• Autorretrato de familia con perro de Alvaro Uribe

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    Hay otra fotografia, en blanco y negro, en la que tu y yo, muy ninos aun, nos dejamos abrazar por un Santaclos de alquiler: el menor de nosotros, asustado sobre las rodillas del hombre; el mayor, de pie e intentando sonreir; ambos, con la mirada fija en un punto de escorzo en donde verosimilmente se encuentran nuestros padres. En esta, de colores desleidos, tomada unos quince anos despues, ya somos un par de adolescentes grenudos, los dos enfundados en el saco obligatorio en las cenas navidenas, aunque el mayor trae un sueter con cuello de tortuga, por no ser o para no parecer convencional, y el menor, ajeno a esos dilemas, usa corbata. A la izquierda de nosotros, derecha de la fotografia, se ve a nuestra abuela materna, que viene a colacion porque en esa foto de hace cuarenta y tantos anos debe de tener poco mas o menos los sesenta y pico que ahora nos desfiguraban a ti y a mi. Con sus habiles manos de modista, como ella queria que llamaramos a las costureras, abre el envoltorio de una serpentina que lanzara hacia su lado de la mesa, en donde se sientan los adultos. Tambien nosotros, sentados en el voluntario limbo donde la adolescencia se aisla tanto de la infancia como de la madurez, nos distraemos con una serpentina. El menor de los dos habla mientras libera la espiral de papel de su envoltorio de celofan. El mayor sonrie mientras observa lo que el otro se trae entre manos. Hoy que la rememoro sin nostalgia, o nostalgico solo a causa de mi extinta juventud, me doy cuenta de que en esa escena baladi ya estamos enteros tu y yo. Los hermanos. Quien sabe cual de nosotros finge mas, finge mejor. Si el mayor de los dos, que simula interesarse en el plan de ataque desplegado ante sus ojos por el otro, o el menor, que se afana aparatosamente en granjearse ese simulado interes. Que dificil, para el primero de los hermanos, no ser el unico. Que dificil, para el segundo, ser siempre el segundo. Y, pese a todo, ninguno de los dos cambiaria su suerte por la del otro hermano. Atras de nosotros, un mesero titubea con un plato de sopa en su diestra. Tiene instrucciones de empezar ya a servir la cena, pero no se atreve a entorpecer nuestra hermanable conversacion. Si se percatara de ese titubeo, el mayor de los dos no dudaria en interrumpir al hermano en mitad de una frase, con tal de ejercer u ostentar su atencion a los predicamentos de un empleado. El menor, en cambio, seguiria hablando, quien sabe si por indiferencia hacia el mesero o por la inercia de su propia simulacion. Llegado el momento se hara, por supuesto, lo que decida el mayor de nosotros. Se hara una y otra vez, a pesar de los deseos del menor. Como se ha hecho desde siempre. Por las buenas o por las malas. Porque el mayor suele tener o pensar que tiene la razon. Porque el menor, que en el fondo piensa igual, sabe o alega saber que con su hermano es inutil y fastidioso discutir. Hasta el dia, muy distante de la Nochebuena coagulada en la foto, en que a la fuerza se oponga mas fuerza. Mas violencia amedrente a la violencia. Mas terquedad derrote a la terquedad. Y entonces los papeles se inviertan. Y ya no sea el menor de nosotros quien tema enfrentarse a su hermano. Y el mayor, sin admitir lo mucho que ha cambiado entre ambos, se repliegue en un silencio obstinado o en un cortes laconismo con los que, de ahi en adelante, disimulara a medias su temor. ?O me equivoco? ?Y eres tu, contra la costumbre, quien tiene razon, por lo menos su razon? Que lastima conocernos tanto. Mejor dicho: que lastima creer que nos conocemos tanto. Porque desde tiempo antes o despues de esa Nochebuena, confiados en lo mucho que creemos conocernos, ninguno de los dos hace grandes esfuerzos por conocer al otro mas. Al mayor de nosotros le dio por la literatura y creo con su esposa un mundo deliberadamente inexpugnable adonde, hay que reconocerlo, no ha dejado asomarse a su hermano. El menor se dedica sin gloria a la historiografia y tiene una familia a la que supedita todo lo demas. ?A cual de los dos hermanos le toco la mejor parte? ?Quien, despues de cuarenta y tantas Navidades, se puede proclamar mas feliz? El mayor no se plantea a menudo tales preguntas, aunque en no pocos momentos de su vida, sin excluir el presente, ha creido conocer la felicidad. El menor, salvo en lo que concierne a sus hijas, la busca no del todo inconscientemente, y en ocasiones la encuentra, en el infortunio del projimo. ?Cual de nosotros sale ganando? Ya no recuerdo si te dije alguna vez, cuando aun tenia algo que decirte, que la ventaja de ser narrador, en caso de que este oficio resulte ventajoso, esta en que al final te quedas siempre con la ultima palabra. Supongo que no. Te habrias reido tirandome a loco. O quiza preguntado con sorna que a quien le importan las palabras no sustentadas en hechos. ?Que piensas de eso ahora que tu, al reves de la foto, eres el que calla? ?Que sientes ahora que, al reves de la foto, el que habla en esta pagina soy yo, el mayor de los dos? Primera parte La Dona De veras que da pena ajena. Ya ni se donde meterme a la hora del paseo. Y si dicen por ahi que una no gana pa'sustos, 'ton's yo digo que menos pa'verguenzas. Pero vamos por partes. El paseo en realidad son dos. El de la manana y el de la tarde. Y la paseada, o mas bien el paseado, no soy yo. El que pasea es el Canuto. Y tampoco es que se pasee solo, nomas faltaba, sino que lo sacan a pasear. Pu's quien iba a ser. La mera mera. La Dona. Claro que se como se llama, pero yo le digo asi. La Dona. Y cosas peores cuando me hace enojar. Como a l'hora del paseo. Sobre todo el de la tarde. Porque el de la manana es mas ?como se dice? Descarado. Y es que la Dona ni siquiera se toma la molestia de disimular. La muy manosa nomas se va un poco lejos, hasta donde la gente no la conoce. Camina dos cuadras por Michoacan y una mas por avenida Mazatlan y ahi, en pleno camellon y como si nada, deja que el Canuto haga de las suyas. Y cuanto hace el condenado, viera uste. Ni quien se lo imagine en una criaturita asi de chica. O mas bien de chaparra. Sera que los salchichas tienen la panza tan larga como el cuerpo y por eso les cabe tanta caca. Y dos veces al dia, p'acabarla de amolar. Porque en la tarde el tragon de Canuto esta de vuelta lleno hasta'l tope y vuelve a vaciarse que da gusto. Es un decir. A nadie le gusta la caca ajena. Y menos que nadie a la Dona, que se lleva al paseo de la tarde una d'esas como pinzas. Como manos. Como garras al final de un brazo de plastico que con sus palancas y sus resortes sirve pa'recoger la caca sin agacharse. Pero ella nunca l'usa. Se lo juro. Nunca. Y de tanto no usarlo, el aparato esta descompuesto. Roto. Y asi, todo amolado, la Dona lo bambolea de aca p'alla. Como si fuera un machete. Y ademas se lleva al paseo una bolsa d'esas que le dan a una en el super. Dizque pa'guardar ahi la caca que dizque recoge con la garra de plastico. Y tambien ondea la bolsa de un lado pa'l otro. Haga uste de cuenta un panuelo al viento, como dice la cancion. Pa'que todos los vecinos la vean. Pa'que todos piensen que la Dona es muy acomedida. Que s'encarga de las inmundicias de su perro. Que se desvive con tal de no fregar a nadie. Mendiga vieja. Ni que la gente fuera tan bruta. O tan dejada. Lo que pasa es que la ven ya muy mayor. O media loca, que pa'l caso es lo mismo. Y todos los vecinos de la manzana se hacen de la vista gorda. Todos, salvo la senora Leticia. La de la casota esa en la esquina de Francisco Marquez y Pachuca. Andele. La que tiene enfrente una jacaranda preciosa. Mucho mas alta que los postes de la luz. Porque alli, mero al pie de la jacaranda, es donde al Canuto le gusta hacer sus necesidades. Y no hay poder humano que lo convenza d'irse a otra parte. El perrito resulto mas terco que una mula. Es un decir. Y su duena, o sea: la Dona, es peor todavia. Necia como ella sola. Taimada. Mustia. Y nada le hace que la senora Leticia proteste. Que mande a su muchacha a decirme que yo le diga a mi patrona. Que la espere ella misma alla frente a su casa y se l'encare a la Dona y l'amenace con envenenar al Canuto, qu'el pobre que culpa tiene. Porque la Dona no admite ni de relajo qu'esas cacas que un dia si y otro tambien aparecen al pie de la jacaranda son de su perro. Si la viera uste. La muy cinica zarandea la garra de plastico y la bolsa del super y alega qu'ella recoge todas las cochinadas de su perro. Y cuando la senora Leticia ya muerta de rabia l'acusa de ser mentirosa, la Dona s'hincha dizque d'indignacion y me pone a mi de testiga. Pu's que quiere que haga. Claro que le doy la razon a mi patrona. Pongase uste nomas en mi lugar. Y claro que luego me siento de la patada. Como tlaconete rociado de sal. Pero lo que mas me apena no es mentirle a otras personas. Creame uste. Y tampoco me molesta regresar a escondidas yo sola a recoger las cacas del Canuto, pa'que la senora Leticia nos deje en paz. Lo que de veras m'encabrona, perdon por la palabra, es ?como decirle?, l'obligacion, y pobre de mi si no la cumplo, de ser hipocrita conmigo. De enganar no a los demas sino a mi misma. De seguirle la corriente a la Dona, que nunca es culpable de nada. Haga uste de cuenta qu'ella fuera l'ofendida. L'insultada. La victima. Y que la senora Leticia, o cualquier otra vecina que se atreva a quejarse de las cacas del Canuto, fuera una vieja malcriada. Una tergiversadora. Y que todo el tiempo l'estuvieran levantando falsos a la Dona nomas porque si. Por pura envidia. Porque fue la primera en llegar a esta parte de la Condesa. O eso dice. Y su familia es la mas decente de todas. O eso dice. Y de chica la criaron unas monjas en Estados Unidos. O eso dice. Y no se cuantas otras cosas que l'hacen sentirse mejor. Por encima de quien sea. Valgame Dios. Ni que fuera la reina de la calle de Tula. Y aunque se me antoja decirle que no es pa'tanto, como ella dice, que a poco no es cierto qu'el Canuto va y hace caca donde no debiera, no se que me pasa cuando estoy sola con la Dona. O igual si se. Como si la mentira fuera contagiosa. Como si contar un cuento muchas veces y muy convencida lo fuera volviendo verda. Y yo siempre acabo, o pa'serle franca: empiezo, por darle a mi patrona por su lado. Y tambien m'indigno cuando ella s'indigna por las acusaciones dizque falsas de la senora Leticia o de cualquier otra vecina. Y tambien me creo qu'el Canuto es el perro mejor portado del mundo. Y que la Dona es la mejor patrona. Y hasta que yo soy la mejor sirvienta. Se lo juro. Pero cuando ya me siento bien unida a la Dona, como si fueramos compinches, casi como si fueramos amigas, ella lo echa todo a perder. Pu's nomas ve que le agarro confianza y le da por sonreirse con una sonrisa muy suya. Una sonrisa media coqueta y juguetona. Una sonrisa como de nina traviesa, que no le queda a una mujer de su edad. Una sonrisa que odio y que me da miedo. Que m'espanta y me acongoja porque se qu'en ese momento la Dona va a hacer como si no me conociera. Como si no'stuvieramos platicando de lo mas a gusto. Y de repente me dice con su voz engreida de patrona que soy una metiche. Una floja. Y qu'en vez de perder el tiempo en chismes de vecindario deberia ponerme a trabajar.

  • Caracteres de Alvaro Uribe

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    “Solo ambiciono ofrecer al lector eventual, sobre todo si le incumbe la vida literaria, un espejo de mano donde pueda examinar con otros ojos las imperfecciones de su propio maquillaje.”