• Cartas olor a lavanda de Carmen Calero

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    ecuerdo como si fuera ayer la primera vez que vi a Antoine. Era un mediodia caluroso, un mediodia de un julio en Andalucia cuando ni el piar de un pajaro ni el zumbido de un insecto, ni tan siquiera el ruido de coche alguno pasando a lo lejos rompia el bochorno de esa hora de la tarde. Como cada mediodia yo estaba ayudando en el negocio de mi madre, y tres chicos castano claro y espigados llegaron y se sentaron a esperar su turno detras de mi, a mi espaldas, de frente a la cara de mi hermana pequena que estaba sentada conmigo, esperando que yo terminara de mi trabajo y nos fuesemos juntas a casa a comer. Tal vez percibio mi mirada, o yo senti la suya en mi nuca, porque de pronto, cuando mire hacia atras, justo los dos cruzamos la mirada, y nos sonreimos, y enrojecida, aparte la vista rapidamente. La floristeria de mi madre, negocio familiar que ella heredo de su tia, un local pequeno, pero reformado con mucho gusto, con una parte amplia para atender a los clientes, y donde exponer todas las flores que con muy buen saber hacer y delicadeza, mi madre decoraba, solia estar en cualquier epoca del ano con mucho bullicio de gente, comprando mantillo, algun jovenzuelo comprando un ramito de claveles para su madre o su novia, o alguna vecina comprando macetas nuevas para renovar el patio de la comunidad. Aunque julio y agosto eran meses bastante tranquilos en que la tienda a esas horas solia estar bastante silenciosa. Ellos dudaban entre un ramo bonito pero sencillo o una maceta de peonias, que era la flor favorita de la madre de uno de ellos, para regalar a la casera del hostal donde estaban parando, que habia sido muy carinosa con ellos, explicaron a mi madre. Aquella misma tarde marchaban para Sevilla y querian dejarle ese detalle. Estaban parando en un hostal cerca del rio, donde por la noche les llegaba un gran olor a azahar por los naranjos que rodeaban la Ribera. --La peonia es muy exigente en sus cuidados. Es de China --les dijo mi madre--. Requiere un clima templado y hay que plantarla entre sol y sombra, y regarla frecuentemente. Le cuesta mucho florecer, pero cuando lo hace, sus flores son impresionantes y preciosas, y con un aroma muy fino. Las hay en blanco, varios tonos de rosa y en rojo. La que a vosotros mas os guste u os llame la atencion. Siempre fui una chica idealista. Timida y me gustaba sumergirme en mi propio mundo, aunque tenia muy buena relacion con mi hermana y mis padres. Creia en los cuentos, en las hadas, los duendes y las princesas. Y a toda mi vida ponia o intentaba poner algo de magia. Me gustaban las historias bonitas. Por las noches intentaba siempre fantasear antes de sonar, y de pequena siempre imaginaba mi vida paso a paso hasta llegar a lo idilico que caracteriza a los suenos, aunque sabia de la realidad de las encrucijadas, los problemas y tristezas que nos iban viniendo sin buscar. Siempre fui una chica despierta y vivaz. Mientras yo estaba acabando el centro de mesa siguiendo las instrucciones de mi madre, de espaldas a ellos, y mientras mi madre hacia el ramo por el que aquellos chicos rubios se decidieron, oia sus murmullos y sonrisas en lo que me parecio que era frances, y nuevamente aquellos ojos claros cruzandose con los mios. Mi madre termino y les entrego el ramo, ellos pagaron y marcharon. Yo me quede con un poco de tristeza, o mas bien decepcion o de curiosidad porque me hubiera gustado saber algo mas de aquel chico rubio y espigado que parecia debia ser el unico que hablaba espanol porque habia sido el que habia hablado con mi madre en todo momento. La puerta se abrio y el movil colgado tras ella sono avisando de un nuevo cliente. Era el. Se acerco a mi al rincon apartado donde yo seguia con lo mio, me pregunto mi nombre y si por favor podia darle mi direccion porque le gustaria escribirme. --Mi nombre es Antoine. Me gustaria conocerte. Le anote mi nombre y la direccion de la floristeria en una nota de papel de regalo que mi madre utilizaba para envolver los encargos. Se la di, y dandome un beso en mi mejilla de adolescente de 15 anos salio por la puerta, dejandome en un estado de ilusion y asombro que siempre senti cada vez que recorde aquellos magicos instantes. Los veranos en mi ciudad siempre pasaban mas o menos de la misma forma, condicionandonos un poco, la intensa temperatura, para salir o entrar o divertirnos o descansar. Se aprovechaban mucho las mananas y luego las tardes cuando el sol empezaba a esconderse, y las calles se habian enfriado. Yo pasaba los dias ayudando a mi madre por la manana y ocupandome un poco de mi hermana pequena. Comer, descansar en la siesta y cuando el fresco ya se hacia presente salir con mis amigas a pasear, o al cine de verano, y algunos dias a la piscina. Quedaba una semana para salir de vacaciones, al norte como cada ano, alejandonos del calor que tanto a mi madre como a mi, tan poco nos gustaba y ademas, segun como, alguna vez sobretodo a ella, nos sentaba mal. Adoraba el norte, con sus profundos y verdes valles, sus rios de aguas bucolicas y cristalinas, playas de arena dorada y fina que contrastan con los suntuosos acantilados que emergen en sus pies. Tierra de valientes navegantes, de barquitos de madera, de grandes y plateadas olas, de infimos sonadores y hombres fuertes de metal. El mar es el verdadero dueno de estos lugares, los magnifica y los sella con su diseno, agota nuestra fantasia y nuestra voluntad. Tierra de pescadores y barquichuelas. Cada verano desde que yo tenia unos 10 anos pasabamos en el norte nuestras vacaciones, en las que me reencontraba con mis amigos de verano, y en donde redescubriamos juntos la ciudad y asi cargaba mi mente de recuerdos y planes de proyectos para realizar el verano del ano siguiente. En el norte todo era diferente. Sentia volar, me elevaba sobre las casas de pescadores hasta llegar al mar, testigo de la historia, de amores de verano, de familias enteras banandose al morir las tardes de agosto. El sol escribia en mi espalda mientras estaba tumbada en la playa con mis amigos, percutida por la arena que impactaba en mi piel, atizada por el viento. Alli en esas tierras tan verdes y frescas y tan diferentes a la mia, toda la familia cogiamos la energia y el descanso necesario para volver y seguir un ano mas. Nos encantaba visitar cada pueblecito de la zona, donde parece que la vida trascurre con tanta lentitud y sosiego. Montes verdes, de intenso y variado verde incluso en el fuerte verano, salpicado de montanas, con robles, castanos y abetos, y las maravillosas casas con sus tejas negras y verdes. Y ese mar Cantabrico, esas playas, que mueren en unos acantilados enormes altos y escarpados. Y tambien nos encantaba pasear por el puerto, viendo como los pescadores salian y entraban con sus barcos, algunos sin capturar nada, lamentandose de su mala suerte. Otros muy contentos con su marco lleno de arenques y alguna que otra buena pieza. Y relajada y con el alma renovada y limpia, y la mente llena de recuerdos e ilusiones, volviamos a casa. Tocaba con los dedos la realidad de lo cotidiano, y volvia al dia a dia del verano de Andalucia con mis amigas. Habia pasado casi un mes desde aquel encuentro con aquellos chicos en la floristeria y yo andaba ya absorta preparando las cosas para la vuelta a clase, casi olvidada de ese encuentro casual, pero tan bonito, inocente y espontaneo, cuando un medio dia mi madre me llamo. --Maria, tienes una carta. La ilusion y la emocion que me recorrio el cuerpo al comprobar que la carta venia desde Paris es indescriptible. La incognita del contenido, la alegria al recordar los ojos de aquel chico. Mis manos juguetearon un poco nerviosas con el sobre. La gran emocion hacia que el gesto de abrirla, que hubiera sido rutinario por la costumbre de recibir otras muchas cartas de muchos amigos que tenia fuera de mi ciudad, abrir aquella de aquel desconocido y ver que me decia, en aquel momento fue algo sublime.