• Mentiras que dan magia de Javier Garrido

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    <>. Esas fueron las palabras de quienes la vigilaban. Cuando nos avisaron de lo que sucedia por los walkiestalkies, mi companero y yo estabamos dormitando en nuestro escondite, dos plantas mas abajo. Salimos corriendo, con esa presion en las sienes chillandote que llegas tarde. Mi companero ya empunaba fuertemente la pistola, con la seguridad que le daba el haberlo hecho desde antes de que yo naciera. Mi caso era diferente. Hacia menos de un ano que habia entrado a formar parte de ese grupo, los grises, como nos llamaba esa chica a la que debiamos salvar de aquel que la estaba golpeando, esa chica que tanto odiabamos. Mi pistola, entre mis temblorosas manos, parecia de esas de juguete que vendian en la feria. Nos quedaba por subir una planta y, al menos a mi, ya me faltaba el aire. No sabria decir si por el exceso de ejercicio en esos pocos segundos o por la falta de valor ante lo que intuia que iba a suceder. Mientras corriamos por el pasillo de ese hotel perdido en la montana, no hacia mas que pensar que aquellos de quienes la protegiamos, esos a los que llamabamos los otros, nos habian alcanzado. Cuando llegamos al umbral de la habitacion, mi companero grito apuntando con el arma a lo desconocido. Yo hice lo mismo que el no porque supiese que eso era lo que tendria que hacer, sino como aquel nino inocente que copia a su idolatrado hermano mayor. Al entrar en la habitacion, la imagen era grotesca. La chica presentaba el labio roto y una herida sangrando levemente por la mejilla. Con sus brazos, se estaba sujetando su propio cuerpo, como si tuviese mucho frio. Empece a buscar sangre que brotase de sus antebrazos como consecuencia de alguna herida mortal que se estuviese tapando. No encontre rastro del liquido rojo. En ese momento di gracias por no haber llegado demasiado tarde. Gire la cabeza, buscando a Robert, y la imagen que vi me recordo que yo tambien tenia una pistola entre mis manos y que seguramente tendria que utilizarla. El miedo que irradiaba ese chico en sus ojos y que imprimia en el arma que tenia asida con fuerza en sus manos dejaba entender cuales eran sus intenciones. Estaba apuntando a la chica a menos de dos palmos de su pecho, a esa distancia era imposible fallar, a esa distancia seria inhumano pensar en disparar. El concepto a quemarropa se sentia excesivo en esa atroz escena. Mi companero le grito que parase. Yo no dije nada, el miedo me acunaba entre sus fuertes brazos, ahogandome en mi propia cobardia. De repente, un fogonazo ilumino la habitacion. El estruendo de la pesada pistola que Robert tenia en sus manos empequenecio el horror que sentia. En ese mismo momento, le disparamos, como si esa accion pudiese retroceder lo que le hizo a esa pobre chica, a tan solo dos palmos de su pecho, solo a dos palmos. No podia creerlo. Primero disparo mi companero, por supuesto. La experiencia le indico lo que tenia que hacer. Yo dispare despues, pero porque la salva de mi companero me recordo que eso era lo que se esperaba de mi, no porque quisiese hacerlo. Su disparo hizo lo correcto, lo que nos ensenaron. Le secciono la rodilla para poder inmovilizarlo. Mi disparo no tuvo tanta suerte, iba dirigido al mismo sitio, su rodilla, pero el segundo que dude en disparar fue tiempo suficiente para que ese chico, Robert, bajase el cuerpo y yo le atravesase el cuello, matandolo al instante. No me hizo falta buscarle un pulso que sabia que habia dejado de recorrer su cuerpo. Ese fue mi primer muerto. Esa fue la primera vida que quite. Y, lo peor de todo, si es que hay algo peor que eso, fue descubrir que Robert, aquel asesino que mate, al final, era inocente. PARTE I Capitulo 1 En un geriatrico empezo todo En un geriatrico empezo todo. Residencia Luna Nueva. Quiza no sea el lugar mas apropiado para empezar una historia, un lugar donde acaban las vidas de aquellos que viven, sobreviven o malviven en sus dependencias. Su nombre considero que no fue nada acertado. Luna Nueva. Cualquier residencia tendria que estar alejada de un apellido como Nueva. En sus pasillos y habitaciones, con ese olor a ceniza impregnado, se agotan los ultimos momentos de personajes tan pintorescos y maravillosos anos atras, que bien podrian ser los personajes de esta historia. Pero en la habitacion 33 es donde se encontraba Erlinda, hilo inicial en el que empezo todo lo que quiero contaros. No es la persona que ocupara la mayor parte de esta historia, ni la pieza mas importante de este puzle, pero, como cualquier rompecabezas, cada fragmento, por pequeno e infimo que sea, es parte del todo. Erlinda era odiada en la residencia por su lengua afilada e hiriente. Era amada por su inteligencia y sabiduria. Era detestada por su intolerancia ante el mas minimo error o descuido. Era adorada por su creatividad y gusto por el buen hacer. Era irritante en su tono condescendiente y prepotente, una cualidad que ya de por si te da la vejez en sus ultimos momentos. Era un personaje que, alla a donde fuera, no era tratada con indiferencia. De caracter complejo mas que complicado, poseia un aura de respeto y poder que la rodeaba alrededor de su eterna silla de ruedas. Sus verdes ojos, ahora acuosos por una ceguera tardia, habian visto belleza que podria llenar diez vidas de sus contemporaneos. Devoradora de miles de libros, que fueron semilla de una inteligencia y sabiduria abrumadora, le dotaron de la capacidad de herir con varias palabras y un par de verbos al mas poderoso de sus enemigos. Sus manos, huesudas y enhebradas en venas, temblaban acompanadas del tintineo metalico de anillos y pulseras, una cantidad indecente de joyas que las cuidadoras hacia anos ya dejaron de pedirle que las dejara en el cajon de su mesita. Esas manos que muchos anos atras acariciaban con un pincel un lienzo y lo transformaban en una ventana con color y alma, una cualidad que descubrio en sus anos mozos y le permitio vivir de su don el resto de su vida. Un exito que hasta le permitio en sus ultimos dias costearse una limpia habitacion y tres sencillas comidas en la residencia Luna Nueva, logrando mantener la poca autonomia que le quedaba fuera de la casa de su unica hija. De la habitacion 33, solo se escapaba silencio y tranquilidad, cualidades que solo se veian amenazadas cuando alguna cuidadora o enfermera se atrevia a aconsejar, mas que recriminar, a la recta Erlinda, y esta lanzaba alguna frase corta, directa, hiriente y tan cierta que lograba sacar de sus casillas a quien hubiese tenido la osadia de molestarla en su anciana calma. Pero ese silencio tan triste que acompana siempre a la vejez se suavizaba cada lunes, cada martes y cada miercoles. Esos tres dias todo cambiaba para la estricta Erlinda. Era cuando su nieto le regalaba el milagro de las palabras, esos simbolos que su ceguera le robo de por vida y por la que hubiese acortado su ya de por si corta existencia por volver a leer solo un libro mas. Dan, porque Daniel no le gustaba que le llamasen, y menos Dani, que le sonaba ridiculo, entraba en la habitacion 33 y le daba dos besos a su querida abuela. Nunca le preguntaba como estaba, porque sabia que muy bien no le iba a contestar. Nunca se interesaba por lo que habia hecho ese dia, porque la respuesta <> no aportaba mas que soledad. Nunca le preguntaba que hacia, porque una anciana ciega y en silla de ruedas de un limitado abanico de actividades podia disfrutar. Solo le saludaba con esos cortos besos que tanto bien les hacian a los dos, se quedaba quieto sin mirarla a los ojos y esperaba el mantra que Erlinda le regalaba a el y solo a el. <>. Esas tres palabras que de especial nada parecen tener eran el tesoro mas preciado de Dan y Erlinda. Era ese saludo que la anciana solo le brindaba a su querido nieto. Quien los escuchase nunca llegaria ni tan siquiera a vislumbrar el carino y respeto que contenian esas palabras. Despues de su peculiar y obligada presentacion, Dan cogia el libro que estuviesen leyendo de la pequena biblioteca, se sentaba y daba comienzo uno de los unicos momentos que Erlinda podia decirse que disfrutaba, aparte de oler una buena pintura, pero eso ya os lo explicare mas adelante. El origen de esa peculiar rutina venia de cuando todavia ella vivia en casa de su hija --Mara--, con su yerno --Osorio-- y sus dos nietos. Dan contaba todavia doce anos cuando una tartamudez nerviosa llevaba martirizandole ya cuatro anos. Esa limitante dolencia le obligo a visitar al logopeda mas famoso de la ciudad. Sismundo Roque se llamaba. Un nombre muy poco acertado para ser logopeda. Cuando su madre saludaba al doctor, Dan tenia que esforzarse cuando se dirigia a el, diciendo un tenso <>, con las mejillas sonrojadas y los ojos achinados mientras las eses le raspaban el paladar, lengua y labios hasta formar un siseo del que hasta su familia se sentia avergonzada. Ante tal presentacion, Sismundo les contestaba con un <>, porque, ademas de tener un nombre poco apropiado para ser logopeda, aquejaba de un ligero frenillo. El doctor gangoso, porque asi lo llamaba Dan, le exploraba, le miraba, le abria la boca y se quedaba observando dientes, muelas y lengua como quien se queda esperando la inspiracion divina y, sin mas que hacer, a los cinco minutos comenzaba la sesion. <>, le decia cada dia. Y asi transcurria la sesion; Dan leyendo en voz alta con la cara roja y una expresion de tirachinas en su boca, y su madre mirandole con tez cenuda y labios tensos de desaprobacion por el molesto tartamudeo. Asi empezo su pasion por la lectura, forzada al principio, pero que con la practica y la costumbre se transformo en una gran aficion. Y la persona receptora de esas largas sesiones entre libros no fue otra que Erlinda, quien, debido a su ceguera incipiente, no podia disfrutar de la magia de los libros. Esa hora de lectura obligatoria por las tardes, con Dan como orador y Erlinda como publico, se repetia de forma diaria, de lunes a domingo. Y esa hora se iba alargando a una hora y media, luego a dos. Los libros se transformaban en manuales de texto escolares en epocas de examenes y asi le ayudaba a estudiar. Decenas, centenares de libros pasaron por los ojos de Dan y se decantaron en los oidos de Erlinda, uniendolos mas y mas todavia. Eso y la pintura, pero ese tema ya os lo explicare. Volviendo a la habitacion 33, a ese tiempo contenido que solo una residencia puede transmitir, se escuchaba a Dan como recitaba sobre Atticus Finch, el encantador y etico protagonista de la novela que leia. Esa voz temblorosa, intermitente y tartamuda que tenia con doce anos fue pasando poco a poco a una voz dulce, calida y pausada ahora, con sus veinticinco. Esas interminables sesiones de lectura forzada que el logopeda Sismundo le receto lograron el objetivo que hasta el doctor gangoso no se esperaba. Pero ese dia fue distinto. Para ser mas exactos, esas ultimas semanas habian sido distintas, aunque Dan no fuese consciente de ese cambio. Todo aquello que comenzo a pasar esos dias sucedia en la 35, una habitacion que llevaba desierta el ultimo mes porque su inquilina fue despedida de la unica forma que una residencia puede deshacerse de sus ocupantes. Tras el muro que separaba las dos habitaciones, se encontraba alguien escuchando. Esa silueta se movia esquiva por la habitacion, deslizando su sombra causada por un unico punto de tenue luz situada en la mesita de noche, disfrutando furtivamente de una lectura a la que no habia sido invitada.