• El pasado no quiere morir de Guido Natale

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    Las bocanadas de humo se reflejaban en la lampara del techo. Era octubre y el calor se hacia sentir, sobre todo porque no abrian las ventanas. Noche de viernes. Noche de poker y amigos. Ahi estaban los cuatro sosteniendo las cartas sobre el pano verde de la mesa de Andrada, un veterano hombre del Ejercito a punto de jubilarse. A su izquierda, Escorpion, misma edad, misma condicion, un rango menor. Del otro lado, Manteca Ramirez, un ex policia instructor de la Vucetich, y el cuarto en juego, Manuel Ponzi, un ex Teniente Coronel auto excluido de la fuerza en 1976. Hombres de tradiciones y pocas palabras se reunian desde el ano 66 cuando se hicieron amigos trabajando en las oficinas del edificio Libertador. Jugaban desde las nueve de la noche hasta que uno se quedaba con todo, que no era mucho, unos cien pesos, pero para la Argentina de 2003, significaba bastante. Andrada ganaba bien, sin embargo le preocupaba el futuro. Desde que habia asumido el kirchnerismo el presupuesto de los militares no era una prioridad, les habian expropiado algunos terrenos y a la ESMA pensaban desmantelarla y convertirla en museo. "Se vino el zurdaje", solia bromear Escorpion, emulando a una conductora de television, y agregaba para distraer a sus contrincantes: "Pensar que luchamos tanto y ahora se vienen a quedar con el poder". Le pedian que no jodiera con eso, ya estaban grandes, los setenta habian quedado en el galpon de los recuerdos. "La sacamos barata si todo queda como esta", decia Ramirez, que durante la epoca de Lopez Rega tuvo una importante participacion en el grupo de la triple A. Luego de despedir en la puerta del semipiso de Recoleta a Ramirez y Escorpion, Ponzi y Andrada se quedaron charlando cafe irlandes de por medio, sobre aquellos anos en el Ejercito, que justamente coincidieron con el casamiento de Ponzi. Andrada le recordo que a Susana la conquisto gracias a el, en referencia al velero que consiguio palpandose el revolver frente al dueno de una guarderia nautica del Tigre. Lo habia pasado a buscar vestido de Marino en un Falcon y se hicieron atender en la oficina al final del galpon donde descansaban las embarcaciones. Andrada invento un operativo de seguridad a realizarse en una isla del Delta, destaco que necesitaban la ayuda de buenos civiles para que estos grupos "de zurdos" no desquiciaran la patria. Eran tiempos de Ongania y los militares tenian que ordenar el pais de una buena vez. El hombre les dijo que era un orgullo colaborar con la causa y les puso a disposicion un barco de doce metros de eslora, que se podia usar tanto a vela como a motor. Antes de irse, Andrada le paso el brazo por el hombro, y le prometio que figuraria en el libro de la lucha contra la subversion. Ponzi le pidio cambiar de tema, la nostalgia era un mal subvaluado que lo afectaba mas de la cuenta. Se pusieron a bromear sobre la futura jubilacion de Andrada. Le quedaba una sola cosa por hacer, le dijo, y luego lo acompanaria a darle de comer a las palomas en la plaza. Rieron. Ya era tarde. Ponzi se habia quedado sin un peso. Andrada le ofrecio plata pero le dijo que volveria caminando para tomar un poco de aire, aunque su departamento quedara en el barrio de Caballito. A pesar de la trasnochada, se levanto como todos los dias a las siete treinta de la manana, una costumbre que conservaba desde su etapa como Teniente Coronel, y que no habia podido cambiar con el correr de los anos. Con tantas noches de soledad tuvo que aprender a cocinarse pequenas raciones de comida: para el desayuno tostadas de pan integral y una taza de cafe, al mediodia pastas sin salsa y por las noches verduras salteadas con pollo. El menu tenia alguna que otra variante, pero en general era siempre el mismo. Mas tarde sintonizaba FM clasica en el radio despertador y antes de acostarse acomodaba prolijamente las pantuflas debajo de la cama. Asi era su vida, una sucesion de hechos cotidianos sin sobresaltos. Una de las cosas que mas le molestaba de vivir al limite de la pobreza, era agacharse para limpiar el inodoro, el fondo de la heladera y las alacenas de la cocina. Tambien la falta de una buena cobertura social y sobre todo tener que conformarse con las peliculas gratuitas que pasaba el centro de estudiantes de la facultad de Filosofia y Letras, la mayoria de un contenido politico que le revolvia el estomago. A la tarde engancho "Rambo" en Telefe y se emociono por enesima vez, al igual que cuando veia "El barco", una pelicula sobre el devenir de un submarino Aleman durante la segunda Guerra Mundial. Hacia anos que no la podia ver porque le habian cortado el cable. Como era habitual, a la noche no tenia ningun plan, por eso cerca de las diez ya estaba en la cama dispuesto a leer "La Argentina Contemporanea" de Felipe Pigna, cuando sono el telefono. Miro el aparato con sorpresa y estiro el brazo. --Hola. --Estoy herido, veni rapido, Manuel. --!?Que?! ?Quien habla? --Alberto. Alberto era Andrada, su amigo de tantos anos. --No te muevas, ya voy, llamo a una ambulancia. --!No!, no llames a nadie, veni solo, apurate. Corto y salto de la cama en busca del pantalon, el unico par de mocasines que tenia y una chomba de Macowens. Evito el ascensor, bajo los dos pisos salteando escalones, y paro un taxi sin pensar en la plata que llevaba. Cuando estuvo a diez cuadras, le dio todos los billetes que tenia e hizo el ultimo tramo dando empujones a los turistas ante la impavida mirada de los mozos y chicos vendedores de flores. Llego a la calle Azcuenaga y toco timbre preguntandose si Andrada iba a poder abrirle. Retrocedio. Un objeto cayo desde el cielo. Era un juego de llaves que por poco le pega en la cabeza a una pareja que pasaba caminando. Subio al tercer piso, encontro la lampara del recibidor en el piso. Un reguero de gotas rojas lo llevo hasta el cuerpo de Andrada que yacia entre el living y el balcon. La sangre se habia apoderado de su camisa. Con las piernas temblando como un papel, se agacho, y lo dio vuelta. En un primer momento penso que estaba muerto, pero abrio los ojos e intento decir unas palabras que no terminaban de salirle de los labios resecos. Le puso un almohadon debajo de la cabeza, le dio de tomar un poco de agua. --Tengo que llamar a una ambulancia, Alberto. --No, escuchame --le pidio Andrada con un hilo de voz. Le hizo un gesto, queria algo para anotar. Ponzi agarro una birome de la repisa del living, y se la paso junto a un cuadernito que llevaba en el bolsillo. "Fiscal Failache" escribio Andrada con letras apenas legibles. Despues dejo caer las manos sobre la alfombra como si la fuerza de gravedad lo venciera. Al borde de las lagrimas, Ponzi le pregunto que habia pasado. Andrada le senalo la pared opuesta del living. Junto al zocalo habia un portafolio de cuero marron. Ponzi volvio a mirarlo; Andrada dijo sus ultimas palabras. --Daselo a el --y se le cerraron los ojos. El ex Teniente llamo a la policia y se esfumo con el portafolio en la mano. Volvio caminando, un rato trotaba y cuando se cansaba volvia a caminar. Al llegar se puso a mirar los noticieros, mientras dormitaba con la cabeza apoyada contra el respaldo de la cama. Por la manana, la seccion de policiales del diario hablaba de una confusa muerte de un Coronel del Ejercito argentino a punto de jubilarse. Otros medios afirmaron que habia sido abatido de un balazo, pero no habia pistas certeras sobre el asunto. A pesar de recibir llamadas de sus amigos, no los atendio. Tenia miedo de arruinar el ultimo deseo de Andrada. No queria defraudarlo. El lunes siguio recibiendo llamadas de Escorpion y de Ramirez, mientras leia Clarin. Despues salio a despejar la mente al bar de la esquina. El martes volvio a sonar el telefono y esta vez atendio. Era Escorpion. La autopsia confirmaba que la causa de la muerte de Andrada fue una bala que le atraveso el corazon. Esa tarde lo enterraban en el cementerio de la Chacarita. Se puso el unico traje que tenia, (sin contar el de militar guardado en el fondo del placard), y tomo el colectivo en direccion a la estacion Lacroze. Cruzo Corrientes, camino entre los nichos hasta una sordida capilla donde un cura oraba por su amigo delante de familiares y allegados. Se quedo a un costado, detras de un tipo alto que lo ayudo a pasar desapercibido. Junto al feretro estaban el hijo y la ex mujer. Al pibe lo habia visto por ultima vez cuando cumplio los dieciocho; a la ex era mejor perderla de vista, el alcohol la habia dejado fuera de sistema. Cuando llego el momento de trasladar el cajon, Escorpion le senalo una manija, y el, a traves de los lentes negros, fue saludando a los mas cercanos con un leve movimiento de cabeza. Habia militares vestidos de estricta fajina, periodistas, algunos politicos. Reconocio al ministro del Interior y a un diplomatico, pero se mantuvo al margen, ni siquiera se acerco cuando una nina le ofrecio una rosa para arrojar al ataud. Camino a la salida, Escorpion y Ramirez lo alcanzaron. --?Que se sabe? --les pregunto luego de unos largos segundos. --Eso te queriamos preguntar a vos, ?donde andabas? --Queria hacer el duelo... a mi manera. --O sea solo --dijo Escorpion y de reojo lo miro al Manteca--. Mira, le dieron en la puerta del cementerio de la Recoleta, y como pasaba gente, pudo escapar. No aguanto mucho. Alguien aviso a la policia, pero cuando llegaron no habia nadie. Ponzi lo escuchaba serio. --?Y que mas se sabe? --pregunto. --Nada --aclaro Escorpion--, misterio absoluto; si andaba en algo se lo llevo a la tumba. Uno cree conocer a sus amigos, y al final... --Quizas fue un intento de robo... --dijo Manteca desajustandose la corbata. Siguieron caminando en silencio hasta la explanada del cementerio, con las manos cruzadas por detras del saco, cabizbajos, como si fueran detectives intentando resolver el caso. Ponzi le sugirio a Escorpion que investigara en el Ejercito, para el no se trataba de un simple intento de robo. Despues le pidio prestados doscientos pesos, y le hizo la venia militar desde el estribo del colectivo. Paso la tarde buscando informacion. Tres dias despues los medios habian reducido el espacio dedicado al caso porque las lluvias en el litoral estaban inundando los campos y poniendo en peligro las cosechas. La clave, sin embargo, decia una linea de investigacion, estaba en la ultima epoca de Andrada en el Ejercito. Se decia que algunos militares pensaban romper el pacto de silencio, que la fuerza estaba resquebrajada, se especulaba con que pudieran aparecer arrepentidos. Ponzi abrio grande los ojos y se sirvio un vaso de Whisky que Andrada le habia regalado para su cumpleanos. Despues del tercer trago, el cansancio lo vencio, se durmio entre las hojas de los diarios con la tele encendida. Desperto a las siete con un fuerte dolor de cabeza. En la ducha trato de aclarar la mente. Dudaba entre llevarle el portafolio al fiscal, contarle a Escorpion y a Ramirez, o entregarlo en el Ejercito. Ninguna de las tres opciones lo terminaba de convencer. Despues de almorzar camino hasta el palacio de Tribunales. ?Como averiguar donde trabajaba Failache? Cruzo la plaza Lavalle, subio las escalinatas, miro de costado la estatua de la justicia, sin dejar de avanzar dio con el patio y sus columnas clasicas. Mientras leia en una placa de marmol a los proceres que sancionaron la Constitucion Nacional de 1853, vio en un banco del pasillo una revista de actualidad que no parecia tener dueno. Esquivo a un par de personas y se sento a ojearla para pasar el tiempo hasta que un titulo le llamo la atencion: "Los crimenes de lesa humanidad no prescriben", y debajo un largo articulo firmado por Carlos Antonio Failache. Cerro la revista de golpe, como si hubiera recibido un cachetazo que lo dejara con la mente en blanco. Preguntandose que hacia Andrada relacionado con ese tipo, miro hacia ambos lados, y la guardo en un bolsillo del chaleco de pesca. Abandono Tribunales, cabizbajo; ya no tuvo ganas de disfrutar de la belleza arquitectonica del edificio. Paro un taxi. Al llegar al departamento leyo la nota de un tiron. El fiscal actuaba en Villaguay, provincia de Entre Rios, y estaba decidido a investigar el pasado. De alguna manera Ponzi se sentia protagonista de aquellos anos de "botas largas", por mas que se haya retirado pronto. Lo mejor seria quemar el portafolio dentro del horno, cocinarlo a cien grados y pulverizar cualquier evidencia que pudiera revivir causas comprometedoras. ?Pero por que Andrada se queria retirar del Ejercito dandole el portafolio a ese fiscal? ?Acaso se habia vuelto loco? Paso la noche en vela, las pantuflas torcidas por las tantas veces que se levanto para ir al bano. El portafolio al costado de la cama y la radio que, mas que musica, emitia un ruido perturbador. Antes del amanecer, tomo una decision, temblando, con un frio seco en el esternon.