• Los que esperan la lluvia de Gabriela Margall

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    Su muerte no tuvo nada de diferente a las otras muertes. Se fue recordando aquello que lo habia hecho mas feliz y que, al mismo tiempo, habia sido su desdicha. Sus familiares lo rodeaban, esperando su muerte. No estaban tristes, su vida habia sido plena, moria simplemente porque los viejitos deben morir. El no veia ni a sus hijos, ni a sus nietos; en la boca tenia azahares que masticaba junto con su saliva, en la piel tenia olor a almendras, en los ojos tenia una mujer que no era nina ni mujer, que era tan blanca como la luna y tan rubia como el sol. La veia sentada junto al limonero, como siempre; con la mirada perdida en el aire, buscando la tormenta. El hombre agonizante sabia que estaba lloviendo. Ella lo miraba, pero no lo miraba; ella queria estar con el, pero no podia. Sintio las manos llenas de aserrin, sintio un abrazo con olor a cebollas y arcilla cocida, un coscorron en la cabeza, una caricia en una mano lastimada, unos ojos que lloraban por una borrachera que no recordaba. Los tambores del candombe se confundieron con los truenos de la tormenta y el llanto de sus nietas. Una mujer le pedia que le hablara; el no podia, tenia la lengua envuelta en azahares y saliva; no sabia que decirle. Hablame. Hablame, por favor. No me mires. Le ofrece su piel para que el escriba, el no sabe que escribir. Alza la mano, suplicando. Ella come limones. Ella levanta el hacha. El inclina la cabeza. El hacha golpea contra su nuca. Brota de su piel barro, sangre, aceite, aserrin, ruidos de candombe, lagrimas, dientes afilados, palabras, truenos y muerte. Capitulo 2 Dos nacimientos El 3 de febrero de 1536 --quiza el 2, sostienen algunos, como si realmente importara el matiz -- se intento fundar una ciudad entre dos infinitos. Sus fundadores, enviados por el rey de Espana, estaban destinados a fracasar. La pequena ciudad murio lentamente sin poder resistir la llamada de los infinitos, que la atraian hacia la tentacion de lo inconmensurable. Los fundadores no soportaron la contemplacion de los enormes vacios y, desesperados ante su fracaso, llegaron a comerse entre ellos. Cuatro anos mas tarde, se decidio que la ciudad estaba muerta, y la abandonaron. Los dos infinitos se tragaron todo lo que pudo quedar de aquella primera fundacion, excepto los perros y vacas, que se multiplicaron a su gusto por la pampa. En 1570, se decidio que naciera la hermanita menor de esa ciudad, cuyos padres fueron paraguayos y estuvieron al mando de Juan de Garay. Su destino no era el fracaso, sino ser los fundadores de una ciudad que estaria bajo la invocacion de San Martin de Tours, que seria famosa por sus buenos aires y sus tormentas. Una ciudad con doble nombre y un puerto que no existia: Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa Maria del Buen Ayre. En 1782, en Buenos Aires, la hermanita menor, nacio una nina que murio a los siete dias. La nina apenas fue anotada en los registros de la Iglesia de San Francisco de la siguiente manera: "Nacio una nina, hija de dona Maria Adela de la Merced y Martinez, blanca, natural de Buenos Aires, y de don Pascual Jacinto Manrique, blanco, natural de la region de Valencia, Espana". No se anoto su casta como correspondia a cualquier nacida en la ciudad. Y no porque el padre Anselmo fuera descuidado, sino porque su profesion le impedia mentir en los libros parroquiales. Nada prohibia, en cambio, realizar ciertas omisiones. La nina nunca tuvo nombre. Cuando nacio, no hubo exclamaciones de alegria ni rezos al Senor por su salud y la de su madre. Hubo un silencio parecido al que continua al relampago, el silencio que espera al trueno. Despues de muchas horas de dolor y de sangre, dona Adela pario una nina que revelaba el pecado de su madre y su verguenza: la sangre de un mulato. Nadie de la familia se preocupo por la nina, nadie la quiso, nadie rezo por ella, nadie lloro cuando el cajoncito fue enterrado, ni nadie se alegro porque Dios le habia dado alitas para volar hasta Su Presencia. El Senor no le daba alas de angel a una mulatita cuarterona. Doce meses mas tarde, nacio Clara de la Purisima Concepcion Manrique y Martinez, la cuarta hija de los senores de la casa, despues de dos dias de gritos, dolores, ruegos al Senor y muchisima sangre que apenas podia ser enjuagada del cuerpo de su madre. Cuando fue completamente lavada, comprobaron que tenia el pelito lacio y casi blanco, los ojos dorados y la piel parecia hecha de perlas. Fue anotada en el registro parroquial por el cura de la Iglesia de San Francisco de la siguiente manera: <> Etcetera. Su madre la amo con locura: fue su ninita santa. Capitulo 3 Como el sol y la luna Fue llevado por don Pascual hasta una casa enorme con muchas habitaciones y mucha gente. Una mujer de piel muy oscura, mucho mas que la suya, y con olor a cebolla le puso un pantaloncito por orden del amo. Tambien le limpio la cara con un trapo mojado en el agua que contenia un cacharro de arcilla negra cocida. El trapo tenia olor a tierra humeda y, desde ese dia, cada vez que Santiago sentia olor a barro o a tierra mojada por la lluvia, recordaba el dia en el que habia conocido a Clara. --Mira, Clara: !te compre un negrito! El estaba descalzo, con casi todo el cuerpo desnudo. Ella estaba completamente cubierta de puntillas blancas, desde los pies hasta las mejillas. Ni siquiera podia verse si tenia pelo. Los dos parecian de la misma edad. Estaba en brazos de la madre, que lo miraba con diversion y un poco de asco. Clara extendio uno de los brazos hacia el; don Pascual, apoyando las manos en sus hombros lo hizo adelantar hasta su nueva amita. Ella se inclino mas hasta tocarle la marana de pelo aspero que cubria su cabeza. La mano rasco un poco con las unas y se retiro rapidamente. Clara escondio su carita sonriente y rosada en el pecho de su madre. --Vamos a tener que vestirlo, Pascual. --Ya le dije a Petrona que le hiciera ropa. --Y que le de de comer. ?Sabe hablar? ?Como se llama? --Decile como te llamas --le dijo don Pascual empujandolo otra vez. --Santiago, senora. --Es un cuarteron, o quinteron… No me acuerdo. Carabajal se llevaba a la madre a Santiago del Estero, pero no queria tener que llevarlo a el tambien; la mujer iba a distraerse con el crio en el camino. Puede ayudar en la cocina, a Petrona, cebarles mates. --Si, ya vamos a encontrarle un uso. --Y para cuando Clara crezca, la va acompanar a misa. Su negrito de misa. --!Que alegria que lo hayas traido! Mandalo a la cocina asi lo cambian. Ya viene Asumpta, se lo quiero mostrar. --Fue un buen negocio. ?Que te parece, Clara? ?Te gusta tu negrito? La nena se saco la capucha que le cubria la cabeza para responder un fuerte: !si! Santiago nunca habia visto nada igual. Era rubia como el sol y blanca como la luna. Capitulo 4 Palabras con sabor a fruta y a mar --Petrona, ?me contas una historia? --Ya se la conte. --Otra vez, Petrona. Crecieron juntos en el tercer patio, escuchando los cantos de Petrona, que pelaba zanahorias y los vigilaba. Buscaban huevos en el gallinero, espantaban a los patos, andaban descalzos en verano, con los pies llenos de tierra y las manos llenas de duraznos azucarados que le robaban a Petrona, que preparaba dulces. En invierno, gozaban de un postre que les hacia preparar Petrona. Ella dejaba dos tarritos de leche en el patio envueltos en un trapo para protegerlos de las ratas y del perro ratonero. A la manana siguiente, encontraban, los ninos y ella, en lugar de leche, una escarcha blanca a la que batian con todas sus fuerzas, dando saltos y gritos los mas chicos, riendose hasta mostrar los dientes, la mayor. Abrir el tarrito era un sueno: la escarcha blanca se habia convertido en una crema espumosa a la que Petrona, sin sacarla del tarrito, le agregaba azucar y canela. Los dedos de los chicos se congelaban sosteniendo el tarrito, la lengua se les entumecia con la crema fria, y todo el cuerpo se les enfriaba, pero la lena de la cocina ya habia sido encendida por Petrona y no habia nada mas divertido que intentar hablar con la lengua dormida. Petrona no hablaba; ella se limitaba a sonreir con sus ocurrencias. Hasta los catorce anos, Petrona no habia conocido el frio, ni la escarcha, ni la ciudad en la que la lluvia era un estado de animo. Sabia que habia sido capturada por alguien que tenia su mismo color de piel. Habia sido vendida a alguien blanco que la habia llevado a un barco enorme con otros cientos de personas; a algunos los conocia, aunque fingio no conocerlos. Apretados en la bodega del barco, vio a su cuerpo enfermarse y a los otros morirse. Vivio el olor de los cuerpos pudriendose mientras los demas se aferraban a algo --lo que fuera-- para no morir. Petrona no hablaba, solo cantaba en silencio, obligandose a diferenciar lo que pasaba en el barco de lo que pasaba en su mente. Llegaron a una costa y tiraron los cadaveres al mar. El olor de la bodega no mejoro, pero al menos habia mas lugar. Siguieron el viaje. Llego a la ciudad de las lluvias eternas un verano. El barco no llego hasta la costa; bajaron a los pocos sobrevivientes a unos botes para acercarlos. En el horizonte se dibujaba una ciudad planita, celeste, rosada y verde, con cupulas y cruces. La llevaron al asiento negrero. La desnudaron, la palmearon, le marcaron el hombro con un hierro candente para despues colocarle aceite sobre la herida. La marca senalaba su peso y su considerable buena salud. Petrona seguia cantando en silencio, y su silencio era confundido con sumision, por lo que se vendio a buen precio. La compraron unos senores e inmediatamente se la llevaron a su casa, donde la vistieron con polleras y blusas que al contacto con su piel parecieron un rasguno. Una mulata le enseno las tareas que debia realizar y la lengua nueva que debia balbucir. De vez en cuando, le hablaba en su antiguo idioma; los sonidos le recordaban a arboles, a frutas, a animales. Petrona no volvio a hablar con sus antiguas palabras, nunca volvio a pronunciar su nombre. Nunca volveria a su hogar. Cantar era distinto, cantar calmaba las penas. Uno de los hijos de sus amos se aquerencio con ella. Se permitio quererlo porque sabia que eso iba a terminar. Y termino pronto. La vendieron a una familia con una casa enorme, pero vacia, un amo que siempre sonreia, una ama que siempre andaba nerviosa y una anciana a la que se le caia baba de la boca. --Hace mucho tiempo, unos hombres venidos de muy lejos vinieron a fundar una ciudad. La ciudad que fundaron fue tan fea, tan fea, que decidieron dejar morir a esa hijita que nadie queria. Cuando estuvo bien muerta, se la comieron, para que no quedaran restos de esa ciudad tan fea.

  • Ese ancho rio entre nosotros de Gabriela Margall

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    Gabriela Margall navega estas aguas -la de la novela historica- con destreza y preciosismo, para construir una heroina que abre los ojos al mundo y se entrega al amor como una forma de conocimiento. Una novela extraordinaria con el inconfundible sello de la autora.