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En el mar de Dirac de Antonio Reina
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> Continuan desnudos y abrazados tumbados sobre un sillon junto a la piscina, amparados por la noche y un silencio tranquilo que no se atreven a romper. Hace ya un buen rato que Maria dejo de hablar, de relatar la historia de su vida, pero el eco de sus ultimas palabras juega insistente con los recuerdos de Gael, resucitando en su mente las imagenes de aquella lejana tarde hasta que acaba por sumergirse en ellas. Un hombre joven espera en el interior de un coche azul aparcado a unos cien metros de la casa. La impaciencia le consume, pues sabe que esta a punto de dar un paso definitivo. Es una tarde de mayo, de esas que solo se ven en la ciudad con el mayo mas bonito del mundo. La luz dorada y el olor del mismo aire conjuran para ofrecer un espectaculo propio de una pintura de Sorolla. A pesar de los nervios, contempla la escena consciente de que la gente que se mueve por las zonas de alrededor es incapaz de reparar, al menos en apariencia, en la increible belleza de ese instante tan unico como irreversible. Aunque es una calle poco transitada, un nino con uniforme, que debe venir del colegio, pasa corriendo junto a el perseguido por otros dos que le gritan que pare. Detras una senora, seguramente madre de uno o de todos ellos, clamando a su vez para que miren antes de cruzar. Son la nota que rompe, y a la vez complementa, la perfecta sinfonia para los sentidos compuesta por la ciudad, especialmente para ese momento. Incluso cuando la tiene delante, mas que verla la imagina. La adora. En este momento, sentado y a su espera, la idealiza mas aun. Con los ojos entornados recrea las formas que dibuja su cuerpo al moverse y el perfume tenue que juega entre su cabello, como una espiral de brisa apenas perceptible al pasar a su lado. La conoce perfectamente y, aunque sabe exactamente de lo que es capaz, para el todo en ella es perfeccion. A solas, en el coche, imagina su sonrisa abierta y franca decorando uno de aquellos gestos, aun hoy casi infantiles, que tanto le gusta prodigar. La oye reir con ese tono inconfundible, repleto de desinhibicion, que siempre lo ha cautivado y que lo transporta muchos anos atras, a los dias que compartieron tan lejos de casa. Alicia es la duena de su mente, hasta el punto de sentir que cada segundo que no la piensa es un pedazo de vida que ha perdido para siempre. La ama tan profundamente que se sabe capaz de traspasar cualquier barrera por conservar su amor tal y como es ahora, como ha sido desde que la conocio. Necesita tener la certeza de que solo es el quien da sentido a su vida. Aunque son pocos los dias, para el es una eternidad entera el tiempo transcurrido desde la ultima vez que estuvo a su lado, y hoy, que han vuelto a quedar citados, no resta en su alma espacio para albergar tamanas ansias de verla. Tal es el sacrificio de su espera. Casi las cinco y media de la tarde. Cae en la cuenta de la hora y sabe que esta a punto de llegar. Acudira puntual a la cita, como es su costumbre, seguro, y volvera a ofrecerle sin saberlo, mientras se acerca a el, el majestuoso espectaculo de su presencia. Tal vez porque no habra mas esperas como la de hoy o, quiza, porque son muchos los anos que lleva perdidamente loco por esa mujer, no puede evitar la sensacion de que hasta el entorno reclama su protagonismo en la escena, pues el ambiente, la luz y el ruido encajan a la perfeccion en el puzle para los sentidos en que su mente convierte cuanto le rodea. Sin previo aviso, fija la vista en la casa al contemplar como comienza a abrirse la puerta. Su corazon, suplicando que sea ella quien la cruce, se desboca primero y se marchita despues cuando el que sale a la calle es el: Cain, el hermano, el mentor, el que en otros tiempos fuera su dueno y senor, en cambio, mutado ahora en su perdicion. Viendolo jugar con el setter de la familia, con el impecable aspecto que la elegancia innata proporciona a quien la posee --con independencia incluso de la forma de vestir--, resulta sencillo comprender la atraccion que genera ese hombre. Cain dirige, con gran exito ademas, la pequena empresa que heredo de su padre y que solo su genialidad ha conseguido convertir en una poderosa multinacional. Software en general, aplicaciones de defensa en especial. Un gran negocio con una competencia feroz y en el que es imposible destacar, a exclusiva expensa del genio de un visionario. Es necesario tener instinto depredador, actitud de comer antes de ser comido y, por supuesto, saber disfrutar con ello. Cain es asi, es mucho mas que asi, es la definicion perfecta del estereotipo del triunfador, un compendio, elevado a la enesima potencia, de todas esas exigencias. Cain, que en su mundo es Dios, aspira en realidad a ser Dios para el mundo entero. Sentado en el interior del coche azul, contempla como se aleja calle abajo lanzando al perro una pelota, mientras piensa que, si es verdad que Dios ha muerto, ni siquiera el Diablo acordaria la vileza de sustituirlo por semejante cabron. Fuera del alcance de su vista el hermano, vuelve su pensamiento a Alicia para dejarse llevar por la ilusion de lo que, sin haber ocurrido nunca, podria haber llegado a ser entre los dos. La imagina sobre las sabanas blancas de algodon, ligeramente cubierta una pequena parte de su cuerpo desnudo, y se estremece de pasion. Se detiene en la mirada encendida de unos ojos verdes, profundos, que suplican su atencion urgente y, cediendo a sus deseos, se tumba junto a ella con la voluntad fulminada por el extasis que le provoca contemplarla en toda su belleza. Impaciente, como si fuera un nino, la abraza por detras, tumbados ambos sobre el costado, y la besa en el cuello. Un beso que, mas alla del deseo, es una ofrenda de sumision total de su alma vencida, cargado de amor, pero tambien de fiebre e incontinencia a duras penas domada, que ella recibe con un gemido suave que lo excita mas aun. Los brazos que la rodean a la altura de los hombros acaban en manos que bajan lentamente recorriendo el sendero entre sus pechos hasta alcanzar un vientre tembloroso que se agita suavemente con el calor de cada roce, de cada caricia. Piel contra piel, conscientes del deseo del otro, los amantes convierten la paciencia en una audacia que parece no tener limite porque, ya sin freno, la carne pide a gritos mas sitios donde besar, mas lugares donde regalar placer y huecos que provoquen una respuesta en el otro que haga subir la intensidad de la batalla, una contienda que ambos saben destinados a perder frente al agotamiento de un orgasmo prolongado. Y asi, continua su espera en el interior del coche azul imaginando que, exhaustos y satisfechos, fundidos en un abrazo, como si fueran uno, aguardaran entre susurros confidentes y risas con sordina a que la radio vuelva a poner su cancion, y comenzar de nuevo a amarse. La radio, si... suena en el coche otra vez el estribillo de moda para devolverlo a la realidad de ese momento, dejando atras los suenos. Absurdo, ganas de torturarse, termina por pensar de lo imaginado. Comienza a impacientarse. Pasan dos minutos de la hora que el tenia prevista, pero los cuenta como ciento veinte interminables segundos. Sigue vacia la calle. Ni un alma. Centrica pero apartada, es una via paralela a una con mucho transito de la que solo llega el ajetreado murmullo del transcurrir de la vida. Junto al coche aparcado, detras, hay un contenedor de basura y un callejon corto y sombrio a modo de acceso a una antigua bodega que ha cerrado sus puertas hace ya varios anos. Incluso desde la calle, aun se percibe el olor del vino que encerraban sus barriles. Pasan ya cuatro minutos de las cinco y media de la tarde cuando, por fin, la puerta vuelve a abrirse y por ella sale Alicia. Su madre junto a ella, en el ultimo escalon de los que suben a la casa, la besa y parece recitarle consejos mil veces oidos que la chica recibe con cara de resignacion y una sonrisa. Aparcar a cierta distancia le permite recrearse en la vision de la mujer que se acerca. Quiere recordarla asi por siempre, como un ser mas alla de lo mortal que camina por la estrecha acera a su encuentro. Su piel tostada brilla asomando por encima de una blusa blanca que deja los hombros al descubierto. Y sobre los hombros un pelo oscuro, rizado en una melena que se bambolea con cada paso. Hoy lleva puesto un pantalon rojo perfectamente ajustado a las curvas de su cuerpo y unos tacones altos que la hacen aun mas imponente. Realmente es una diosa y el es el hombre mas afortunado del mundo por tener la oportunidad de amarla como lo hace. Alicia se detiene apenas a cuarenta metros del coche. Es el perro de la familia que viene corriendo hacia ella el que la hace girar mientras Cain, de vuelta hacia la casa, la saluda de lejos con la mano. Juno, que asi se llama el setter, trae en la boca la pelota de goma dura que pone a los pies de la chica mientras espera a que ella vuelva a lanzarla lejos. Alla va la pelota, esta vez en direccion al hermano que la deja caer al suelo mientras llega corriendo a su altura el perro y, enganchando al collar la correa, lo introduce en la casa. El, que inadvertidamente ha salido del coche hacia el callejon de la bodega, ha registrado cada fotograma de esta escena en su memoria con la seguridad de que todos y cada uno de los movimientos de Alicia formaran ya siempre parte y ejemplo de la devocion que ha sentido por ella. Y ahi, escondido en la penumbra, la ve reemprender el camino que la acerca. Son apenas sesenta pasos los que les separan y, mirandola sin que ella lo distinga aun, se dispone a disfrutarlos en cada detalle. La desea con tanta fuerza que se asquea de si mismo porque, sin pretenderlo, vuelve a sentir la excitacion que solo hace un momento le provocaban las imagenes de su cuerpo desnudo. Apenas puede contener el dolor que siente ante la certeza de tenerla, ahora si, a salvo y para siempre a su lado. Diez metros, tan cerca ya que hasta puede adivinar su perfume, Alicia pasa junto al coche indiferente y sin que, en apariencia, haya reparado en el. Emboscado e inmovil, junto a la puerta de la bodega mirando hacia la acera, su mundo tiene el ancho del oscuro callejon que le oculta, ralentizado el tiempo como si un segundo fueran diez; y por fin, desde el fondo, ve aparecer a Alicia. Sabe que ella no lo espera y que, por tanto, tiene tiempo de admirar su presencia prodigiosa una vez mas, siquiera sea por tres pasos. Desde donde esta puede ver el movimiento de sus brazos al caminar y el gesto confiado de su rostro apenas maquillado porque, el lo sabe bien, no existe color alguno que pueda realzar lo que ya de por si es sublime. Dando gracias al cielo por poseer el don de percibir el transcurrir de esas pequenas porciones de tiempo, que a cualquiera estan vedadas, sale al instante del trance como un felino de entre la hierba. Es entonces cuando el hombre emboscado en la puerta de la bodega, con movimientos de tal seguridad y rapidez que parecen ensayados previamente, agarra a la chica por la cintura mientras le tapa la boca y, arrastrandola a la oscuridad, le corta el cuello de un solo tajo. La sangre derramada sobre la blusa blanca y la expresion sorprendida de su rostro lo conmueven como la ultima expresion de un amor tan intenso que nunca pudo haber tenido otro final. Sentado a horcajadas sobre el vientre amado contempla la luz que se escapa de sus verdes y profundos ojos ya casi muertos, mientras, con las dos manos sobre el cuello, late su corazon con la frecuencia que le impone la garganta abierta. Hasta que todo acaba. Se ha tomado un momento para amarla por ultima vez con la mirada. Al fin, solo cuando esta saciado, da media vuelta y la abandona en la oscuridad del callejon con olor a barrica vieja. Con un sentimiento de enorme vacio, el trisar de las golondrinas flotando en la luz dorada de la tarde de mayo mas bonita del mundo, entra en el coche y se marcha de la solitaria calle derramando lagrimas de rabia y de impotencia, pero con la mente despejada y lista para dirigirse de inmediato al lugar donde habia quedado citado con ella. < > CAPITULO 2 Hoy ha perdido su primera batalla frente al espejo. Tal vez la hubiera perdido antes, pero es ahora cuando el reflejo de su cara grita entre el vidrio y el mercurio para llamar su atencion. Su rostro de mujer, aun joven, ha cedido al tiempo pequenas parcelas de piel junto a los ojos y se ha endurecido ligeramente con un marco alrededor de la boca que antes no existia. --!Hola! ?Como estas? --saluda la imagen en el cristal. --!Estoy bien! --responde Maria--. !Mejor que nunca! Tiene gracia que preguntes eso, justo ahora que me habia convencido de ser invisible. Desnuda frente al espejo, por dentro y por fuera, Maria se siente sola. Ya metida de lleno en la treintena ha fracasado en dos relaciones, mas o menos estables, y anda aun buscando una oportunidad de trabajo definitiva que le permita, si no vivir desahogadamente, al menos llegar a fin de mes. Sola y, lo que es peor, con la sensacion de remar en el punetero rio de la existencia contra una corriente muy poderosa a la que, lo sabe, nunca podra derrotar. La pequena cicatriz que parte en dos su ceja izquierda le recuerda su suerte. Es un signo minusculo que, mas que marcar su aspecto, define su destino, o asi quiere que sea. Perdonado, no olvidado. Hacia ya mas de diez meses que su novio, al que conocio una tarde de otono cuando apenas tenia veintidos anos, la habia abandonado para irse con otra mujer. Eran casi las ocho y media cuando, despues de una agotadora tarde de plancha y ropa en la casa donde prestaba sus servicios como asistenta por horas, cayo en la cuenta de que necesitaba andar un poco, despejar su mente ocupada en los problemas economicos con los que convivia a diario junto a sus padres; parado el, enferma ella. Las luces de la calle principal del barrio acogen los ultimos estertores de una tarde de compras, a punto de cerrar los comercios. Maria no quiere... no puede comprar nada. Se contenta con mirar. Se acerca al escaparate de Bensons porque se ha enamorado de unas botas de piel azul que jamas estaran a su alcance. Mirandolas a traves del cristal se imagina otra vida, una en la que todo comienza de manera distinta y le ofrece oportunidades que la suya desecho hace tiempo. Y se ve a si misma, por no atreverse a sonar mas lejos, con la falda corta que le hizo su madre hace anos ya, y que tan bien le queda, las botas y una camisa azul, que ya ha visto pero tendria que comprar. Con una sonrisa triste apenas esbozada, compone en su mente la imagen de la mujer que quisiera ser: segura de si misma, profesional y con un futuro prometedor. Justo lo que no es. La gente pasa a su lado sin percatarse de la princesa altiva que se dibuja en el escaparate de la zapateria, aunque ella no lo necesita, placenteramente inmersa en su sueno como esta. Una voz, a su lado, la devuelve a reganadientes al mundo real. --Senorita, le digo que tengo que bajar la persiana; vamos a cerrar. --Lo conoce. Hace mucho tiempo que ha reparado en el. Lucas se llama y atiende al publico en el establecimiento desde hace tres anos o mas, al menos que Maria recuerde, los que lleva como asistenta en casa de los Perez.