• Cuando un highlander ama a una mujer de Brenna Watson

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    ?Hasta donde estaria dispuesto a llegar un highlander por el amor de una mujer?

  • El futuro tiene tu nombre de Brenna Watson

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    ?Y si tu marido fuese tu peor enemigo? ?Y si ni siquiera su muerte te librara de el?

  • Viento de otono de Brenna Watson

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    Una novela clasica del genero historico romantico ambientada en la Escocia del siglo XIV y con una protagonista de origen espanol.

  • Un revolver y siete rosas (Elizabethtown 1) de Brenna Watson

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    Le dolian tanto los pies que apenas podia continuar avanzando. Desde que habian abandonado Cold Harbor, donde la Union habia sufrido una de sus mayores derrotas, se habian dirigido a Petersburg para unirse al asedio de la ciudad. Alli pretendian hacerse con el control de aquel punto estrategico y cortar las comunicaciones ferroviarias que abastecian al ejercito del general Lee. Gabriel Sinclair no recordaba cuantas horas llevaba caminando y, cuando al fin alcanzaron su destino y obtuvieron permiso para descansar, lo primero que hizo fue quitarse aquellas malditas botas. Contemplo, con una mueca de dolor, sus pies ensangrentados y los dedos casi agarrotados y deformes a fuerza de llevar un calzado dos numeros menor al que le correspondia. Al menos, penso, no iba descalzo. No hacia muchos dias que habia contemplado el cadaver de uno de aquellos confederados, que habia cubierto sus pies con pedazos de carton pintados de negro. A su lado se tendio su primo Russell. El y Mitchell Chapman, Mitch, parecian los unicos conformes con su indumentaria, el ultimo a causa de unas relucientes botas que le habia hecho llegar su padre desde Saint Louis, aunque al parecer seguia echando de menos sus zapatos Oxford. <>, se dijo, aunque sin atisbo de acritud. Mitch era un buen chico, y generoso ademas. Compartia con sus companeros casi todo lo que le hacian llegar desde casa, desde dulces a camisas nuevas. De hecho, le habia sugerido a Gabriel intercambiar con el las botas de vez en cuando, solo para que pudiera descansar los pies, pero se habia negado a aceptar. Ya era suficiente con que sufriera uno de los dos, aunque en ocasiones, como esa en concreto, se arrepentia de no haber accedido. David Cassane se sento cerca de ellos, apoyo la espalda contra un arbol y, como era su costumbre, abrio aquel cuaderno de tapas negras que siempre llevaba con el para ponerse a escribir. Gabriel admiraba su capacidad de concentracion. Era capaz de abstraerse hasta en las condiciones mas adversas. --?Que crees que escribira ahora? --pregunto Brett McFarlane con su habitual sonrisa. Se dejo caer junto a Russell, que protesto cuando lo empujo sin querer--. Si no hemos hecho otra cosa que caminar durante dias. --Seguro que esta escribiendo sobre ti --bufo Russell. --Entonces necesitara un cuaderno mas grande --bromeo Brett. Mitch habia encendido un pequeno fuego y colocado una cafetera encima. Por suerte, en ese momento disponian de agua en abundancia, aunque nunca se sabia cuanto iba a durar la buena fortuna. Gabriel aun recordaba la ultima vez que habia recogido el agua de lluvia con sus botas y habia tenido que beber de ellas antes de llenar su cantimplora. David finalizo su escritura antes de lo acostumbrado, guardo el cuaderno en el bolsillo superior de su chaqueta, y la pluma, con sus iniciales grabadas, en el macuto. --?Que creeis que hacemos aqui? --les pregunto a bocajarro. --Impedir que los confederados entren o salgan de Petersburg --respondio Mitch, que siempre parecia el mejor informado de todos. --Es decir, que esto puede alargarse durante dias. --Si, supongo. Cuando la cafetera comenzo a silbar, Mitch la retiro del fuego y sirvio cafe para todos. Gabriel nunca habia sido muy aficionado a aquella bebida tan amarga, pero era una de las pocas cosas que el ejercito distribuia con profusion. Mientras disfrutaban de aquellos minutos de descanso, observo a los hombres que lo rodeaban uno a uno. Se habian conocido en Pennsylvania, al poco de alistarse en el ejercito, y en los tres anos infernales que llevaban juntos se habian vuelto inseparables. Juntos tambien padecieron hambre y sed, un calor abrasador y un frio que a punto estuvo de llevarselos al otro lado. Se habian curado mutuamente las heridas y compartido las provisiones y, en las noches mas oscuras, se habian consolado compartiendo lagrimas y suenos. Eran los mejores amigos que un hombre podia tener, estaba convencido. Gabriel Sinclair aun no podia saber lo que les aguardaba, ni sospechar siquiera que muy pronto iban a perder a uno de ellos en la que seria conocida como una de las acciones mas sangrientas de toda la guerra: la batalla del Crater. Capitulo 1 Elizabethtown, Kansas. Octubre de 1870 El sol aun estaba alto cuando Eleanor Montgomery se bajo del tren en Elizabethtown. La estacion no era mas que un conjunto de tablas desbastadas y una pequena oficina, con los cristales tan cubiertos de polvo que era imposible apreciar si habia alguien en su interior. Un hombrecillo emergio del edificio para ocuparse de que su equipaje fuese colocado en el anden. Cuando el tren se puso en marcha de nuevo, le dedico una leve inclinacion de cabeza y regreso a su cubiculo. Eleanor recorrio con la mirada el modesto apeadero para cerciorarse de que su marido, James Montgomery, no habia acudido a recibirla. Tras casi una semana de viaje desde Richmond, Virginia, llegaba por fin a su destino, al Salvaje Oeste del que tanto habia oido hablar. Se pregunto una vez mas si habia tomado la decision acertada. Un ano antes, tras el fallecimiento de su madre, le sugirio a su esposo la idea de reunirse con el en el Oeste, pero James alego multitud de buenas razones para que no lo hiciera, y ella se plego a sus deseos. La guerra le habia arrebatado a Eleanor cuanto poseia, empezando por su padre y sus dos hermanos, y luego su plantacion de tabaco, que vio arder hasta los cimientos a manos de los yanquis. Su madre y ella se vieron obligadas a aceptar la generosidad de los Cathaway, viejos amigos de la familia, para poder sobrevivir. James Montgomery III habia sido amigo de su padre toda la vida, a pesar de ser algo mas joven, y habia aceptado la propuesta de desposar a su hija como un favor personal. Su fortuna habia sucumbido bajo el ejercito del general Ulysses S. Grant, al igual que la de Eleanor y su familia, y los habitantes del viejo Sur habian tratado de estrechar aun mas los lazos que los unian. Con veinticuatro anos ya cumplidos, Eleanor seguia soltera, y las posibilidades de encontrar un esposo apropiado se habian desvanecido con la guerra. Su padre, que se recuperaba de una herida por aquel entonces que acabaria con el meses despues, habia propuesto un matrimonio de conveniencia que fue aceptado por ambas partes. Eleanor recordo, no sin cierto rubor, su noche de bodas. James era veinte anos mayor que ella, un viudo bien parecido que resulto ser un hombre considerado y atento, en el lecho y fuera de el. Hacia anos que Eleanor habia abandonado sus suenos romanticos de juventud, y vio el matrimonio con James como la ultima oportunidad de no convertirse en una solterona. Solo un mes despues del matrimonio, el se habia mudado al Oeste en busca de fortuna, con la esperanza de regresar con dinero suficiente como para empezar de nuevo. Cinco anos llevaba Eleanor aguardando reunirse con ese hombre que era practicamente un desconocido, y se habia cansado de esperar y de aceptar todas las excusas con las que el habia argumentado esa separacion. Nada la ataba ya a su Virginia natal y su deber era estar junto a su esposo, para labrar juntos su incierto futuro. Habia empaquetado sus cosas y, el dia antes de partir, le habia enviado una carta anunciando su llegada, sin otorgarle tiempo suficiente para una replica en la que intentaria hacerle cambiar de idea. Algo habia fallado en su plan, porque James no se encontraba alli. Sintio que el jefe de estacion la observaba desde el otro lado del sucio cristal de su ventanilla. Se imagino que no debia de ser muy corriente ver a una mujer ataviada con un vestido de muselina sentada sobre un desvencijado banco, rodeada por media docena de baules y otros tantos bultos de distintos tamanos. Esa manana, en el tren, se habia esmerado en acicalarse para causar buena impresion a un marido al que apenas recordaba. La estrategia no surtiria efecto si no aparecia pronto; el aspecto saludable y lozano que pretendia aparentar se iria al traste. Decidio concederle otros veinte minutos, tiempo mas que suficiente para que el hubiese oido el silbato del tren desde cualquier punto del pueblo en el que se hallase y acudiese en su busca. Transcurrio ese tiempo, y algo mas. La espera comenzaba a ser insoportable. Tal vez James no estaba ese dia en Elizabethtown, quizas habia viajado hasta Abilene, a cuarenta y cinco millas de distancia, y habia olvidado dejar instrucciones para que alguien acudiese a recogerla. O, peor aun, tal vez su carta aun no habia llegado. Ese pensamiento le helo momentaneamente la sangre. Se aproximo a la ventanilla, dispuesta a remediar el estado de incertidumbre en el que se hallaba. --?Necesita ayuda? --le pregunto el hombrecillo desde el otro lado del cristal. --Si, por favor --le respondio, ofreciendole su mejor sonrisa--. ?Podria guardar mi equipaje en la estacion mientras voy en busca de mi esposo? --Por supuesto --contesto solicito--. Ahora mismo me ocupo de ello. Eleanor permanecio erguida, retorciendose las manos con nerviosismo mientras el hombre salia de detras del mostrador, cruzaba la puerta y se aproximaba a sus baules. Su aspecto le resultaba simpatico, un hombre pequeno y energico, que caminaba dando saltitos y cuyos ojos, de un azul desvaido, se movian al mismo ritmo bajo la montura de sus lentes. --?Se le ofrece algo mas? --le pregunto, al ver que ella no se movia del sitio. --Le agradeceria mucho si pudiera orientarme. Acabo de llegar y aun no conozco el pueblo. --Me he dado cuenta de ello. --Le sonrio con amabilidad--. Permitame que me presente. Soy Matt Perkins, el jefe de estacion --le dijo, e inclino ligeramente la cabeza al tiempo que sus pulgares se enganchaban de los tirantes que sostenian sus pantalones--. Este es un lugar pequeno, y aqui nos conocemos todos. ?Que necesita saber? --?Podria indicarme como llegar al negocio de James Montgomery? --Le dedico su mejor sonrisa. --Crei que habia dicho que iba en busca de su esposo --contesto el hombre mientras la miraba con cierta suspicacia. --El senor Montgomery es mi marido --aclaro ella, irguiendose ante lo que parecia una inexplicable mirada de reproche. --!Que me aspen! ?Habla usted en serio? --Perkins la observo de arriba abajo, con las cejas ligeramente alzadas y la boca formando una extrana mueca que no supo interpretar. --Desde luego que si --contesto de forma rotunda, atonita ante la falta de modales de su interlocutor--. ?Como se atreve a dudarlo? --Disculpeme, senora, no era mi intencion ofenderla --le respondio con un tono mucho mas suave--. Es solo que no sabia que tuviera esposa… --Le escribi diciendole que venia, pero, como puede ver, no ha acudido a recibirme. Tal vez mi carta no llegara a tiempo --dijo con una voz apenas audible, mientras se recriminaba el proporcionar tanta informacion a un desconocido. De repente, el hombre parecio a punto de sufrir una apoplejia. Se saco un arrugado panuelo del bolsillo y se seco la frente, sin dejar de observarla durante todo el proceso. Luego se coloco las manos sobre los rinones, como si se estuviese preparando para pronunciar un discurso. Cuando volvio a meterlas en los bolsillos y a hundir los hombros, la que estaba a punto de sufrir la apoplejia era Eleanor. --Creo que sera mejor que se siente --le dijo al fin, indicandole el mismo banco que acababa de abandonar. --!Pero si acabo de levantarme! --Lo se, lo se, pero sera lo mejor --le aseguro con un expresivo gesto de las manos en direccion al descascarillado asiento. --?Que ocurre? !Me esta usted incomodando! --Oh, creame que lo lamento, de verdad que si. ?Quiere usted tomar un vaso de agua? --?Un vaso de agua? --Eleanor no salia de su asombro. --Si, claro, que estupidez --contesto Perkins sin mirarla, como si hablara consigo mismo--. Mejor un whisky, ?no? --?Un whisky? ?Pero se puede saber que ocurre? ?Donde esta mi marido? --Las sospechas se acumulaban en el aire como un remolino de polvo--. ?Le ha sucedido algo? La pausa fue tan elocuente que Eleanor cayo desmadejada sobre el banco. --Es eso, ?verdad? --pregunto con un hilo de voz, lamentando no haber aceptado ese vaso de agua. --Me temo que si, senora --balbuceo el hombrecillo--. Creame que siento ser yo quien le comunique la noticia, pero su marido… bueno, su marido ya no esta entre nosotros. --?Mi marido ha… muerto? --Eleanor sentia como si el mundo se hubiese puesto a dar vueltas a su alrededor. --Eso es, senora, exactamente --respondio Perkins, visiblemente aliviado. --?Como? ?Cuando? --balbuceo ella al cabo de una larga pausa. --Sufrio un ataque el domingo, y el medico no pudo hacer nada por el. Dijo que le habia fallado el corazon, asi, de repente. Fue enterrado hace dos dias. Lo siento mucho. Muerto. James habia muerto. Eleanor aguardo a experimentar el aguijonazo de dolor que ya le resultaba familiar, pero, para su sorpresa, no se produjo. Un latido sordo en el interior del pecho, producto mas del asombro que de la angustia, fue la unica senal que se dejo sentir. No era una reaccion inapropiada, se dijo a si misma, teniendo en cuenta que apenas se conocian. Pero era una desgracia. Aun era un hombre joven y era su marido. ?Como habia podido suceder algo tan terrible? ?Que iba a ser de ella ahora? Mientras esos pensamientos cruzaban por su mente, no era consciente de que el jefe de estacion observaba consternado los dos lagrimones que se deslizaban por sus mejillas. --?Quiere que vaya a buscar a alguien? --le pregunto transcurridos unos minutos. Eleanor emergio de su catarsis y observo al hombre, al que le parecia ver por primera vez. Su rostro angosto y veteado de arrugas, enmarcando esos ojillos vivaces de un azul traslucido que ahora parecian ligeramente empanados, las cejas tupidas y aun oscuras, el escaso cabello que ya empezaba a clarear… Su cara ahora amable la contemplaba con cierta preocupacion, que le parecio normal dadas las circunstancias. --No, gracias. No conozco a nadie en el pueblo --contesto mientras intentaba recuperar la compostura. --Podria avisar al reverendo Spencer. O al medico. ?Necesita usted sus sales? --?Mis sales? --inquirio con cierta perplejidad. --Si, ?no las necesitara? ?Y si se desmaya? ?No es eso lo que se utiliza cuando una mujer pierde el conocimiento? --No se inquiete. Estoy practicamente segura de que no voy a desmayarme --respondio, no del todo segura de sus palabras. El cansancio de los ultimos dias parecio abatirse sobre ella. Perkins asintio, aunque no parecio muy convencido con la respuesta. La vio fruncir el ceno y morderse el labio inferior, como si anduviera perdida en profundas cavilaciones, lo que no era de extranar. --?Podria usted indicarme ahora como llegar a la casa de mi marido? --pregunto al fin, clavando en el unos ojos de color miel que de repente parecian demasiado grandes para aquel rostro tan delicado--. Creo que sera lo mas apropiado. --Oh, bueno, vera… yo creo que estara mejor donde la viuda Dupre. Tiene una casa de huespedes y seguro que la acogera con mucho gusto, hasta que se sienta con fuerzas. --Es muy amable, pero creo que sera mas conveniente que me aloje en mi propia vivienda. --Si, por supuesto, pero… en fin… no se como… --Perkins se miraba los pies mientras trataba de encontrar las palabras apropiadas, para mayor consternacion de Eleanor--. Su marido no tenia una casa propiamente dicha. --?Donde vivia entonces? --inquirio, preguntandose que mas desagradables sorpresas la aguardaban--. ?En un hotel, quizas? --Oh, no, no, senora. James Montgomery tenia una buena propiedad --aclaro. --Senor Perkins, ?donde vivia mi marido? --Encima de su local, senora, en una especie de apartamento que se hizo construir a su gusto. Eleanor asintio, aprobando la idea de James de aprovechar el negocio tambien como vivienda, un modo de ahorrar un dinero que pensaba invertir en Virginia a su regreso. --?Y sabe usted donde esta? --pregunto con suavidad. --Por supuesto que si, senora --respondio con desparpajo, como si le ofendiera la idea de no saber donde se encontraba el lugar--. En la calle principal, justo pasada la barberia de Cooper, gire a la izquierda y se dara de bruces con el. --Muchas gracias, senor Perkins. --Le sonrio con dulzura mientras se incorporaba--. ?Me guardara el equipaje hasta que pueda hacer que alguien venga a buscarlo? --No pensara ir alli ahora, ?verdad? --Me temo que no tengo otra opcion. No puedo quedarme aqui indefinidamente, ?no le parece? --No, claro. Pero ya le he dicho que la viuda Dupre estara encantada de acogerla. Es una mujer muy amable, y su cocina es estupenda. --Gracias, lo tendre en cuenta. Ha sido usted muy considerado, senor Perkins, y se lo agradezco mucho. Espero que volvamos a vernos pronto. Eleanor se sacudio el vestido, irguio la espalda y, tras despedirse con un leve y estudiado gesto, cruzo la estacion y salio por el lado que daba al pueblo, que se arracimaba a escasa distancia. Elizabethtown habia crecido alrededor de una calle principal y se habia extendido hacia ambos lados mediante una serie de calles mas estrechas, formando una cuadricula. Eleanor sabia por las cartas de James que el ganado procedente de las propiedades situadas al sur bordeaba el pueblo una vez al ano, con destino a los corrales situados al otro lado de las vias, para ser posteriormente subido a los vagones y transportado hasta las fabricas del Este. Mientras recorria la arteria principal, apenas era consciente de las miradas curiosas de las personas con las que se cruzaba. Las visitas femeninas no eran muy frecuentes en un pueblo que vivia casi exclusivamente del ganado de los ranchos vecinos y de algunas manadas que llegaban desde Texas. Y menos visitas tan elegantemente ataviadas como aquella mujer, cuyo vestido de muselina amarillo palido destacaba como una flor en un prado. La gracia con la que caminaba, sosteniendo con elegancia su sombrilla y balanceando suavemente su ridiculo, atrajo mas de una mirada. Eleanor paso frente a varios negocios y viviendas sin fijarse en nada, buscando con la mirada la columna bicolor que anunciara la barberia del pueblo. Su mente solo registro que el pueblo no parecia demasiado grande, que las construcciones eran solidas y que hacia mucho calor. Los tacones de sus botines resonaban sobre el entarimado de madera con una cadencia ritmica, mientras iba inclinando la cabeza de forma mecanica ante todo aquel que se cruzaba en su camino. Se sentia tan aturdida y cansada que temia detenerse antes de llegar a su destino y echarse a llorar en mitad de la calle, algo que una senorita no debia hacer jamas. Su educacion y sus modales eran lo unico que poseia en esos momentos, y trataba de aferrarse a ellos como a una tabla de salvacion en medio de un naufragio. Se permitiria derrumbarse y llorar solo cuando se encontrase en el interior de su nuevo hogar, sin testigos.