woodrow maullo otra vez cuando se puso los zapatos mas calentitos y juiciosos que tenia, los que ella llamaba sus <>. Se detuvo para acariciar a Woodrow detras de las orejas, y el gato se arqueo, extasiado. Mary habia heredado a Woodrow junto con la casa que le habia proporcionado la junta educativa. El gato, igual que la casa, no era gran cosa. Mary ignoraba cuantos anos tenia, pero tanto el como la casa parecian un poco avejentados. Ella siempre se habia resistido a comprarse un gato (aquello le parecia el colmo de la vida de una solterona), pero finalmente su sino le habia pasado factura. Era una solterona. Ahora tenia un gato. Y llevaba serios zapatos de solterona. El cuadro estaba completo. --El agua busca sola su nivel --le dijo al gato, que la contemplaba con su impavida mirada-- Pero ?a ti que mas te da? A ti no te importa que mi nivel parezca detenerse en gatos y zapatos serios. Suspiro al mirarse en el espejo para asegurarse de que estaba bien peinada. Su estilo eran los zapatos serios y los gatos, y el ser palida, flacucha e insignificante. <> era un buen termino para describirla. Mary Elizabeth Potter habia nacido para solterona. Iba todo lo abrigada que podia ir, a no ser que se pusiera calcetines con aquellos zapatos tan serios, pero hasta ahi no llegaba. Ponerse unos lindos calcetines blancos de los que llegaban justo por encima de los tobillos con una falda larga de vuelo era una cosa, y ponerse calcetines hasta la rodilla con un vestido de punto, otra bien distinta. Estaba dispuesta a prescindir de la elegancia con tal de ir abrigada; pero no estaba dispuesta a ir hecha un adefesio. En fin, no tenia sentido posponerlo; de todos modos, el tiempo no mejoraria hasta la primavera. Se preparo para aguantar la embestida del aire frio contra su cuerpo, todavia acostumbrado al calor de Savannah. Habia dejado su pulcro nidito de Georgia por el desafio de una pulcra escuela en Wyoming, por la ilusion de una forma distinta de vida; incluso reconocia en si misma una leve ansia de aventura, un ansia que, naturalmente, jamas permitia que aflorara. Pero, por alguna razon, no habia tenido en cuenta la cuestion del clima. Habia dado por supuesta la nieve, pero no las asperas temperaturas. No era de extranar que hubiera tan pocos alumnos, penso al abrir la puerta, y dejo escapar un gemido cuando el viento le lanzo un latigazo. Hacia tanto frio que los adultos no podian desvestirse para engendrar ninos.