• la muneca tatuada de Abigail Villalba Sanchez

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    “A veces, ni siquiera yo se quien soy, ni que me trajo aqui. El tiempo pasa a mi alrededor como un velo de lluvia llevado por el viento, como un susurro gritado a la nada. Pero estoy aqui, guardando un secreto que nadie quiere conocer, que a nadie le interesa. Estoy sola, completamente aislada en la negrura y, sin embargo… continuo esperando. ?Que espero? No lo se. ?A quien? Tampoco. Solo tengo la certeza de que, al final, tras los dias que escapan por mi ventana llegara algo, y ese algo, cambiara mi vida” Ara releyo las lineas que estaban escritas en la pared. Tras dos largas semanas de busqueda, habia encontrado la puerta que daba a esa habitacion. Por fin. Apenas se habia fijado si algo era diferente a la primera vez que habia entrado, pues lo unico que le interesaba era saber si aquellas frases seguian alli. Suspiro profundamente y las acaricio con la yema de los dedos, con dulzura. A pesar del tiempo que habia empleado en investigar sobre ellas, no habia encontrado nada que arrojara un poco de luz sobre su misterio. Incluso habia buscado mas letras en su habitacion, Aun sabiendo que en esas cuatro paredes no habia nada de interes. Era frustrante y, a la vez, emocionante. De hecho, era lo unico emocionante que habia alli. --?Quien demonios eras? --pregunto, en un susurro y arrastrando las silabas, como si le costara vocalizar. Carraspeo, sacudio la cabeza y dejo su voz escondida en un rincon, apartada para otro momento. Despues se sento en el suelo y apoyo la espalda en la pared, justo al lado del parrafo. Sus ojos violetas se entrecerraron, mientras luchaban contra el polvo que ella misma habia levantado. Intento no toser pero, tras un incomodo momento, su pecho se contrajo dolorosamente en una serie de espasmos. Poco a poco, el polvo se asento y Ara consiguio tomar un poco de aire, pese a que este no era el mejor. Efectivamente, la habitacion seguia tal y como ella recordaba: mas pequena que el resto, pintada en un brillante tono azul y decorado con pequenos elefantes amarillos. Aparentemente, la habitacion de un nino. Pero ?por que parecia que ese nino nunca habia nacido? Todo estaba sin usar, impecable… salvo por la gruesa capa de polvo que cubria todo a su alrededor. Tras unos segundos de completo silencio, en los que ni siquiera ella se atrevio a pensar, Ara se levanto y deambulo por la habitacion, como si fuera la primera vez que lo hacia. Observo cada detalle, cada minuscula particula que conformaba ese pequeno y extrano universo. Acaricio los juguetes pulcramente colocados en la estanteria, y sonrio cuando noto en ella una inesperada ola de carino y esperanza. Ignoraba por que, pero aquellos sencillos elementos llenaban su mente de musica, de risas y de un incontrolable anhelo. No era la primera vez que le pasaba, asi que desecho como pudo los sentimientos y continuo con su escrutinio, esta vez, para acercarse a la cuna. Nunca antes lo habia hecho pero, como de costumbre, ignoraba por que. Quiza fuera porque las letras la habian llamado mas la atencion o, simplemente, porque le daba miedo encontrarse algo alli que no quisiera ver. Esa vez, sin embargo, impulsada por esa repentina necesidad de saber mas, se acerco y aparto el cobertor de seda azul con toda la lentitud del mundo. Y la vio… Y grito. Como si la poca voz que le quedaba quisiera escapar. En la cuna habia una muneca, una pequena, desnuda y con los ojos abiertos. Y en su frente, bajo el pelo rubio, habia dos palabras escritas, dos palabras que a ella se le tornaron eternas, hermosas y siniestramente vacias. Porque, ?quien se atrevia a decir “te quiero” a alguien que, en realidad, no existia? *** Ignoraba cuanto tiempo habia pasado desde que cerro los ojos. ?Una, dos horas? ?Quiza mas? La oscuridad rodeaba todo lo que tenia al alcance de la mano, incluso el reloj que marcaba las cinco y media de la manana. Enzo se estremecio cuando el frio acaricio sus brazos desnudos y su rostro, apenas despierto. Somnoliento, se paso la mano por la barba de tres dias que nacia en su menton y despues, bostezo sonoramente. No recordaba cuando se habia quedado dormido, ni siquiera recordaba haberse desnudado. Fruncio el ceno, se rasco la nuca y contemplo el reflejo de la television encendida, justo frente a el. Una pelicula porno brillaba en la pantalla, aunque sus gemidos baratos quedaban ahogados por el silencio de la habitacion. Ignoro por completo la pelicula y cogio el mando que reposaba junto a su cadera, apenas cubierta por la sabana. Aun asi, no fue consciente de que los canales pasaban ante sus ojos, en un vano intento de venderse a el, a sus ojos y a ese bolsillo que, cada dia, se llenaba de mas billetes. En realidad, su mente estaba muy lejos de alli, oculta en un lugar al que nadie queria entrar, ya que podian perderse tanto como el lo estaba haciendo. Al cabo de un rato, Enzo suspiro, cerro los ojos y se levanto. Era evidente que no podia dormir y, si podia evitarlo, no iba a perder el tiempo. Cogio de la silla sus pantalones de traje, su camisa blanca y una corbata que le gustaba bastante. Despues se paso una mano por el pelo, dejo que este se alborotara bajo ella y se puso los zapatos. Justo en ese momento, su movil, que habia quedado relegado a uno de los bolsillos, vibro con insistencia. --?Si? --pregunto, con suavidad. --?Papa? ?Eres tu? --Una voz sutil, apenas un silbido, atraveso la barrera del sueno y le hizo despejarse. --?Ocurre algo, princesa? --Enzo suspiro profundamente y se detuvo junto al ascensor. Una triste sonrisa se dibujo en sus labios, como tantas veces a lo largo de esos dos meses. --No… o si, no lo se. --La voz de la pequena parecio titubear, porque casi desaparecio--. La abuela dice que no vas a volver hasta dentro de mucho. ?Es verdad? Enzo se estremecio con fuerza al notar la tristeza implicita en esa frase, una desolacion tan arrolladora como la que el mismo cargaba. Trago con fuerza, carraspeo y se obligo a dar un paso mas, a seguir adelante a pesar de todo. --Volvere, Adriana. No se cuando, pero lo hare lo antes posible --contesto, sin ser capaz de mentirla--. ?Te ha explicado la abuela por que no estoy alli? ?Por que tengo que quedarme aqui? El silencio parecio alargarse durante lo que solo fueron unos segundos. Casi podian escucharse las dudas de la pequena hacerse palabras. --No demasiado bien. Dice que tienes una mision, como los heroes que salen en la tele --susurro, emocionada--. ?Es verdad? --Es verdad, si. Pero no soy ningun heroe de la tele --contesto, en el mismo tono cadente y dulce de la nina--. Solo soy un hombre que hace lo que tiene que hacer. De nuevo, el silencio se apodero de la conversacion. Ninguno dijo nada durante unos momentos, hasta que Enzo cayo en la hora que era. Tomo aire y lo solto con un suave bufido. --?Te has dado cuenta de la hora que es, canija? ?No deberias de estar en la cama? -- ?Si? Oh. --Adriana dejo escapar una carcajada llena de dulce picardia--. Ahora voy, promesa. --?Promesa de verdad? --!De la buena! Enzo sonrio, como solo el podia hacer en esos momentos: calmadamente, con suavidad, con paciencia. Con carino. Su corazon acelero sus latidos hasta que resonaron sobre el ruido del ascensor al llegar, sobre el ultimo silencio de la conversacion. Suspiro, aferro el telefono con mas fuerza y apreto la mandibula hasta que esta crujio. Como echaba de menos estar con ella. Como anhelaba volver atras en el tiempo, a esos estupidos momentos en los que sus brazos no eran el unico refugio. Como deseaba regresar a ese ideal que mantenia vivo en su cabeza, cual frenetica llama a punto de morir. Como dolia la cruda verdad. --?Adriana? --susurro, con la voz rota. --?Si, papa? --Te quiero. --?Estas…llorando? --pregunto, con tanta tristeza que el sintio como se le encogian las entranas de puro desasosiego. --No, carino. Los heroes no lloramos --contesto y tras dejar que una lagrima desbordara sus ojos, colgo. *** Hacia un frio horrible en aquella habitacion y Ara no tardo en ser consciente de ello. Se cruzo de brazos, se mordio el labio inferior y observo, de nuevo, la dichosa muneca que habia trastocado su mundo en tan solo unos segundos. ?Cuanto llevaba alli? ?Y por que? ?Era para ella o, simplemente, pertenecia a esa habitacion, como todo lo demas? Frustrada, se aparto de la cuna unos pasos y miro a su alrededor, sin saber bien donde posar sus ojos. De pronto, alli donde posaba su mirada veia algo nuevo, algo inquietante que hacia que su corazon latiera desbocado. Incluso el espejo que la reflejaba, con sus perfectas grietas a los lados, le parecia distinto. Ara se estremecio cuando el miedo que llevaba por dentro amenazo con salir mas deprisa de lo que ella podia soportar. La sensacion de que todo se le iba de las manos no fue tan fugaz como pensaba porque permanecio con ella incluso cuando, momentos despues, decidio salir corriendo. Hacia anos que no recurria a eso y hacia incluso mas que no huia de nada. Al menos, no estando despierta o consciente. El resto… bueno, con el resto de los miedos no podia hacer nada, porque incluso ella sabia que en las pesadillas no habia una manera justa de lucha. El pasillo parecia infinitamente largo y oscuro, lo cual era curioso, porque estaba perfectamente iluminado por pequenas lamparas de pared que apenas titilaban. Como siempre, las puertas se sucedian unas a otras: hechas de madera, de cristal, acero. Habia puertas desvencijadas, rotas, nuevas… cada una cerrando la entrada a un secreto que, tarde o temprano, descubriria. Sin embargo, y aunque su curiosidad innata la llevaba a querer abrirlas todas, esa vez solo se detuvo al llegar a una puerta en concreto. Una discreta, blanca y limpia, con un brillante veintidos anclado en ella. Ara suspiro freneticamente, abrio la puerta y volvio a cerrarla tras de si. Poco a poco sus latidos fueron tranquilizandose, hasta que se convirtieron en un murmullo apenas tapado por el ronco sonido del ventilador que giraba en el techo de la habitacion. Alli se iniciaban sus recuerdos, precisamente en aquella habitacion. Podria decirse que, de alguna manera, todo habia empezado alli, aunque no entendia ni como, ni por que. De aquel lugar, con sus paredes pintadas en verde y con aquellas cortinas blancas que rozaban el suelo, solo podia decir cosas buenas. --Por fin en casa --susurro quedamente, mientras se quitaba la fina camiseta de manga larga y la dejaba en el respaldo de una silla, donde se podian ver otro monton de prendas apiladas. Nadie contesto a su timido saludo aunque ella tampoco esperaba respuesta. Ignoraba el tiempo que llevaba alli, pero nunca se habia encontrado con nadie mas, aunque tenia la certeza de que no estaba sola. ?Como iba a estarlo, a fin de cuentas? Tendria que ser tonta para creer que toda la comida, el agua y la ropa aparecian por arte de magia. Alli, en algun lugar, habia alguien mas y era cuestion de tiempo que le encontrara. Ara sonrio brevemente cuando la conocida sensacion de bienestar acaricio su piel erizada. Obvio la television apagada y los relojes que marcaban las seis de la tarde, y despues, tras acariciar el lomo de los libros que se acumulaban en la mesilla, se dirigio al bano contiguo. Adoraba la rutina del dia a dia, a pesar de todo: despertar, sonreir, descubrir que habia tras la siguiente puerta. Despues, regresar a aquella habitacion, perderse en la dulzura del agua caliente… y esperar al dia siguiente. Era agradable, aunque una tarea solitaria que, poco a poco, mermaba su espiritu. A veces, no podia evitar hacerse preguntas mientras el agua mecia sus caderas llenas de cicatrices, rojizas, que parecian recientes. ?Por que ella? ?Por que alli? ?Por que siempre tenia la sensacion de que su vida era un sueno inconcluso? Pero las respuestas nunca llegaban, o al menos, ella nunca sabia interpretarlas correctamente, lo que era realmente frustrante.

  • El blanco color del odio (Cronicas de las Camaras 1) de Abigail Villalba Sanchez

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    Las Camaras son el ultimo resquicio de rebeldia de aquellos que son como Ertael: angeles caidos, malditos por la furia de Dios y condenados a una existencia de permanente sufrimiento. Pero alli, ocultos a la vista de El, los angeles se deshacen de su luz y buscan entre las sombras ese momento de paz que tanto anhelan… pues, por encima del dolor, se alza el orgullo que busca la libertad.

  • La ultima cancion de Mara de Abigail Villalba Sanchez

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    Oscar se estremecio cuando la brisa marina, llena de salitre y secretos, le revolvio el pelo y le recordo que, muy a su pesar, era invierno. Su piel desnuda se erizo desagradablemente y le arranco una sonrisa resignada. —Sabes que esto podriamos haberlo hecho en cualquier otro sitio, ?verdad? —pregunto, divertido, mientras se incorporaba de la arena en la que estaba tumbado y se frotaba los delgados brazos—. En uno en el que no me estuviera helando, por ejemplo. La figura masculina que estaba junto a el, completamente estirado y tan desnudo como el mismo, sonrio con suavidad y se encogio de hombros. Sus ojos, oscuros y enormes, continuaron fijos en el cielo nocturno. —Desde aqui se la oye mejor —contesto, un momento despues. —Me pregunto como sabras tu eso. Al escuchar el tono de chanza de Oscar, Samuel rio entre dientes y se giro hacia el, con una sonrisa divertida dibujada en los labios. —?Crees que no me he asegurado de buscar el mejor sitio? —Se incorporo lentamente, se acomodo junto a el hasta que sus hombros se tocaron y doblo las rodillas para apoyar los brazos en ellas. Despues, le dio un suave empujon y continuo hablando, casi en un susurro—. Se donde quiero hacer el amor contigo. Oscar enrojecio. Despues se echo a reir de puro nerviosismo y se paso las manos por el pelo, de brillante cobre y suaves ondas que caian hasta sus hombros. —Eres encantador cuando quieres algo —le pico, sin perder ni un apice de la acidez que le caracterizaba. Sin embargo, fue en ese momento cuando, por fin, los primeros rayos de luna surgieron de detras de las montanas, asi que toda su atencion se vertio en esa direccion—. Hacia tantisimo que no veia la luna brillar asi… A su lado, Samuel sonrio con tristeza y se abstuvo de decirle lo que pensaba acerca de su exilio voluntario a tierras humanas. En otro momento, quiza, si hubiera contestado de manera diferente. Pero esa noche… la que simbolizaba el fin de ano, no era una noche para las disputas. Y mucho menos con el. El joven suspiro y miro de reojo a su companero, que aun parecia absorto en la contemplacion del satelite, para atesorar esa imagen para siempre: la luna que brillaba en su lento ascenso y que iluminaba con sus rayos la bahia en la que estaban sentados, las finas lineas anaranjadas que surgian, poco a poco, en la piel de Oscar y que revelaban su origen magico y, por ultimo, la sonrisa nostalgica de su companero, esa que hablaba de anos lejos de las profundidades marinas. —?Sabes? —pregunto, finalmente, mientras acariciaba su mejilla con los nudillos—. Cuando te escribi y te propuse venir aqui… bueno, hubo un momento en el que pense que no querrias acompanarme. Oscar aparto la mirada de la luz plateada y la clavo de nuevo en el. Sus ojos, inteligentes y siempre atentos, no tardaron en repasar las espirales violetas de sus mejillas y las lineas rectas, de identico color, que bajaban a lo largo de sus brazos. Tardo un momento en darse cuenta de a que se referia, pero cuando entendio la inseguridad de Samuel, suspiro. —Lo dices por Mara, ?verdad? —Sonrio con resignacion y nego con la cabeza, tranquilizadoramente—. No tengo nada en contra de ella, aunque todos os empeneis en decir lo contrario. Si —admitio—, he decidido abandonar las corrientes en pos de una vida humana. ?Y que? Que ahora viva en tierra, Sam, no significa que no me preocupe por ella. De hecho —anadio y se inclino hacia el, mientras bajaba la voz y acariciaba sus labios con los suyos—, si estoy aqui es para cuidarla mejor. Samuel se estremecio de placer a medida que el beso crecia. El roce de su lengua contra la suya resultaba embriagador, como si aquella fuera la primera vez que lo hacian… o quiza la ultima, pues su relacion siempre habia sido muy tormentosa e inestable y si seguian juntos era, simplemente, porque no podian estar el uno sin el otro. Por eso estaban alli, despues de meses de silencio y rabia, despues del dolor de la ultima separacion. —Te quiero —farfullo entonces Samuel, con premura, entre beso y beso, entre aceleradas y freneticas caricias—. Pase lo que pase. Estemos donde estemos. No lo olvides nunca, joder. —No podria hacerlo. Sabes que yo nunca olvido nada—contesto Oscar, jadeante, con los labios apretados contra su cuello y la excitacion a flor de piel. Ni siquiera la fuerza que la luna ejercia sobre ellos fue capaz de separarles. Sus labios se buscaban segundo a segundo, mientras sus manos se perdian en los rincones mas ocultos y placenteros de su cuerpo humano con una lentitud inhumana, como si no tuvieran prisa alguna. De hecho asi era, pues Samuel se habia encargado de buscar la cala mas escondida e inaccesible de las costas gallegas. Le habia costado un tiempo dar con aquella, pero ahora que tenia a Oscar a horcajadas sobre el se daba cuenta de que su sacrificio habia merecido la pena. Y mientras el cielo estallaba en luces artificiales de brillantes colores y la luna les acariciaba con su fria plata, ambos jovenes se perdieron en una danza tan antigua como el propio tiempo. Una danza tenida de jadeos y gemidos al principio, y poco despues, con la luna llena inmovil sobre el oceano, de una melodia dulce y tierna que procedia de algun lugar entre las oscuras aguas. —Escuchala —susurro Samuel entonces, con las manos aferradas al delgado cuerpo de Oscar y sus labios rozando su oido—. ?No es lo mas hermoso que has oido nunca? —No —farfullo el joven en contestacion, mientras le sujetaba de las mejillas y se perdia innegablemente en el fondo de sus ojos, mientras luchaba por no dejarse llevar por todos los estimulos que le asaltaban: el placer de sentir a Samuel en su interior, la magia de la luna, que le recordaba lo que verdaderamente era, y de fondo esa cancion sirenea que siempre le tocaba el corazon…—. Tu voz es lo mas bonito que he oido nunca. Ambos sonrieron, perdidos el uno en la mirada de otro, inmoviles y acunados por aquella lejana melodia que a ambos les hacia temblar de emocion, quisieran… o no. Y asi, frente contra frente, labios sobre labios, la medianoche llego y se marcho, mecida por el oceano y por las dos criaturas que se amaban sobre la arena, ajenos a que un ano habia muerto y otro habia nacido. Solo se detuvieron, cuando, agotados, se dejaron caer sobre la fria arena, abrazados el uno al otro. Permanecieron asi, en silencio, durante todo el tiempo que duro la cancion de la llamada Mara. Aquella vieja sonata, pese a pertenecer a tiempos preteritos, seguia siendo limpia y tibia y aunaba sus corazones incluso mas de lo que lo estaban en aquellos momentos. Y cuando el sol despunto en dorado, moribunda ya la noche, y la voz de Mara se quebro dando paso a la brisa, ambos hombres se incorporaron y contemplaron la calida belleza de un amanecer invernal. —?Volveremos a vernos? La voz de Samuel interrumpio el silencio. A su lado, Oscar suspiro y se encogio de hombros. —Supongo que no vas a cambiar de opinion, ?verdad? —pregunto este, con suavidad, a pesar de que sabia la respuesta—. Vas a seguir combatiendo por tu lado. No vas a hacerme caso en absoluto. Samuel fruncio el ceno y sacudio la cabeza negativamente, pues lo ultimo que queria despues de aquel encuentro era hablar de politica y de contaminacion. Por eso, apreto los dientes con fuerza y se encogio de hombros. —Te buscare —aseguro entonces, mientras se levantaba y dejaba su atletico cuerpo banarse en la luz rosada del amanecer—. Encontrare la manera de contactar contigo. —Samuel… El joven se detuvo, de espaldas a Oscar. Sus ojos se clavaron en las suaves olas que rompian en la orilla y que le recordaban lo lejos que estaba de casa. Suspiro. —Feliz ano, mi vida —murmuro entonces, sin girarse—. Ten cuidado. Oscar sintio un pellizco en el corazon que hizo que sus palabras se quedaran atascadas en la garganta. Por un lado queria ir con el, olvidarse de lo que estaban haciendo los humanos con Mara y combatirles como Samuel queria que hiciese pero, por otro… Sacudio la cabeza e hizo de tripas corazon, como cada vez que se separaban. Se levanto, beso su hombro con infinita ternura y despues camino en direccion al agua. —Aun puedo cogerme el dia libre —informo Oscar, en contestacion, mientras dejaba que el agua cada vez le arrastrara mas adentro—. Aun podemos regalarnos un dia antes de volver… a lo que cono sea que tengamos. Un dia —rogo—, en el agua, como tu quieres. En casa. —?Estas seguro de eso? ?No prefieres volver a esa… oficina y a tus companias humanas? —Un dia, Sam —repitio, mientras se dejaba caer hacia atras y el agua salada le recibia con agrado, como una madre a un hijo descarriado—. Solos tu y yo. Y mientras sus piernas olvidaban su forma humana y su cuerpo se liberaba del disfraz, una segunda figura se zambullo a su lado y tambien se transformo: sus extremidades dieron paso a una cola firme, fuerte, de brillante color violeta. Las agallas de su cuello se abrieron y bebieron del oxigeno del metodo acuatico y sus ojos, oscuros en la tierra, brillaron con intensidad mientras buceaba en busca de mas profundidad. —!Vamos, Oscar! —lo llamo, en su idioma natal, mientras giraba sobre si mismo y disfrutaba del liquido elemento—. !Que no se diga que se te ha olvidado quien eres! Al escuchar la mofa, el joven sonrio y movio con elegancia la cola anaranjada que le senalaba como triton. Dio un coletazo con fuerza, paso a su lado… y sonrio, antes de guinarle un ojo con descaro y perderse en las susurrantes corrientes de su reino oceanico.